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ANÁLISIS | Elecciones municipales y forales
Columna
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El hueco foral

Por fin Rodríguez Zapatero anunció su decisión: renuncia a optar a un tercer mandato como presidente del Gobierno. Me parece una gran noticia porque ya son los dos los presidentes, él y Aznar, los que se conforman con una única reelección. Sean cuales sean las razones que hayan movido a uno y otro a tomar tal decisión, sería muy bueno que, en ausencia hoy de una norma legal que limite el número de mandatos, se vaya conformando y arraigando un uso que se convierta en costumbre. Creo que todo ello redundaría en una mejora cualitativa del ordenamiento constitucional vigente.

Cuando se habla de las leyes forales vascas, muchos creen que estamos ante normas obsoletas y anacrónicas. Sin embargo, las más singulares responden a valores y criterios que siguen siendo válidos en la democracia moderna, porque atañen a su naturaleza esencial. Una de ellas es el llamado "hueco foral". En Álava, durante casi cuatro siglos, al diputado general se le nombraba por tres años, y no podía ser reelegido sin que transcurriera el espacio de otros tres. Solo en dos ocasiones, concurriendo circunstancias gravísimas, se hizo una excepción confirmatoria de la regla. Y si bien sería absurdo hoy copiar la fórmula que usaron nuestros antepasados, su espíritu se puede recuperar con la prohibición de más de una reelección para determinados cargos del poder ejecutivo. Es cierto que sobre esta cuestión cabe tanto un pronunciamiento favorable como contrario, porque la existencia de tal limitación no es en absoluto una condición inexcusable de todo sistema constitucional. Ahora bien, entiendo que la misma, vigente en numerosos países, presenta más ventajas que inconvenientes, y resuelve más problemas de los que pueda provocar.

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La limitación temporal de los mandatos protege a los ciudadanos de los políticos y a éstos de sí mismos. El ejercicio del gobierno erosiona y desgasta, sea cual sea la calidad del material físico y mental del que estén hechos quienes lo desempeñan. El poder cambia a quienes lo ostentan, y no siempre para bien, cuanto mayor y cuanto más tiempo se disfruta. El poder es enormemente adictivo y, por ello, quienes lo consumen requieren cada vez mayores dosis para satisfacerse. Si uno está enganchado demasiado tiempo al poder, puede terminar confundiendo el interés general con el propio, que consiste precisamente en seguir disponiendo de tan peligrosa droga. Es conveniente, por tanto, que cambiemos tan delicadas y decisivas piezas, como son los gobernantes, antes de que aparezca la fatiga del material. Es bueno para el sistema democrático perfeccionar el juego de equilibrio y contrapesos con esta limitación en el poder ejecutivo.

No hay nada que no se pueda llevar a cabo en ocho años de gobierno ni nada que no pueda realizar o rematar el siguiente. Cuando oigan a un gobernante decir que necesita más tiempo para desarrollar y completar su tarea, no se lo crean: está enmascarando su apetencia al cargo. Cuando le oigan decir que conserva la misma ilusión y capacidad para servir a los demás que tenía el primer día, tampoco se lo crean: está engañándose a sí mismo, porque la energía, la frescura mental, la fuerza para generar nuevas ideas e impulsar nuevos proyectos no son nunca, ni de lejos, las que tenía al principio del mandato. La experiencia demuestra que el mayor error de relevantes líderes ha sido no retirarse a tiempo, hasta el punto de empañar sus anteriores logros con las equivocaciones cometidas en ese o esos mandatos finales, que no deberían haber desempeñado.

En este país se habla de alternancia política solo cuando un partido sustituye a otro en el gobierno. Pero también hay alternancia cuando en un partido se produce el relevo de quienes han de desempeñar el gobierno. Y si toda alternancia es positiva en sí misma, por lo que tiene de renovación, toda fórmula que la imponga y promueva en el seno de los propios partidos aumenta la calidad de nuestra democracia. Si todos los partidos con aspiraciones y posibilidad de gobernar supieran que al menos cada ocho años deben de sustituir a sus principales candidatos y líderes, el debate interno y la participación de la militancia serían más ricos y amplios que en la actualidad. Limitar los mandatos es afirmar la confianza en la capacidad para elegir a sus gobernantes de la sociedad, que no precisa de hombres o líderes providenciales que son, como nos enseña la historia, los que al fin y a la postre mayores daños han causado y causan a la democracia allí donde han gobernado. Permitir una única reelección es también una regla que siempre incrementa y mejora el grado de control al poder por parte de los ciudadanos, control sin el que la democracia decae.

En definitiva, sería muy conveniente para nuestro sistema democrático que el presidente del Gobierno, los presidentes de las comunidades autónomas y en Euskadi los diputados generales sólo pudieran optar a una reelección. y me gustaría que en este nuestro país, en el que tanto se nos llena la boca a veces con nuestras tradiciones, nuestras singularidades, nuestra identidad, por una vez fuéramos coherentes y recuperáramos lo mejor de aquellas normas forales, adaptándolas a este tiempo. Me gustaría que, al menos en Álava, se recuperara el espíritu del "hueco foral" y ningún diputado general pudiera permanecer más de ocho años en el cargo.

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