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Entrevista:Debate sobre literatura y sociedad | La tarea del escritor

Aquellos que siempre están cruzando fronteras

Lertxundi: "El compromiso es qué hacer con la obra" - Uribe: "El escritor debe hurgar en la herida para cerrarla"

Dos escritores, Andu Lertxundi y Kirmen Uribe, pero también dos generaciones que han proyectado la literatura vasca fuera de sus fronteras naturales.

Pregunta. ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas adolescentes?

Anjel Lertxundi. A los 16 o 17 años leía tres tipos de libros: poesía en castellano, fundamentalmente del siglo XX; literatura francesa e inglesa, lo que entonces se llamaba la literatura católica, de Graham Greene o Giovanni Papini, hoy olvidado, a Camus, que para mí ha sido una especie de norte, y más tarde nos adentramos en la filosofía de los contemporáneos, con Sartre, pero sobre todo con Merleau-Ponty y Heidegger.

P. ¿Cómo conseguía los libros prohibidos por el franquismo?

"Me aburre un poco ese papel del escritor que todo el rato debe estar opinando sobre aspectos de la vida"
"Existe el peligro de vivir solo nuestra propia comunidad, de leer solo nuestros autores, de no querer ser traducido"
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"Me inicié a la literatura leyendo en euskera a Lertxundi, a Saizarbitoria y a Atxaga en mi adolescencia"
"Me he comprometido con el país porque creía firmemente que iba a pasos agigantados a una deriva moral"
"Hoy, el escritor como personaje y como referente ya no es lo que fue en una época determinada"
"Es prácticamente imposible incluso ser un escritor mediocre sin ser gran lector"
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A. L. Los obtenía en las librerías amigas. Yo siempre he sido de librería si he tenido que hacerme con una obra, no de biblioteca. Iba a Zarautz a Pepita Servant, que tenía el estanco-librería frente a los franciscanos, o a Pepe Gorriti, el gran maestro de La Bilbaína, en la Plaza Nueva, donde encontrabas desde poemas de León Felipe a textos de Ruedo Ibérico, y mucha obra del exilio español.

Kirmen Uribe. Mi caso es posterior, pero muy bonito, porque yo me inicié a la literatura leyendo en euskera. Y creo que es un salto muy importante, porque empecé a leer a Lertxundi, a Saizarbitoria y a Atxaga en mi adolescencia. Eran los finales de los ochenta y principios de los noventa y aquí se dio ese boom de edición y de traducción. Luego, mi referencia fue Anagrama y su colección amarilla, que tenía a todos los autores. Lo que ellos traducían, yo lo leía, y era literatura europea y más tarde americana.

P. ¿Qué autores les marcaron?

K. U. Sobre todo los estadounidenses, como Raymond Carver, sus cuentos sobre todo, y la poesía de la colección de Visor. Leía muchísima poesía. Luego ya empecé a abrirme y vinieron Calvino, Faulkner, Dos Passos. Luego fui remontando años hasta la literatura latinoamericana, Borges, García Márquez, recogiendo y dando pasos atrás, como con Melville y Conrad. Ahora me interesa mucho la literatura rusa del XIX y principios del XX.

P. ¿Y ahora qué leen?

A. L. Cita Kirmen la literatura rusa y ahora voy a leer obras de Tolstoi y de Dostoievski que no he leído. ¿Qué leo? Novela ya anterior y mucho ensayo que tiene que ver con la literatura y con cultura en general. Todo lo que ronda las cuestiones literarias, dietarios y diarios de escritores.

K. U. He leído ahora la última de Philip Roth, Némesis, y la de Dan Franck, Libertad!, dos buenísimas novelas. Me gusta leer ensayo y poesía, muy importante.

