El renegado ilustre
Pablo Neruda fue el gran anfitrión del mar de Chile, y Gonzalo Rojas fue el cicerone del profundo sur chileno. Solía decir que Sur y Ser eran un mismo verbo condenado a conjugarse siempre en presente y con los ojos cerrados, porque así lo exigía la gramática de las araucarias.
Hijo de mineros de Lebu, en el sur de las lluvias y las nieblas, hizo primero de la Universidad de Concepción una gran casa de las palabras y a su amorosa convocatoria acudieron, en los años cincuenta, las mejores voces de la literatura escrita en español.
Gonzalo Rojas acostumbraba a formular sus invitaciones con un escueto "te espero con la mesa puesta", y con ese dato bastaba para llegar hasta su casa sureña bautizada como Torreón del Renegado.
Siempre rehuyó las alabanzas y prefería ser el narrador de anécdotas que hablaban de sus días en China, en Cuba, en la patria sin fronteras del exilio alemán, en los Estados Unidos, o en los parajes de ese sur que siempre llevó como un tatuaje.
Gonzalo Rojas es uno de los últimos gigantes de la poesía chilena y, fiel a su estatura, jamás se quejó de las afrentas recibidas por la dictadura y sostenía que el Poeta o era un renegado o no era.
Lo recuerdo mientras caminábamos por las calles solitarias de Bad Hemsen, un día de invierno alemán en 1986 que, según él, "contagiaba la solemnidad de los pingüinos". Representábamos a Chile en un evento extraño llamado La Societé Imaginaire que se realizó una sola vez, y nunca supimos quién nos había invitado. De pronto, y mientras me hablaba de la urgente necesidad de regresar al sur de Chile, se acercó una estudiante alemana con uno de sus libros traducidos y le pidió una dedicatoria. Gonzalo Rojas abrió el libro, observó los numerosos versos subrayados, y escribió: "Estos versos que nacieron con muy poca esperanza son ahora más tuyos que míos".
Su legado poético ya es definitivamente nuestro, y en el sur de Chile, en su Sur Ser, bajo el cielo gris brilla una lámpara en la parte más alta del Torreón del Renegado.