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Reportaje:

Vivir con las botas puestas

Luis Ortiz Alfau, de 95 años, compagina su voluntariado en Banco de Alimentos con su candidatura en las listas de los socialistas en Bilbao

Sentado en el salón de té New York, Luis Ortiz Alfau (Bilbao, 1917) desgrana al compás de una memoria prodigiosa los avatares de una intensa vida de 95 años marcada por su paso en el frente durante la Guerra Civil luciendo casaca republicana, el peso de sus hermanos Rafael y Ángel (el pintor de la Ría y el escritor-periodista) figuras emblemáticas de la cultura bilbaína, y su fiel voluntariado.

Ostenta con humildad, pero con cierta relevancia mediática, ser en la actualidad uno de los dos candidatos nonagenarios que va en las listas del PSE de Bilbao en las próximas elecciones municipales y uno de los voluntarios en activo de más edad de Europa por su trabajo en el Banco de Alimentos.

"Muchos me aprecian por mis hermanos y vivo un poco del cuento"

Luis se aferra con clase a la boina ante el fotógrafo "porque es muy bilbaíno". Lo mismo coge el coche para ir de Txurdinaga, su barrio, hasta Bolueta donde trabaja desde hace 15 años como voluntario, que se desplaza hasta Paredes de Nava, en Palencia, para asistir al levantamiento de una fosa. Un día a la semana participa en una tertulia en Tele 7 de Barakaldo porque le gusta contar historias y las contextualiza sin margen de error. "Me gusta vivir, sacarle chispa a la vida y moriré con las botas puestas", dice para justificar su vitalidad.

Ajeno a las militancias políticas, se unió al bando republicano a los 18 años porque su padre era de izquierdas. Estuvo en el bombardeo de Gernika pero se salvó porque su batallón se encontraba a las afueras en la retaguardia. "Nos tocó recoger muertos y heridos y mi madre siempre creyó que había muerto allí". Pasó por el campo de refugiados en Gurs (Francia), y fue sargento administrativo de un batallón creado por Indalecio Prieto para los vascos. Cuando estalló la II Guerra Mundial decidió volver a Bilbao pero le detuvieron en el puente de Hendaya y le llevaron preso a la Universidad de Deusto, convertida en prisión. A pesar de ser rojo, estuvo de escribiente en un batallón de trabajos forzosos para levantar carreteras en el Valle del Roncal. "La memoria histórica significa que nos deben pedir perdón y reconocer que se hizo mal cuando los que no teníamos delitos de guerra nos castigaron a los campos de trabajo porque nos tocó la guerra en zona roja", reflexiona.

Ortiz Alfau reconoce que salió vivo de las contiendas por la máquina de escribir. "Esa fue mi bendición, le pondría un monumento. En todos los destinos tuve la suerte de trabajar como escribiente. Fui un privilegiado y la máquina me salvó".

Está jubilado desde 1977 tras 35 años como jefe administrativo en Uralita donde entró pagando 5.000 pesetas a un falangista para conseguir un permiso oficial. "Estuve cuatro años para devolver el dinero pero conseguí un trabajo después de la guerra". Viudo desde hace dos años, vive solo: "Limpio, cocino y plancho, esto último no muy bien".

"¿Mis hermanos? Muchos me aprecian por ellos. Vivo un poco del cuento, a veces en las colas cuando me preguntan los apellidos, siempre hay una cabeza que asoma y me cede el paso", se jacta con picardía.

Luis Ortiz Alfau, durante la entrevista en el salón de té New York, en Bilbao.
Luis Ortiz Alfau, durante la entrevista en el salón de té New York, en Bilbao.LUIS ALBERTO GARCÍA

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