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La beatificación de Juan Pablo II

Una noche en vela

Miles de peregrinos aguantan a pie firme en la plaza de San Pedro para conseguir un sitio en la ceremonia

Al final no llovió. Tras días de mal tiempo, el cielo fue clemente. Más de un millón de feligreses ocupó la plaza de San Pedro, la vía de la Conciliazione y las callejuelas limítrofes. Muchos tuvieron que seguir la beatificación de Juan Pablo II desde las pantallas instaladas en la orilla opuesta del río Tíber, en el Circo Máximo o frente a Santa María la Mayor.

Quien logró un sitio en la plaza tuvo que mantener su posición toda la noche. Como Oliwa Czepielewska: en su rostro de niña, grandes sonrisas se alternan con enormes bostezos. "No dormí casi nada. Nos quedamos cantando y rezando. Una experiencia increíble. Te sientes parte de algo enorme", cuenta con una alegría que ni la timidez por hablar en inglés frena. A su alrededor están los compañeros del colegio de Legnica, en Polonia.

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Desde la madrugada, centenares de miles de personas se plantaron en el Vaticano. Desplegaron sus alfombrillas, transformaron mochilas en taburetes o se tumbaron sobre cartones. Resultado: las verjas que impedían el acceso por motivos de seguridad fueron quitadas a las 2.00 en lugar que a las 5.30 como estaba programado. Casi 3.000 voluntarios desplegados por el Ayuntamiento, grupos de scouts y protección civil distribuyeron agua, fruta e indicaciones.

Los que no han sacrificado el sueño han encontrado el Vaticano colapsado. La mayoría no pudo ver nada y se conformó con escuchar. Sentados en el césped y en las aceras, con los ojos cerrados, algunos lloran. Ondean banderas. "Venimos de cada rincón del planeta. El beato Juan Pablo estará sonriendo", murmura una monja. Pasa una pancarta con el lema Santo subito. Michele Loponzo, de Florencia, lo ha rescatado del día de los funerales, hace seis años, "porque el Papa bueno ya es santo en nuestros corazones".

En esta babel, el español resuena con frecuencia. El padre José María Calderón ha venido con 43 parroquianos desde Madrid. Han renunciado a llegar a la basílica: "Venimos en bus, llevamos 24 horas de viaje, pero no es nada. Juan Pablo se merece esto y más". A su lado, varios jóvenes asienten. En los adoquines, crujen las cascaras de pipas, huellas de la espera.

Demetria, Guillermina, Rosa y Cecilia han llegado desde Guinea Ecuatorial. Sonríen, sacan fotos con gente desconocida a la que dejan la dirección de correo electrónico: "Hoy somos todos hermanos. Él fue un papa cercano a la gente, ahora nos toca a nosotros quedarnos a su lado", dice una de ellas. "Luego vamos a Tierra Santa para seguir el peregrinaje", cuenta Aurora Marín, de Leticia (Colombia), de 55 años, "es una gran fiesta para mí, en la que invertí energías, fe e incluso dinero". Y va a comprar una camiseta del beato. Solo siete euros más en la cuenta de gastos.

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