Ser o no ser
En una entrada de su diario, Virginia Woolf escribe lo siguiente: "¿Es la vida muy sólida o muy cambiante?" Después asegura que le obsesionan las dos contradicciones, que el momento en que se halla ha sucedido siempre y durará siempre, pero que es también transitorio y fugaz, como una nube sobre las olas. Y concluye: "Me impresiona la transitoriedad de la vida humana hasta tal punto que digo adiós a menudo; después de cenar con Roger [Roger Fry], por ejemplo; o cuando calculo cuántas veces más veré a Nessa [su hermana, Vanessa Bell]."
¿Es la vida muy sólida o muy cambiante? Si repaso mi vida, soy consciente de su transitoriedad y de su fijeza. También lo soy de mis adioses. Me he despedido con alguna frecuencia de personas y situaciones, a veces con la firme voluntad de no volver a verlas o vivirlas, y otras con el temor de que así ocurriera. Pero ha habido un fondo en mi vida, persistente y fatal, duradero e inmóvil, recurrente como una pesadilla, un fondo que me gustaría proclamar que no es mi vida, pero que tengo que reconocer que, extendiéndose como una red, ha acabado aprisionándola e impidiéndole su natural vuelo. Teníamos derecho a otra vida -reivindico aquí ese derecho-, y me resisto a ser esclavo de la historia, pero en nuestras circunstancias había que ser bastante indecente para dejarla de lado. Lo que nos ha impedido vivir de verdad, ser esa nube sobre las olas, tiene un nombre, y tenemos que aprender a maldecirlo: se llama ETA.
¿Ha sido ETA, esa realidad berroqueña, carpetovetónica, inmune a toda transitoriedad y todo cambio? La pregunta que hoy se hace la opinión pública es si Sortu, la nueva formación política surgida del mundo de ETA, sigue o no formando parte del mismo: ¿Sortu es o no es ETA? Que quienes lo constituyen y presenten sean los mismos que antes bailaban al son de la banda no es una prueba de que lo sea: si no fueran ellos todo seguiría igual que antes. Sin embargo, hay un dato que resulta sospechoso, un dato que deja nuestro juicio a merced de la creencia o de la buena voluntad. Lo sospechoso es el silencio de la banda ante una ruptura de esa envergadura, silencio que no consigue colmar su último comunicado. Falta el asentimiento de la banda -lo que implicaría su disolución si las intenciones de Sortu son sinceras-, o su condena.
Y ese silencio conlleva una carencia por parte de Sortu: la falta del adiós. En la interesante conversación que mantenían aquí Ander Landaburu, Javier Corcuera y Juanjo Álvarez, los tres coincidían en la necesidad de que Sortu exigiera a ETA su disolución, y que lo hiciera con claridad. Esa sería la fórmula del adiós requerida. Sería también la forma de evitar una sospecha, que quizá sea una realidad. La de que el silencio de ETA responda a un nuevo tipo de relación, la del tutelaje a salvo de rechazos. De ser así, sería un cambio, sí, pero para que todo siguiera igual. Y esa sospecha es la que aún no se ha disipado.
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