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Columna
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Pasiones balsámicas

J. Ernesto Ayala-Dip

Es verdad que el paisaje económico y político en Cataluña no está para alegrías. Los jóvenes sobradamente preparados (y los no preparados) se las ven y se las desean para desempeñar una faena que esté a la altura de sus expectativas. A los parados comienza a agotárseles el seguro de desempleo. A la coalición que nos gobierna no le basta la Generalitat, aspira a más y ya comienza relamerse con un posible poder municipal. Para rematar la faena, las encuestas siguen dando ventaja al Partido Popular en los próximos comicios generales. (No voy a incurrir en el mal gusto de compararlos con un dóberman, pero ¿por qué será que ese partido todavía me sigue dando tanto repelús?).

En lo internacional, lo sucedido en los países árabes en los últimos meses, las revueltas espontáneas y la caída de sus longevos reyezuelos, nos permite cierto optimismo histórico, tal vez porque intuimos la plasmación de una auténtica revolución transversal, aunque creo que en Libia se cometió un error de cálculo y las cosas no van a ser tan fáciles como en Egipto o en Túnez.

Ante la situación general, hay que aferrarse a esas cosas que nos ofrecen un paréntesis en medio de la batalla

Así que, siendo esta la situación, lo que queda es aferrarse a esos contados eventos inmediatos que todos tenemos en la recámara de los malos tiempos y pasárselo lo mejor posible. Es un mecanismo como cualquier otro, tan lícito como comprarte una camisa si tienes un día bajo.

Mis horizontes para practicar un saludable paréntesis en medio de la batalla son, entre unas pocas más, dos de mis pasiones irrenunciables: el fútbol y los libros. Hace unos días, el dueño del colmado de la esquina de mi casa me decía que a él le es muy difícil imaginarse la vida sin fútbol los domingos. Me asombró tanta franqueza. E instantáneamente no pensé en otra cosa que en retribuir su confesión dándole la razón. De libros no hablamos. A mí ya me basta que podamos intercambiar opiniones sobre lo que nos une, esa pasión. Porque de lo que nos desune (él es periquito y yo soy culé) no hablamos. O mejor dicho, hemos llegado a un acuerdo nunca explicitado. Yo le habló bien de su equipo y el me habla bien del mío. A veces hasta llego a pensar que las flores que nos tiramos son sinceras. También fantaseo por momentos que es simpatizante del Real Madrid, aunque más no fuera para tener la oportunidad de elogiar a su ex delantero Raúl, un jugador por el que siempre sentí admiración, como futbolista y como persona.

Yo tampoco podría vivir sin el fútbol de los domingos. O de los sábados. Como otros no concebirían un día de fiesta sin hacer footing en el parque de la Ciutadella o una comida familiar sin el roscón de nata. Mi entrega culé, además, me lleva a incurrir a veces en excentricidades casi líricas. Como por ejemplo alegrarme de descubrir fraternidades insospechadas. Hace un año, participé en una mesa redonda con el escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo. Acabado el coloquio y de camino a un restaurante, completamos un par de ideas que nos habían quedado pendientes. Lo sobrenatural y lo irreal como dispositivos de lo verosímil en su literatura, cuando de pronto se me ocurrió preguntarle si le gustaba algún deporte. Me contestó que era amante del fútbol y simpatizante incondicional del Barça. Eso me llenó de una repentina e irracional alegría, la misma que sentí cuando hace uno días me enteré de que Juan Marsé es también culé. O cuando supe que el excelente traductor Miguel Martínez-Lage, súbitamente fallecido hace unos días, era seguidor del club azulgrana con el mismo empeño con el que cultivó su amor por las novelas de Faulkner.

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Por ello, esperé el día de Sant Jordi con amorosa expectación. Las lluvias obraron un paréntesis de milagroso sol. Algunos políticos incurrieron en su riguroso paripé. Siguiendo la pauta actual de lectores eclécticos, mezclaron bien televisivos con autores literarios. Los novios se regalaron rosas y libros. Y ahora, cuando escribo, mientras el Barça vela armas para renovar su maldición épica, Trias y Hereu continúan su disputa ciudadana.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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