¿Qué pasó con el profesor Calvo?
El silencio sobre la destitución y muerte del docente indigna a una parte del campus de Princeton
La Universidad de Princeton le despidió, por razones que mantiene en secreto, seis semanas antes de que acabara el semestre. El pasado 8 de abril le quitó las llaves de su despacho y le cerró su cuenta de correo electrónico. El rectorado le convocó a una reunión el 11 de abril, para que se defendiera de las acusaciones en su contra. No acudió, y se suicidó al día siguiente en su apartamento de Manhattan, según el forense, apuñalándose en el cuello y en el brazo izquierdo. El profesor español Antonio Calvo dejó muchas incógnitas tras su muerte. Sus alumnos han decidido enfrentarse a la letárgica élite administrativa de esta universidad, regida por normas tan férreas como antiguas, para que aclare simplemente una duda: ¿los motivos del despido del profesor fueron de carácter personal o académico?
Las relaciones del docente fallecido con alumnos veteranos eran muy malas. Los más jóvenes le adoraban
Antonio Calvo, nacido en Benavides de Órbigo (León) en 1965, era un profesor carismático. Dirigía el programa de lengua española en la universidad. Asesoraba a los estudiantes sobre asuntos académicos y personales. Para ellos ideó y llevó a la práctica en 2008 un popular programa de visita académica en verano a Toledo. Contratado en 2006, el rectorado le sometió recientemente a una evaluación para renovar su contrato de cinco años. En ese proceso, hubo unas alegaciones de mala conducta que llevaron a su suspensión fulminante. La Universidad ha dicho, por boca de su presidenta, Shirley Tilghman, que el despido fue procedente.
Dijo Tilghman en un comunicado, emitido el lunes, que hubo mala conducta por parte de Calvo y que no puede dar más detalles porque depende de ello el buen nombre del profesor. "Esa política está en pie para proteger la privacidad de los profesores o los miembros del personal y a sus familias. Una consecuencia desafortunada de esta política es que, en ausencia de información sobre los hechos, han estado circulando por el campus y la blogosfera falsos rumores", añadió. Los alumnos de Calvo no se dan por satisfechos, y han emprendido una campaña de petición de información que ya ha dado sus primeros frutos: según ha podido saber EL PAÍS, Tilghman ha ofrecido reunirse con ellos la semana próxima.
La persistencia, casi belicosa, de los alumnos contrasta con el sepulcral silencio que ha imperado en las pasadas dos semanas en el edificio East Pyne Hall, una antigua biblioteca gótica de ladrillo rojo, erigida en 1897. Aquí tiene la sede el departamento de español y se halla el despacho de Calvo, cuya puerta aún está cubierta de mensajes de dolor y despedida: una flor negra, un corazón roto y una viñeta de Forges en la que se lee "el juicio de la historia". La presencia de Calvo en este edificio y en el resto del campus se siente todavía de una forma demasiado intensa como para que alguien se atreva a vaciar su despacho, convertido en mausoleo improvisado.
Nadie, aquí, ha hablado públicamente sobre la destitución y el suicidio de su compañero. Nadie, en este Departamento de Lengua y Culturas Española y Portuguesa, ha emitido un comunicado ni un mensaje de apoyo a familiares y alumnos, más allá de un acto oficial de homenaje celebrado el 20 de abril. No ha hablado públicamente su directora, Gabriella Nouzeilles, que ocupa ese cargo desde 2008; ni los compañeros de enseñanza de Calvo; ni los alumnos de posgrado, asistentes de cátedra con los que trabajaba regularmente el maestro español. Las relaciones del fallecido profesor con algunos de estos alumnos veteranos eran manifiestamente malas: lo han reconocido a EL PAÍS varias personas, cercanas a Calvo, a quienes este se quejó de los conflictos a los que se enfrentaba al tener que coordinar a los asistentes de cátedra para que dieran clases a los alumnos alevines. Lo resumía en el libro online de condolencias de Calvo el profesor José Muñoz-Millanes, de la City University de Nueva York, director de la tesis doctoral de Calvo y a quien este veía con regularidad. "Yo siempre le preguntaba cómo podía llevar el trabajo abrumador de su puesto de Princeton, abusivo, más propio de dos personas. Pero él solo se quejaba amargamente de ciertos estudiantes graduados a los que tenía que supervisar y que descaradamente no cumplían y, por si fuera poco, le hacían continuos desaires".
Hay una brecha entre diversos estudiantes de grado y compañeros de departamento de Calvo, que optan por seguir callados, frente a una legión de estudiantes de pregrado, jóvenes fascinados por la personalidad arrolladora de un profesor atípico. "¿Conoces a alguien que pudiera hacer de las clases de gramática algo fascinante? Ese era el profesor Calvo", explica Ricardo López, estudiante que tomó parte en el programa de visita a Toledo. El alumno recuerda, emocionado, cómo Calvo se quedaba ocasionalmente con un grupo de estudiantes a cenar y a charlar sobre las clases y sobre la vida, hasta que, ya entrada la noche, corría a coger el último tren a Manhattan.
A López, como a muchos otros alumnos de Calvo, le sorprendió que el rectorado de Princeton tardara tres días en reconocer la muerte de Calvo y otros 10 en emitir una nota en la que se refería claramente a su suicidio. En principio, el rectorado se limitó a notificar a la comunidad universitaria que el profesor había fallecido mientras estaba de baja. Luego admitió que había sido expulsado, por "conducta incorrecta", según dijo la presidenta Tilghman.
El manual de normas de comportamiento del profesorado de Princeton contempla la suspensión "sobre la base de a) incompetencia sustancial y manifiesta, b) negligencia sustancial y manifiesta hacia los deberes o c) conducta que represente una violación de las normas y procedimientos de la Universidad aplicados al profesorado". En su capítulo quinto se detallan supuestos que pueden llevar a la expulsión de un profesor: dar clases remuneradas a sus alumnos al margen de la Universidad; nepotismo; mantener relaciones sexuales consentidas con alumnos bajo la propia supervisión; acoso sexual; usos ilícitos del nombre de la Universidad; difusión ilícita de los datos privados del alumnado; faltas éticas en la investigación, como plagio; beneficios económicos personales asociados con ella, y alteraciones del orden en el campus.
Aunque la presidenta Tilghman ha asegurado que es una norma inquebrantable la de mantener silencio en casos de despido como el de Calvo, no siempre ha obrado de ese modo. Una labor de inspección en la hemeroteca de Princeton así lo ha revelado. En 2004 el rectorado suspendió a Lee Mitchell, profesor de lengua inglesa, después de que una investigación interna revelara que había malversado 20.000 dólares de su departamento a lo largo de ocho o nueve años. El diario universitario The Daily Princetonian escribió el 18 de abril de aquel año: "Aunque la Universidad sigue una política estricta de no comentar sobre asuntos personales, dada las especiales circunstancias, esta situación 'no puede gestionarse de forma totalmente privada', según
[el vicepresidente de Princeton David] Durkee. Creo que la gente merece saber qué ha sucedido".
En el caso de Calvo, los alumnos no se han dado por satisfechos. "Algo de tanta consideración como un puesto en Princeton no debería estar sujeto a políticas arbitrarias", dice la estudiante Emily VanderLinden. El diario estudiantil publicó un editorial el pasado miércoles en el que exigía: "Dados los rumores que han circulado sobre el despido de Calvo, la Universidad debería anunciar si a Calvo se le suspendió por razones puramente académicas o por preocupaciones disciplinarias". Finalmente, la presidenta de la Universidad ha accedido a hablar con los alumnos. Tratándose de una institución ancestral como Princeton, es un avance. -
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