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Columna
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La hora de los piratas

Lluís Bassets

Nadie al volante ante la crisis libia, en efecto. Y nadie al volante en los otros frentes de la globalidad averiada en la que nos internamos como en una selva oscura. Sin líderes y sin hoja de ruta. No sabemos hacia dónde vamos y no hay nadie que tenga vocación de ponerse al frente. Las nuevas potencias ascendentes van a lo suyo, a su interés y a su provecho. Ellos son los que menos sufren las averías, que fundamentalmente son tres: la medioambiental, la geopolítica y la económica. La que se ha declarado en Fukushima y nos ha proporcionado la ecuación irresoluble de unos costes energéticos que no cuadran con nuestros recursos, la que se ha abierto en el mundo árabe descomponiendo el sistema de alianzas trabado en los últimos 70 años y la que se ha declarado con las cuentas de los países occidentales, endeudados hasta las orejas con los emergentes y sin rumbo claro de estabilización de sus balanzas fiscales.

El líder global no tiene credibilidad: lo dicen el FMI, una agencia de 'rating' y su banquero chino

Estamos viviendo estos días un momento estelar de esta última avería puesto que el hasta ahora patrón de la nave, la superpotencia malgastadora y endeudada, acaba de recibir los tres avisos de rigor ante su actitud irresponsable. El primero se lo ha dado el Fondo Monetario Internacional, en su informe de perspectivas económicas mundiales, donde le pide una "estrategia creíble" de reducción del déficit como si fuera Sudamérica y no Norteamérica; el segundo se lo ha dado la agencia de rating Standard & Poors, también por primera vez en la historia, en forma de una advertencia inicial sobre la clasificación de la deuda; y el tercero se lo ha dado ni más ni menos que su banquero, la República Popular China, el país que tiene más de 1.000 millones invertidos en bonos del Tesoro americano, que son parte de los más de 3.000 millones de sus reservas en dólares.

El mensaje que se deriva de los avisos es muy claro: recorten servicios sociales y gasto militar o aumenten impuestos. Los republicanos, ahora con mayoría en la Cámara de Representantes, quieren solo recortes sociales, seguir su dispendioso tren de vida militar y no tocar los impuestos. Sus electores más adinerados se lo exigen. Además están convencidos de que dejar que los ricos se hagan más ricos y que los pobres su espabilen es la única forma de recuperar el ritmo de la economía y mantener el poderío imperial. Puede ser una superstición, pero para la mitad de la opinión pública es dogma de fe; tanto como el derecho a portar armas o la primera enmienda sobre la libertad de prensa.

Está demostrado que no hay voluntad republicana de disminuir el déficit, que ha crecido en todas las presidencias de color conservador desde Reagan, mientras que se debe precisamente a Clinton el equilibrio de las cuentas. Es además una estrategia perversa: de lo que se trata siempre es de cortar el gasto público, a excepción de lo que atañe al presupuesto militar: con este pie forzado no hay más remedio que acometer recortes terribles en el gasto del Estado federal dedicado a servicios públicos y bienestar. Responde al liberalismo extremo y a la devolución de poder a los Estados, principios ambos profundamente enraizados en la América mas conservadora.

Obama busca la contorsión imposible: tocar un poco el gasto militar, mantener razonablemente el gasto social y eliminar las últimas exenciones de impuestos de su antecesor George W. Bush. Pero con este juego, sometido al dictado de la agenda republicana, es difícil que los recortes exigidos tengan credibilidad. En este choque frontal con los republicanos cree que se juega la elección presidencial de 2012, pero también el mantenimiento del liderazgo mundial que todavía está en manos de Washington. Los presupuestos republicanos son, según la visión de Obama, la rendición de Estados Unidos en la carrera de la competitividad con los países emergentes, que avanzan a grandes zancadas en todos los indicadores macroeconómicos. Al igual que el actual endeudamiento desbocado, de otra parte, es una amenaza a la propia seguridad de EE UU, en frase del jefe del Estado Mayor, el almirante Mike Mullen, que ya ha hecho fortuna.

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Según el FMI, China igualará a Estados Unidos dentro de cinco años en PIB, mucho antes de lo que rezaban las anteriores previsiones. También India superará a Japón y se convertirá en la tercera economía mundial ya en 2016. Pero estas nuevas potencias emergentes no tienen mucho interés por el momento en poner orden en el mundo sino en mantenerlo en casa para seguir ascendiendo. Tampoco sería muy tranquilizador, de otra parte, que súbitamente descubrieran una vocación de liderazgo global. En temporada de averías globales, no hay pues países que lideren, ni líderes que lideren los países que lideraron un día. Tampoco hay hojas de ruta. Ni sistemas eficaces para tomar decisiones, en lo que hoy se denomina crisis de gobernanza. Hay de todo, en cambio, líderes, hojas de ruta e incluso sistemas eficaces, dentro de los países que nos pisan los talones. Cuando los buques van a la deriva es el momento de los motines y de los piratas. Cuidado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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