El dilema de Feijóo
Para sorpresa de propios y extraños, en el pasado debate acerca del Estado de la Autonomía Alberto Núñez Feijóo se vistió el traje de autonomista convencido. Lo hizo con tanto énfasis que hasta se permitió remedar a Lord Palmerston y afirmar que "Galicia no tiene enemigos permanentes ni amigos permanentes. Tiene intereses permanentes". Un poco más y hasta llevado por el entusiasmo podría declararse fuerza, llave y antemural del Reino de Galicia. Incluso ponernos en la frontera de la autodeterminación, que dirían los clásicos. Naturalmente, la cosa pasó desapercibida, porque nadie le creyó ¿Quién puede hacerlo si Feijóo ha hecho todo lo posible para sacudirse toda leve mota de galleguismo? ¿Quién puede dar crédito a un hombre que, por fas y por nefas, ha repetido que eso es cosa de gentes rústicas y aldeanas, o, para decirlo al moderno modo, de gente ensimismada y que se mira al ombligo?
Si el presidente no hace valer su identidad e intereses, se desdibujará y será un líder irrelevante
Que se sepa, Núñez Feijóo nunca había hecho gala de convicciones que lo ligasen al país, salvo por la boca pequeña, de modo ritual y circunspecto. Siendo así, ¿a qué viene ahora esa declaración? ¿Es una ligereza más de un político liviano, como suelen serlo hoy casi todos? La clave tal vez pueda dárnosla la cercanía electoral y la sensación de vuelco. Estamos acercándonos al punto en que el PSOE va a consumar su harakiri y el PP va a ser consagrado con una victoria sin precedentes para la derecha en los anales de la democracia. Imagino que en Génova, 13 le ponen una vela cada día -por supuesto en la intimidad- a Zapatero y a José Blanco, en cuyos lomos de grandes estrategas no sólo ganarán las elecciones sino que le darán la vuelta al mapa político español heredado desde la transición. La goleada va a ser antológica. El ridículo, espantoso. Y encima, como una propina, les dejan hecho el trabajo sucio.
Así que Mariano va a ser presidente. Lo cual cancela el plan inicial de Feijóo que consistía en estar en situación de disponible forzoso. Feijóo madrugaba todos los días para ponerse de perfil egipcíaco y aparecer ora aquí, ora allá. Casi progresista en la SER, simpático y dicharachero con Buenafuente, razonable en Cataluña, amigo de Cascos en Asturias y firme como un Don Pelayo que ha de recuperar España en los mentideros de El Gato al Agua o entre las altas presiones de la Cope. Como quien no quiere la cosa, tejía su camino al puro estilo del país, ambiguo y taimado, confirmando todos los tópicos acerca de los gallegos. Se trataba de sustituir al líder barbado si este desaparecía en cualquier meandro.
Lo que Feijóo hacía era esperar. Pero, ahora que ese trayecto no es transitable, ahora que Mariano renace y triunfa ¿Abandonará Feijóo la Presidencia de la Xunta para convertirse en el ministro de Fomento de un futuro gobierno conservador?, ¿en vicepresidente de cualquier cosa? ¿Intentará lanzarse al tablero madrileño? Yo, de él, no lo haría. Los ministerios son como plumas que lleva el viento, movidas sólo por la voluble voluntad del jefe. Lo dejan a uno colgado en el aire. Pero en todo caso, irse o quedarse, ese será su dilema. Eso sí: si decide perseverar en Galicia y quiere pintar algo en la España casi monocolor que se avecina -con las notables y consabidas excepciones vasca y catalana- ya no puede limitarse a ser el corifeo de la derecha madrileña. El Feijóo que halagaba todos los oídos, y en especial los de la España macarrónica, se va a quedar sin espacio, precisamente porque ganarán los suyos.
La fórmula para tener cierto perfil en la España que viene ya está inventada, y se llama fraguismo. Un cierto centrismo, con un galleguismo de sobremesa, modulado e inocuo, apto para menores. Por supuesto, incluso eso sentará mal en ese Madrid que usted y yo, amable lector, sabemos. Recuérdense aquellos libelos del Abc contra Fraga, la inquina del Aznarato contra el viejo líder popular. Sin embargo, sin la Administración única y sí, sus viajes a Cuba y a Libia, Fraga pasaría desapercibido. Para pintar algo en España hay que hacerse ver, gesticular y contrariar la opinión del vulgo madrileño, que sólo te tomará en consideración si eres algo más que un meapilas de los criterios que pretende imponer todas las mañanas desde sus conciliábulos y fundaciones.
Hasta ahora, Feijóo ha sido ese meapilas, precisamente porque era un meritorio, un aspirante a ser Rajoy en lugar de Rajoy. Pero si persevera en ese papel su figura se irá diluyendo. Sin una cierta diferencia específica no se puede tener peso en el mercado político. Y la diferencia es Galicia. Si Feijóo no hace valer su identidad y sus intereses se irá desdibujando y disolviendo como una pompa de jabón. Será el chico de los recados de la nueva mayoría popular, un dirigente irrelevante e innecesario. Sobrarán los que mendiguen a la puerta de la FAES un poco de doctrina. Los micros y las cámaras buscarán el amor de otras lumbres. Y además, ya se sabe, Roma no paga a traidores.
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