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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Salidas y llegadas en tromba

Manuel Rodríguez Rivero

Hay semanas en la vida en las que parece que todo se acelera, lo público y lo privado. En esta en la que estamos (y en la que, por cierto, se conmemora el 72º aniversario del parte franquista que ponía fin oficial a la Guerra Civil, posteriormente prolongada por otros medios), hemos asistido al último acto de un enloquecido vodevil de inauguraciones públicas a cargo de políticos municipales y autonómicos, que han apurado los plazos legales para llevarlas a cabo en una demostración antológica de que el españolísimo vicio de la procrastinación sigue causando estragos, por más que a menudo solo resulten cómicos o surrealistas. Con los comicios al caer urgía sacarse la foto para que, cuando llegue la hora de depositar la papeleta en la urna, los tornadizos electores puedan traer a su memoria la complacida imagen de los nuevos constructores de pirámides. No importa que, en el concentrado e intenso quilombo inaugural de última hora, las autoridades hayan cortado las cintas de aeropuertos en que no aterrizan aviones, de hospitales que solo existen en maqueta, de estaciones y túneles por los que no pasan los trenes, de centros comerciales (en históricas plazas de toros convenientemente desacralizadas) en los que casi todo funciona manga por hombro, o de museos con las prestaciones todavía en camino. Incluso se ha inaugurado virtualmente lo que aún no existe pero podría existir en el futuro, con tal de que concedamos el codiciado voto a quienes, si les dejamos "desarrollar su proyecto", nos garantizan mejores ciudades y pueblos en los que desplegar nuestro brillante porvenir colectivo.

En las librerías las ventas están cada vez más concentradas en menos títulos, pero el sistema sigue siendo fundamentalmente sano

Esta misma semana también tendrá lugar (y nada ni nadie puede impedirlo) el disparo de salida de una precampaña electoral que, tal como están las cosas, se prolongará presumiblemente hasta entrado 2012, tiempo previsto para las undécimas elecciones generales de la democracia. Claro que la inminente "salida en tromba" (así la designan los entusiastas de camisa arremangada) de los políticos de todos los matices a la caza de sufragios coge a buena parte de la ciudadanía desorientada o desganada, cuando no definitiva y (por ahora) sordamente cabreada. Entre esos ciudadanos, muchos de los cuales no están dispuestos a votar a la derecha (tampoco en las municipales), conozco a bastantes socios de ese club al que se refería hace unos días Santos Juliá y que está formado por "gente adulta" a la que le "trae sin cuidado que Rodríguez Zapatero se presente o no" porque ya han decidido que en ningún caso lo van a votar. De manera que tengo verdadera curiosidad por saber cómo se las van a arreglar los lepidopterólogos de la política para atraer a su red a las volátiles (evidentemente) mariposas de una izquierda cada vez más desencantada, y que duda si quedarse en casa, votar en blanco o prestar sin entusiasmo el sufragio a quienes en ningún caso pueden ganar. A ver qué nos prometen esta vez y para qué manifiestos nos piden la firma.

También, y en otro orden de cosas, en esta y en la próxima semana culminará la llegada en tromba a nuestras depauperadas librerías de las "apuestas" de Sant Jordi. Como la gente gasta menos, las editoriales se esfuerzan en sacar lo mejor (comercialmente hablando) de cada casa. Compiten abundantes y supuestos best sellers nacionales y extranjeros, de los que se obtiene rápida noticia con solo visitar las librerías (las independientes y las otras). Afortunadamente (aunque supongo que no todo el mundo piensa igual), el comercio del libro no cuenta con un solo producto comercialmente equivalente a lo que para la industria cinematográfica representa el último bodrio de Santiago Segura. En las librerías las ventas están cada vez más concentradas en menos títulos, pero el sistema sigue fundamentalmente sano y bibliodiverso. Lo que hace falta es que leamos (y compremos) más libros.

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