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Columna
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Desnudos en Somosaguas

Se les ha reclamado tolerancia y respeto hacia a los otros a aquellos que se les ha ocurrido desnudarse en los altares universitarios de Somosaguas, aunque para decepción de algunos solo de cintura para arriba. Lo hizo el ministro de Educación, por ejemplo, y cualquier ser pacífico, harto de rifirrafes de este tipo con viejas resonancias locales y clericales, pediría lo mismo que el ministro. Pero por más que este hecho sea "reprobable, inadecuado e improcedente", al decir de Gabilondo, como lo son las pintadas con que los sublevados adornaron la capilla complutense de Somosaguas en días anteriores a su espectáculo, no creo que la protesta persiguiera faltar al respeto de las convicciones religiosas de los católicos sino defender sus propias convicciones hacia las que perciben escasa tolerancia y con frecuencia abruptas desconsideraciones desde los púlpitos por parte de la jerarquía mitrada. Y menos meterse con Dios, que no parece que la intención de los acusados de blasfemos fuera arremeter contra la divinidad, en la que además es posible que algunos de ellos no crean, sino con la autoridad eclesiástica que ha decidido desagraviarse a sí misma. Porque a los insolentes provocadores se les ha llamado blasfemos, pero dice la RAE que blasfemia es la palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos. Aún no se tiene por tal la palabra que afecte para mal a Benedicto XVI o a Rouco Varela, pero menos si por irrespetuosa que sea no alcanza a ser injuriosa.

Lo que no ha explicado el rector es qué hacen las capillas católicas en las universidades públicas

No obstante, fue el clero el que inició en seguida un concurso de desagravios entre profanadores y profanados con sus lógicas consecuencias mientras un seudosindicato ultraderechista invocaba la protección de los jueces. Las detenciones de algunos profanadores y profanadoras han logrado una mayor resonancia para el acto de provocación y las oraciones y el incienso en reparación por las ofensas recibidas han conseguido otro tanto.

Habría que ver, sin embargo, si quienes fueron detenidos por un supuesto delito contra la libertad de conciencia y los sentimientos religiosos no lo fueron por expresar libremente su propia conciencia y en defensa de sus propios sentimientos. Porque la radicalidad con que la jerarquía católica se manifiesta frente a aquellas convicciones de los demás que no coincidan con las suyas es con alguna frecuencia tan reprobable, inadecuada e improcedente como la de estos muchachos. También algunos católicos madrileños, que no aprueban por supuesto el espectáculo de la capilla de Somosaguas, entienden en cierto modo el descontento del que nacen algunas radicalidades frente a una iglesia radical que tampoco a ellos les gusta.

Claro que como el asunto ya está en manos de la policía, esta vez ni unos ni otros podrán recurrir al Defensor del Pueblo, porque si prospera la iniciativa socialista de convertir en Defensor a su actual embajador en el Vaticano, más embajador del Vaticano en España que de España en el Vaticano, los profanadores formarán parte de un pueblo sin defensa, mientras los profanados, con Manos Limpias al frente, van a tener un defensor para ellos solos en caso de que los profanadores decidan al fin desnudarse también de medio para abajo. En todo caso, es de suponer que la policía considere un atenuante la colaboración que le prestan estos agitadores que, grabándolo todo y difundiéndolo después en las redes sociales, facilitan a los agentes las detenciones de modo gratuito por medio de esta obsesión juvenil tan contemporánea. Pero que se agravie a la autoridad eclesiástica, aunque Dios en este caso sea lo de menos, es lo que ha contribuido al río revuelto que las autoridades de la Comunidad han aprovechado -no se pierden una- para poner la cruz en el hombro de un rector que no les gusta y hacerle culpable de este calvario.

Lo que no ha explicado el rector, a quien responsabilizan los colaboradores de Aguirre de no hacer de eficaz gendarme de la Universidad, entre otras lindezas, es qué hacen las capillas católicas en las universidades públicas de un país confesional donde hay universidades del Vaticano con sus correspondientes capillas. Sí ha dicho que él piensa que no debe haberlas, pero no por qué las hay. Y tampoco el ministro, que ha sido rector de otra universidad madrileña, ha querido explicarlo. Lo que ha dicho es que ese es un debate que debe desarrollarse en el ámbito universitario. Pero ni se entiende que requiera debate lo que es una cuestión de sentido común (constitucional) ni que sea de estricta incumbencia universitaria lo que nos importa a todos.

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Bien es verdad que si hay iglesias castrenses, y catedral, arzobispo y curas militares, con gran coste además en tiempo de crisis, y la ministra del ramo no lo tiene en su agenda como un asunto a debatir en los cuarteles, no va a ser el ministro de Educación un pionero en el Gobierno del laico Zapatero para meter la nariz en la autonomía religiosa universitaria y dejar a los profanadores sin lugar para desnudarse.

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