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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alerta de burbuja social

Si los cálculos de valor de las compañías tecnológicas se fían hoy más de los fundamentales (ingresos y beneficios), y si el mercado recuerda todavía el espectacular hundimiento de las puntocom a principios de siglo, ¿por qué se recrudecen los temores sobre una inmediata burbuja de las empresas que rondan Internet? Porque no es posible evitar una euforia especulativa en un negocio que lleva al menos dos lustros buscando una fuente segura de ingresos directos. Dicho de otra forma, a los inversores se les hacen los dedos huéspedes buscando con avidez una fuente de plusvalías. Las empresas del mercado de las redes sociales cuentan con ingresos publicitarios, por supuesto, pero los estrategas del mercado saben que el volumen de publicidad es limitado (unos 60.000 millones de dólares, de los cuales la mitad es para Google) y preferirían contar con flujos de pago de los usuarios. El problema es que el modelo de pago no está articulado; LinkedIn lo intentó y solo consiguió cobrar al 8% de los consumidores.

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Aquí no caben todos

La discusión sobre si hay burbuja social o no la hay carece de respuestas hoy y no las habrá mientras las redes sociales no concreten sus salidas a Bolsa. Entonces se conocerá cuál es el valor que atribuyen los inversores a las compañías. Los cálculos actuales, realizados sobre precios de paquetes minoritarios, arrojan una sobrevaloración excesiva, del orden de 30 o 40 veces sus ingresos presentes. Pero evidentemente es una ficción; solo la cotización en Bolsa medirá el precio. Facebook ha anunciado que saldrá a cotizar en abril de 2012, pero con la cláusula de estilo que se usa en estos casos: tentativamente. Del resto de las grandes (Twitter, Zynga, LinkedIn) se sabe que lo harán, pero no cuándo. La clave para alejar cualquier riesgo de burbuja es relativamente sencilla. Consiste en cotizar cuando el modelo de negocio sea claro y esté perfectamente delimitado. Hay compañías que cumplen los requisitos (Google sabe que su negocio es la publicidad, porque controla ese mercado), pero en otras no está tan claro.

El segundo gran requisito es evitar los subterfugios de valoración que causaron el crash de las puntocom. Nada de flujos financieros del futuro que se retrotraen hasta el presente, ni de parámetros lejanos a los ingresos y a los beneficios. Dicho lo cual, también hay que tener en cuenta que los mercados financieros no tienen en la actualidad la salud suficiente como para financiar compras de acciones con cálculos tan débiles como los que se utilizaron a finales del siglo XX. El apalancamiento financiero resucitará, pero vive en la actualidad horas muy bajas.

Hay burbujas en marcha, dijo George Soros, pero la hipotética de las redes sociales no está entre las más acuciantes. Preocupa más la de los precios de los alimentos, en lenta y fatal expansión desde 2008, que es una causa (entre otras) de la rebelión popular en el norte de África. Empieza a despuntar la del agua, imperceptible en España porque aquí no hay mercado y, por tanto, tampoco precio. Pero ninguna será realmente peligrosa en tanto no se produzca el pleno restablecimiento de los balances bancarios en todo el mundo. De la misma forma que será difícil precisar los contornos del gran mercado de las redes sociales mientras no salgan a Bolsa, tampoco es posible evaluar qué mercados pueden convertirse en explosiones especulativas en tanto no se normalicen los flujos financieros.

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