Los republicanos toman cautivo a Obama
El presidente evita in extremis el 'cierre' de la Administración de EE UU a costa de ceder ante los radicales - La pugna hasta las elecciones de 2012 se redobla
Se ha evitado in extremis el cierre del Gobierno, pero la amenaza de una crisis política sigue latente a la vista de las enormes dificultades que Barack Obama tendrá para aprobar sus presupuestos y gobernar con un Congreso decidido a impedirlo. No hay un vencedor claro de esta primera batalla. Tanto el presidente como la oposición republicana han hecho concesiones y han dañado su imagen en algunos sectores del electorado. Lo más grave de este conflicto es, sin embargo, la demostración de que el radicalismo republicano es capaz de abortar el proyecto político de Obama, al menos hasta 2012.
El miedo a la pésima imagen que ofrecerían al país con la suspensión de las actividades no esenciales de la Administración federal -que es lo que representa el cierre-, hizo que, a última hora, se alcanzara un acuerdo que satisface parcialmente la aspiración republicana de recortar el gasto público y respeta el deseo demócrata de mantener ayudas a organizaciones que, entre otros servicios sanitarios, practican abortos.
Los conservadores quieren impedir que el Gobierno cumpla su agenda política
El presidente ha asumido un papel de árbitro en un guiño al centrismo
El acuerdo tiene dos partes: una que concede autoridad al Gobierno a seguir utilizado el Tesoro público hasta el próximo viernes y otra que permitirá la aprobación por fin del presupuesto de 2011 y que debe de ser votada en ambas cámaras del Congreso a lo largo de la próxima semana. Técnicamente todavía existe, pues, el riesgo de que este compromiso sea rechazado, pero los líderes de ambos partidos están seguros de tener los votos suficientes para que eso no ocurra.
Los republicanos han conseguido recortar 38.000 millones de dólares (26.000 millones de euros) de un presupuesto de 3,5 billones. No parece una gran cantidad. Es menos de su objetivo inicial de 60.000 millones y, desde luego, una porción ridícula de los 1,6 billones de dólares de déficit con los que se cuenta para final de este año.
Desde el punto de vista económico, por tanto, no tiene una gran trascendencia. Pero sí desde el punto de vista político. Con este recorte, los republicanos dejan claro que no van a aceptar que el Gobierno cumpla su agenda política. "Programas de los que depende el bienestar de mucha gente serán cortados, proyectos de infraestructuras necesarios serán retrasados", admitió Obama al anunciar el acuerdo.
Esa discrepancia se trasladará inmediatamente al debate público. La Casa Blanca ha presentado ya los presupuestos de 2012 -el actual año fiscal concluye el 30 de septiembre-. Para cumplirlos, es preciso previamente que el Congreso le autorice a asumir nuevo endeudamiento, lo que tiene que ocurrir durante el mes próximo. Sin esa autorización, Estados Unidos podría entrar técnicamente en suspensión de pagos.
Comparado con la batalla que se avecina, este conflicto resuelto sobre el cierre es una mera anécdota. Si no se consiguen salvar las enormes diferencias ideológicas que en estos momentos dividen a los dos grandes partidos, este país puede llegar a las próximas elecciones presidenciales sin presupuesto y en una situación financiera caótica. Esas elecciones se ven ya, en todo caso, como el único objetivo de todos y el juez definitivo de esta crisis.
En esa perspectiva, cada uno ha jugado en estos días sus cartas de la manera que mejor ha creído. Los republicanos han empujado pero sin llegar el extremo del cierre con el que soñaba el sector radical del Tea Party. Los demócratas han aprovechado para exponer insistentemente ante el país la irresponsabilidad de una oposición en manos del fanatismo ideológico.
Obama, a su vez, ha asumido un papel de árbitro que decepciona a la izquierda -también partidaria del cierre antes que aceptar recortes sociales- pero que le puede permitir ganarse las simpatías del centro. Conocido el precedente de 1995, cuando un Congreso de mayoría republicana provocó un cierre del Gobierno que acabó dando alas a Bill Clinton hacia la reelección, Obama podría haber forzado la situación para repetir la experiencia.
Ha preferido, sin embargo, no hacerlo. "Hoy, norteamericanos de diferentes convicciones han conseguido ponerse de acuerdo", dijo el presidente tras el pacto que evitó el cierre. Ha preferido reservarse el mérito de ayudar a las dos partes a hacer lo que nación entendía que había que hacer. De esa manera, intenta conectar con una mayoría de votantes que desean tanto la reducción del déficit público como rechazan los extremismos. El recorte del déficit y la deuda son una reclamación habitual del electorado, aunque sea de forma siempre muy genérica. Los votantes quieren menos deuda, pero se oponen, por lo general, a reducir los programas que es necesario reducir para abordar ese problema de una forma decisiva.
Obama considera que lo más importante se ha salvado con este acuerdo. "Mantenemos las inversiones que son necesarias para el futuro", dijo. Y, al mismo tiempo, consigue situarse personalmente como un líder prudente frente al radicalismo de sus opositores. Una reciente encuesta de Gallup demuestra la caída de la popularidad del Tea Party en las últimas semanas: ya son más los ciudadanos que rechazan ese sector que los que lo apoyan.
El acuerdo
- La ley de financiación a corto plazo mantendrá el Gobierno en funcionamiento hasta el jueves.
- El acuerdo satisface parcialmente la aspiración republicana de recortar el gasto público y respeta el deseo de los demócratas de mantener las ayudas a organizaciones que, entre otros servicios sanitarios, practican abortos.
- Los republicanos han conseguido un recorte de 38.000 millones de dólares (26.000 millones de euros) de un presupuesto de 3,5 billones.
- El acuerdo permite al Gobierno seguir utilizando
el Tesoro Público hasta el viernes y facilita la aprobación del presupuesto de 2011, que debe de ser votada en el Congreso a lo largo de la próxima semana.
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