Oportunidad tras el desastre
El sufrimiento de la población japonesa y la magnitud y aparatosidad de los daños provocados por los recientes seísmos merecen toda nuestra compasión y solidaridad, pero no deberían desviar nuestra atención de lo esencial.
Japón es un país con una elevada población humana y un elevadísimo consumo de materias primas y energía por habitante, muy por encima de lo que el territorio japonés es capaz de soportar. Y ha optado por una estrategia que implica la captación creciente y desmesurada de recursos (a menudo de otros países, como por ejemplo la madera de los bosques tropicales de Indonesia) o la generación de energía nuclear que es, intrínsecamente, ajena al funcionamiento de la biosfera. Todo ello, en una particular situación geofísica proclive a catástrofes como la ocurrida. En suma, Japón no es sino una representación exacerbada de la situación conjunta del planeta Tierra, donde (con los diferentes países poniendo el acento en uno u otro de los factores mencionados) la humanidad está empeñada en bailar al borde del abismo.
Ojalá que el pueblo japonés, una vez consiga, como lo hará, recuperarse de la catástrofe, utilice sus admirables cualidades para rectificar su trayectoria y demostrar al mundo que es posible un desarrollo contenido y en equilibrio con el funcionamiento de los sistemas biofísicos.
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