Las tiendas de barrio dan las últimas boqueadas
El comercio del centro acusa la crisis y la expansión de las grandes cadenas
Tras el mostrador de la tienda de ultramarinos de Lorenzo Santos, dos básculas descansan en el suelo ocupando casi toda la pequeña trastienda. Una de ellas, blanca, como salida de un capítulo de Cuéntame, tiene pegados viejos adhesivos infantiles, de esos que se regalaban hace décadas con los chicles o los helados. La otra, dorada, majestuosa, más antigua todavía, anuncia en su pantalla que puede pesar hasta 20 kilos. "Lo que no sé es dónde la vamos a poner en casa. Nos la llevaremos al pueblo", dice Paqui Férez, la mujer de Lorenzo y, junto a él, única empleada de Alimentación Santos. "Y a ver cómo nos llevamos las pesas, que son enormes".
Porque se lo llevan todo. A Ultramarinos Santos, que lleva casi medio siglo en la esquina de las calles de Conde de Xiquena y Almirante, no le queda más remedio que cerrar. El negocio no da para más. A solo unos metros, en Barquillo, una franquicia de un conocido supermercado francés abrió sus puertas el pasado octubre. Unos 200 metros cuadrados de marcas blancas y precios bajos contra los que es casi imposible luchar.
"La única forma de sobrevivir es diferenciarse", dice un propietario
Otras superficies de marcas conocidas han abierto cerca, en calles del barrio
"Nos dicen que hemos aguantado poco, que teníamos que haber intentado resistir más. Pero nos pasábamos aquí todo el día, y a fin de mes no sacábamos ni la mitad del salario mínimo", dice Paqui. Si han conseguido sobrevivir este tiempo, ha sido gracias a un alquiler de renta antigua: sus cerca de 200 metros cuadrados cuestan 500 euros al mes, pero el contrato acaba en 2014. "El local de al lado, que también cierra, paga 4.000. Así imposible", comenta el matrimonio.
Ese local de al lado es una tienda de ropa de señora que regenta Rocío Comín. Lleva allí ocho años pero se ha hartado de pagar tanto por tan poco. "Los alquileres son carísimos. Se parecen a los del barrio de Salamanca, pero allí hay mucha más afluencia de público", afirma Comín, que ya hace años que dejó de vender chaquetones de 1.500 euros y abrigos de 400: "Ahora ya no traigo chaquetas de más de 120 euros".
Ultramarinos Santos es un negocio familiar. Los padres de Lorenzo lo inauguraron en 1963, y él empezó dos años después, tras la muerte de su padre. Hoy, cumplidos los 58 años, no sabe qué hacer. "Me apuntaré al Inem, haré alguna entrevista... Más allá de los 40 parece que no vales para nada, pero hay que moverse", explica resignado en la que todavía es su tienda. Por el suelo, cestas y bolsas con paquetes de carne de membrillo y de latas de conserva. En las estanterías, botellas de vino y de licor y algunas cajas de cereales. Muchos se los llevarán amigos y familiares.
La Organización de Profesionales y Autónomos, que representa a estos trabajadores en España, afirma que casi 500.000 nuevos negocios se abrieron en España en 2010, pero que 560.000 echaron la persiana. La Comunidad de Madrid acabó el año con 357.000 autónomos dados de alta en la Seguridad Social, unos 3.600 menos que el año anterior.
La presencia del nuevo supermercado ha agitado un poco más al barrio."Lo importante es diferenciarse. Es la única manera de sobrevivir", explica Pablo Leivar, dueño de la frutería Casa Aragón. Él, de profesión perito industrial, le compró el negocio a su madre hace 30 años, aunque la tienda existe desde hace más de 80.
"Antes, si trabajabas mucho, el negocio daba mucho. Ahora, por mucho que hagas, no da para tanto", explica Leivar en su tienda, entre melones y uvas. Con cinco empleados a su cargo, Casa Aragón se ha especializado en suministrar a hostelería y en hacer pedidos a domicilio.
Un empresario chino le quiso comprar el negocio al frutero hace un par de años. A Elena Gómez, dueña de Alimentación Salesas, en la misma plaza, se lo ofrecen a menudo. "Claro, claro que preguntan", ríe Gómez. Su local se ve afectado, además de por la crisis, por el nuevo supermercado. "Pero sobrevivimos", explica, gracias también a la renta antigua y a los pedidos de los vecinos de la zona. "Aunque el nuevo súper nos hace competencia desleal: ellos venden los yogures al mismo precio que yo se los compro al proveedor, y así es imposible", explica la dueña, que asegura que, por el poder adquisitivo del barrio, no se necesitaba un supermercado de este tipo. "Aquí la gente busca calidad, no marcas blancas. Son algo más baratas, pero la gente ya está volviendo. Desde esta semana se nota más público", dice la mujer.
El nuevo súper no es el único. Otras superficies de marcas conocidas han abierto cerca, en calles del barrio o en mercados, como el de San Antón. En el centro comercial Abc de la calle de Serrano está prevista la apertura de un nuevo Mercadona para el año 2012.
El encargado del polémico supermercado, Juan Carlos, no es de la misma opinión. Asegura que muchos vecinos le han expresado su alegría por el nuevo establecimiento. "Dicen que ya hacía falta, también la gente de las oficinas, que se pasan a hacer la compra a última hora de la tarde", explica mientras unos veinteañeros compran un sobre de pasta precocinada.
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