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Atentado en Marruecos

Marraquech teme que la primavera reformista acabe

Vecinos y comerciantes tratan de recuperar la calma tras el atentado

Andrea Rizzi

Un par de serpientes adormiladas sobre alfombrillas sucias era todo lo que quedaba a media mañana de ayer del habitual y fabuloso bullicio de la plaza Yemaa el Fna de Marraquech. No había clientes para despertarlas con música. Solo un triste tránsito de lugareños bajo una fina llovizna. En el resto de la ciudad, la vida, inexorable, había ya retomado su pulso tranquilo de día de rezo. Poco a poco lo haría también en la plaza golpeada por el terror. Pero muchos habitantes de Marraquech se inquietaban ayer sobre todo por otro latido, más subterráneo y trascendental, cuyas pulsaciones se habían disparado: el de la incipiente primavera reformista marroquí. En la plaza, unos 300 jóvenes recitaban anoche versículos del Corán para recordar a las víctimas.

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Mahi Binebine, pintor y escritor de 52 años, resumía bien una preocupación recurrente. "En la explosión han fallecido muchos extranjeros, pero este es un golpe contra el pueblo marroquí", argumenta, con tono apasionado. "Es una tragedia para aquellos marroquíes que se han movilizado para recuperar su país, que quieren un cambio a través de un proceso tranquilo, que estaban hartos de la corrupción. Este golpe causará un frenazo, justo en un momento de transición, en un momento en el que parecía haber una disponibilidad a la apertura", dice.

La inquietud de Binebine es frecuente entre activistas políticos y en general entre las personas más cultivadas, pero parece aflorar también entre la clase media. En una herboristería de la kasba, un dependiente, Jalid, encuentra el coraje de afirmar: "Esto tiene pinta de ser un intento de hacer descarrilar el proceso". No es poca cosa, vista la extraordinaria reticencia de la gente de la calle a hablar del tema. De hecho, su compañero Said no tarda más de un par de segundos en precisar que él no piensa lo mismo: "El Estado no tardará en agarrar a los responsables".

En un delicadísimo momento de transición política como el que vive Marruecos, las calles de Marraquech parecen delatar una cierta fractura social. La procesión constante de centenares de curiosos chavales de clase baja ante los restos del golpeado restaurante Argana así lo muestra. No se detecta al intentar charlar con ellos ningún atisbo de impulso de querer participar en el movimiento reformista.

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A espaldas del Argana, en el zoco, los comerciantes rehúyen a su vez sistemáticamente hablar de cuestiones políticas. Incluso en tiempos diferentes y esperanzadores, la vieja norma de evitar ciertos temas debe de ser considerada todavía la más sabia.

Al saltar alguna pregunta sensible en la conversación, sus rostros se apagan, y su prodigiosa capacidad políglota se atranca repentinamente. Los controles policiales eran ayer escasos -o al menos poco visibles- en las calles de Marraquech. Pero, probablemente, la mítica secreta marroquí tuvo que estar recorriendo a tope los meandros de la ciudad. Sea como fuere, mejor ser prudentes.

Kamal Laftimi, empresario de la plaza de las Especias, activo en varios negocios pese a su juventud, resume en todo caso la comprensible inquietud prioritaria de los comerciantes. "Que se hunda el turismo", principal fuente de ingresos de la ciudad, dice, antes de sorbetear un café en su terraza. Llenar la nevera es tarea más urgente que materializar un sueño político. Por suerte para Kamal, los turistas ayer no parecían demasiado amedrentados. Por la tarde ya volvían a atestarse en algunas terrazas -entre ellas la de Kamal- sin dar la sensación de sentirse potencial objetivo de terroristas. ¿De cuáles, en todo caso?

La pregunta, naturalmente, rebotaba en todas la teterías de la ciudad y, probablemente, del país. La incertidumbre era suma. Salafistas, Al Qaeda en el Magreb Islámico, maniobras argelinas o turbias operaciones de servicios internos eran las opciones preferidas en la quiniela colectiva.

"Ayer tuve mucho miedo a que el proceso se paralizara, pero hoy la actitud del Rey me ha tranquilizado", dice Christine Serfati, activista en defensa de los derechos humanos. Pero la inquietud de Serfati y del pintor Binebine no era tampoco unánime. "Sí, por supuesto hay mucha especulación sobre si esa era la intención del ataque, pero yo francamente no lo creo. El proceso de reforma está controlado, no hay tampoco gran necesidad de obstaculizarlo", observa, con cierto sarcasmo, la historiadora Zakia Daoud.

Aunque no fuese esa la intención, el problema es si será esa la consecuencia. Además de los enemigos visibles -dictadores, autócratas, regímenes infames- los aspirantes a la democracia deben prepararse para enfrentarse a enemigos más sutiles. La lección de Marraquech será observada en muchos lugares.

Un grupo de hombres reza ayer ante el café-restaurante Argana, lugar del atentado.
Un grupo de hombres reza ayer ante el café-restaurante Argana, lugar del atentado.GETTY

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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