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Revolución virtual y represión real

El cerrojazo informativo del régimen sirio hace que solo se conozca la versión de los disidentes en Internet

Enric González

Las revueltas de Túnez y Egipto arrancaron gracias a Internet. Redes sociales como Facebook facilitaron la coordinación de los manifestantes y, sobre todo, ayudaron a vencer el miedo: los jóvenes descontentos se convencieron de que podían formar una multitud si salían a la calle al mismo tiempo. En Siria se ha ido más allá. Un núcleo de activistas cibernéticos no solo fomenta y coordina, sino que sirve a la prensa internacional el menú informativo. Gracias a la cerrazón del Gobierno de Damasco, solo sabemos lo que los activistas quieren que sepamos.

Se trata de un vuelco de gran trascendencia. Hasta la fecha, era el poder quien procuraba hacerse con el monopolio de la propaganda. Los Gobiernos disponían de amplias ventajas para difundir su versión de los hechos, aunque raramente conseguían ser la única voz audible. Los activistas sirios sí lo han logrado. Son a la vez el actor y el crítico.

El mundo ignora lo que no muestran las filmaciones difundidas en la Red

El flujo informativo es dirigido por decenas o centenares de opositores con un teléfono móvil y un ordenador. Parte de ellos están fuera de Siria. Los que residen en Líbano prefieren no contactar personalmente con la prensa y alegan motivos de seguridad hasta cierto punto razonables: en el universo cibernético nadie sabe quién es quién, y los servicios secretos sirios gozan de larga experiencia en materia de secuestros dentro del país vecino. Rami Najle, un ciberactivista de 28 años, se convirtió ayer en una pequeña celebridad en Beirut al aceptar aparecer en las páginas de The New York Times. Su perfil encaja con lo que el mundo exterior desea del revolucionario sirio: es joven, liberal e idealista.

Se sabe que hay protestas en Siria, se sabe que la represión es dura, se sabe que hay muertos. Eso debería quedar fuera de discusión porque lo admite el propio Gobierno. Más allá, poca cosa. Ni siquiera Al Yazira, la televisión catarí que mantiene una red de colaboradores clandestinos en el interior, logra componer un retrato fiable de lo que ocurre. Ante las enormes dudas, ¿habría que dejar de informar? Nadie ha optado por eso. Por tanto, resulta necesario consumir lo único disponible, lo que proporcionan los activistas, empezando por las cifras de muertos. Ayer los correos electrónicos hablaron de una gran redada nocturna lanzada por la policía sobre participantes en las manifestaciones, de la detención de cientos de ellos, de nuevas protestas y de, al menos, otros cuatro muertos.

No se podría haber llegado a esta situación atípica sin la colaboración de Bachar el Asad y su régimen. Por un lado, lo que dice el Gobierno sirio carece de credibilidad porque exhibe un largo historial de cinismo y de manipulación y en esta crisis ya se ha contradicho varias veces. Por otro lado, el cierre de la frontera a los periodistas extranjeros y la censura sobre los periodistas locales impide verificar lo que afirman los activistas. E incluso cuando se puede comprobar comparando imágenes o telefoneando al azar a residentes locales (si funcionan los teléfonos), el mundo ignora lo que no muestran las filmaciones difundidas por Internet. ¿Cuántos son realmente los manifestantes? ¿Cuánta gente respalda a Bachar el Asad? ¿Hay islamistas? ¿Hay rebeldes armados?

Resulta extraordinario que esto ocurra en un país al que millones de extranjeros acuden como turistas, estudiantes o profesionales, y que, salvo a los periodistas, mantiene las fronteras abiertas. El Gobierno sirio, con cierta lógica, quiere evitar el efecto mediático registrado en las revueltas de Túnez o Egipto: la elevada presencia de cámaras y reporteros internacionales en la plaza Tahrir atraía masas hacia allí, facilitando el plan revolucionario. Sin embargo, los reporteros podían viajar también a otras zonas, preguntar por la calle, ver físicamente si la policía disparaba o no. Con el cerrojo, el régimen sirio se ahorra un daño pero se inflige otro.

Mientras Siria no abra fronteras a la prensa, se asistirá a una revolución virtual narrada desde un solo lado. Y los periodistas permanecerán en un terreno ambiguo, incierto y frustrante.

Varios hombres trasladan a un manifestante herido en la cabeza durante una protesta en Damasco. La imagen procede de un vídeo colgado en una red social el sábado.
Varios hombres trasladan a un manifestante herido en la cabeza durante una protesta en Damasco. La imagen procede de un vídeo colgado en una red social el sábado.REUTERS

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