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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Estética de la nada

La victoriosa historia de la actual novela, El bolígrafo de gel verde, en marcha hacia su décima edición es la historia general de la "infamia" de nuestro tiempo. Bien entendido que in-famia no se emplea en sentido negativo ni calamitoso sino, sencillamente, como in-versión. Como in-versión del ser en la nada, de la literatura en la mala mecanografía y de la pintura en la decoración infantil.

Sobre la nada se tiene, a primera vista, un concepto adverso pero más de cerca la nada puede ser lo mejor de lo mejor o hasta lo peor de lo peor. En todo caso, mucho más que nada. Un tratamiento positivo de la nada obtiene de ella una enorme productividad. Se trataría de la nada del existir, de la finita existencia que en base a terrible deficiencia invita a sacar el máximo provecho de ella. Es la nada "existencialista" o la nada de la Humanidad rebelde y orgullosa ante a la abusiva totalidad de Dios.

La literatura y la pintura actuales viajan por otros espacios compuestos de factores inéditos

Pero hay, de otra parte, una nada negativa que es la nada no del existir sino del ser, según aprendí leyendo una colección de ensayos sobre el asunto en una edición colectiva (Sáenz, De la Higuera, Zúñiga) que publicó Biblioteca Nueva hace tres o cuatro años.

Esta nada del ser viene a ser como la nada fetén que define con precisión a nuestro tiempo. Nada de lamentaciones por lo que no se tiene o por lo que no da más de sí, nada de elegías sobre la mortal condición humana. Esta nada del existir propicia mucha y buena literatura, filosofía o pintura. La nada mala es la nada del ser, la "nula nada" que ahora se representa en muchos de los nuevos libros de una literatura sin literatura o de pintura sin pintura.

La magnífica colección de cuadros que el Museo de Colecciones ICO exhibe en Madrid hasta el 1 de mayo es la muestra de una pintura que pinta, cargada de estética y de sentido. Las 36 obras de artistas españoles -entre las 79 expuestas- son lienzos de Tàpies, Arroyo, Sicilia, Gordillo o Navarro Baldeweg, Esteban Vicente o Guerrero. Unos vienen de los sesenta, pero siguen con fuerza más allá de los ochenta para alcanzar expresamente hoy en sus descendientes la implosión hacia la nada.

No es un asunto exclusivamente español, desde luego. En Francia o en Gran Bretaña, en Nueva York y en Pekín (Ai Weiwei -ahora arrestado- volcó un millón de pipas de girasol en la Tate Modern como opus magna) el fenómeno define al mundo. ¿Puede pintarse la nada o pintar tantísimas las pipas? La nada existencial -sea en muerte o en pipas- claro que sí pero representar la nada del ser viene a ser un oxímoron completo. De ahí, por tanto, que la llamada literatura no sea literatura ni la denominada aún pintura sea pintura. Lo que se lee o se ve es algo pero no es la nada existencial sino otro mundo donde ya no existe ni deja de existir la nada. En definitiva, ni la literatura ni la pintura actuales están cumpliendo una etapa más de la historia, ni siquiera decadente. Sencillamente, viajan por otros espacios y, por lo tanto, compuestos de factores inéditos. Tan dignos de atención, seguramente, como los anteriores pero no a través de la clase de atención precedente. La clase de atención empleada hasta ahora para juzgar, gozar o condenar, se ha vuelto un aparato obsoleto para obtener diagnósticos. El nuevo cuerpo creativo que todavía (transitoriamente) se llama artístico posee una fisiología desconocida y ni siquiera su estado puede ser tratado -por avanzado que parezca el procedimiento- con ninguna clase de células "madre". Si esta nada es nula -no nuda- no debe atribuirse a su desnudez sino a que es huérfana.

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