P. ¿Cómo dieron el salto a la literatura?

A. L. A los 14 años, ya escribía cosas en castellano, pero cuando doy el salto al euskera hay factores psicológicos, como el momento sociopolítico, es lo que estas respirando, etcétera. Por supuesto que tiene su importancia y no lo puedes negar. Pero en mi caso lo más novedoso que voy percibiendo en mi alrededor es en euskera, digo en el San Sebastián de 1968, el teatro del grupo Gaur, la influencia de Oteiza, para bien y para mal, y el fenómeno de Gabriel Aresti o Xabier Lete, todo lo novedoso que encuentro ahí. Y luego están los factores psicológicos: yo a los 16 años tartamudeo en euskera, no tengo fluidez, y cuando voy a hablar con mi tío, se ríe. Me irrita y cuando vuelvo a mis orígenes me encuentro incómodo, extraño, no estoy sintonizando, y esa extrañeza con mi entorno es la que me hace recuperar la lengua. Y una cosa trae la otra.

K. U. En mi caso, muchos años después, fue un salto muy natural. Desde niño ya escribía y desde siempre quise ser escritor. Lo que pasa es que he sido un escritor bastante lento, y tardé mucho en publicar. Quizá sea porque soy bastante tímido. En eso coincidía con el padre de Borges, que le decía "Hijo, empieza a publicar tarde". Y Borges le hizo caso. Yo también lo hice, y menos mal.

P. ¿Sus métodos de trabajo?

A. L. Me levanto muy temprano y procuro andar una hora antes de empezar a trabajar. Me voy a Getaria y vuelvo. Después, soy bastante disciplinado en mi trabajo, y toda la mañana la dedico a la escritura, puedo corregir un texto muchas veces, y la tarde, a la lectura. Es prácticamente imposible incluso ser un escritor mediocre sin ser gran lector.

K. U. Soy escritor profesional por eso, para tener tiempo para leer. La escritura necesita mucho tiempo, y a mí me surgen buenas ideas leyendo. Uno es mucho más imaginativo cuando lee, aunque lo que escriba sea totalmente diferente. Mi proceso de trabajo es parecido. Escribo por las mañanas y leo por las tardes, pero meto muchísimas horas en la lectura.

P. ¿Cómo creen que la sociedad actual ve al escritor?

A. L. La figura del escritor ha variado, y hoy es muy distinta a la que era tras la II Guerra Mundial. Entonces fue el momento de máximo auge del papel del escritor y del intelectual. Hoy, el escritor como personaje y como referente ya no es lo que fue en esa época determinada. Y, afortunadamente en cierta medida, lo que queda es la obra, y el público pasa un poco de la figura.

K. U. Sí, ha cambiado mucho. El otro día veía en la televisión francesa un programa de Bernard Pivot de los años ochenta con Nabokov, una entrevista perfecta. El escritor ruso había preparado las respuestas posibles. ¡Imaginaos a Nabokov en esa época!, era todo un personaje. Ahora mismo no existen esas figuras, o hay muy pocas, y las que existen son de las generaciones anteriores, como Magris o Vargas Llosa. Me aburre un poco ese papel del escritor que todo el rato tiene que estar dando su opinión sobre diferentes aspectos de la vida. Es lo que menos me gusta y me siento incomodo. Soy feliz cuando estoy escribiendo con mi ordenador.

P. ¿Cuáles han sido las ventajas y las desventajas de escribir en euskera?

A. L. Cuando empiezo a escribir en los años sesenta las desventajas son mucho mayores. Pero incluso en aquella situación, cuando publico mi primer libro, que vende más de mil ejemplares, no es una situación peor que la de un escritor que comienza en Madrid o en León, como cuando empezaron Manuel Longares o Julio Llamazares. Por eso está el fenómeno tan importante de la traducción, que para mí es definitivo.

K. U. Han cambiado muchísimas cosas. Ahora todo va más rápido para bien y para mal, Pero puedes también caer en el olvido más pronto. Existe otro peligro: que los autores se sientan a gusto en nuestra propia literatura y no tengan ese impulso que tenían las generaciones anteriores para querer salir, para querer ser traducidos. Ese peligro también existe de vivir solamente nuestra propia comunidad, de leer solamente nuestros autores, de no querer ser traducido. Sin embargo, la sociedad ha cambiado mucho, y ahora se viaja más. Todo eso ha evolucionado, y mucho más con Internet.

P. La generación de Lertxundi, por razones obvias, se comprometió más con una sociedad que quería vivir en libertad. Hoy, quizá los jóvenes estén menos atados a ese tipo de compromiso.

A. L. Independientemente de que una persona como ciudadano responda de una forma determinada a los requerimientos de la sociedad en la que vive, cuando uno decide ser escritor el compromiso claro que adquiere ante la sociedad no es qué posición toma ante una determinada situación u otra, sino qué va a hacer con su obra, y si esta responde al momento que trata de reflejar de una forma u otra, y si indaga en cuestiones vitales para esa sociedad. El compromiso que yo adquiero no es más que ese. Creo que me he comprometido con el país porque creía firmemente que iba a pasos agigantados hacia una deriva moral. Y, sin embargo, pienso que quizás mi compromiso, si no hubiera sido escritor, hubiera sido más o menos idéntico, porque es distinto al propio acto de escribir.

K. U. Recuerdo una polémica entre Gide y Joyce. Gide le echaba en cara que había dejado de ser ese ser solitario que mira desde un margen a la sociedad y que siempre es crítico. Creo que para un escritor es muy difícil tomar compromiso con una parte de la sociedad. Un escritor es aquella persona que está siempre cruzando fronteras, que le gustan las excepciones, esos personajes que están entre dos mundos. El escritor siempre es un individuo que cuenta las cosas a su manera y por eso es muy incomodo para él estar bajo consigna. Pero, de todas maneras, la actitud moral del escritor debe ser fundamental.

P. ¿En qué manera la violencia y su persistencia les ha influenciado a la hora de escribir?

A. L. Vemos la gran polémica que se ha dado ahora en Francia con Céline, en la que mi postura es qué gran escritor y qué mala persona! Ahora bien, pasarán los años y los siglos y quedará el escritor. Y ahí está la opción que cada cual elige, y la trayectoria vital que le marcan esas circunstancias. Pero existe la contraria, de decir qué gran personaje y qué mal escritor. Las circunstancias históricas son distintas, y ya desde el punto de partida, en el hecho de una opción como la lengua, tuve que optar. Kirmen no. Solamente eso, y es un paso que se da en muy poco tiempo.

K. U. El escritor tiene que hurgar en la herida para limpiarla y luego cerrarla. Eso es fundamental. Hablar de cosas que se silencian en la sociedad, tratar de establecer puentes, nexos de unión. Para mí eso es muy importante, y más en una sociedad como la vasca. Y si la literatura vale para empezar, poco a poco, a hablar de cosas que no nos hemos atrevido a plantear, bienvenida sea.

Kirmen Uribe ganó el Nacional de Literatura de 2009 en narrativa por Bilbao-New York-Bilbao. Andu Lertxundi, el de 2010 de ensayo por Eskarmentuaren paperak. EL PAÍS les ha reunido a hablar de su oficio

Los escritores Kirmen Uribe (izquierda) y Andu Lertxundi, antes de comenzar su debate en Zarautz.
Los escritores Kirmen Uribe (izquierda) y Andu Lertxundi, antes de comenzar su debate en Zarautz.JESÚS URIARTE

Kirmen Uribe

Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) nació en una familia de arrantzales. Estudió Filología Vasca en Vitoria e hizo un posgrado de Literatura Comparada en Trento (Italia). Ha trabajado como profesor y guionista. Bilbao-New York-Bilbao, su primera novela, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica 2008 en euskera, y el Nacional de Literatura 2009 en la modalidad de narrativa. Autor de varios libros de cuentos, su poemario Bitartean heldu eskutik (2001; Mientras tanto dame la mano, 2003) también fue premiado por la crítica.

Andu Lertxundi

Andu Lertxundi (Orio, 1948) es uno de los grandes renovadores de la narrativa en euskera. Tras Otto Pette (1994), se centró en creencias tradicionales europeas, como las leyendas diabólicas, en una serie de piezas que reelaboró en una novela editada en castellano como El huésped de la noche (2001). Otras obras suyas son Azkenaz beste (1996; Un final para Nora, 1999) o Argizariaren egunak (1998; Los días de la cera, 2001). Premio Nacional de Literatura 2010 en la modalidad de ensayo por Eskarmentuaren paperak (Vidas y otras dudas).

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