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Reportaje:Catástrofe en el Pacífico

La central que llegó del cielo

Fukushima recibió en 1971 la planta con los brazos abiertos porque frenó el paro

Al igual que la mayoría de localidades que acogen alguno de los más de 50 reactores nucleares de Japón, la pequeña ciudad de Ôkuma (11.000 habitantes) recibió con los brazos abiertos la instalación en los años setenta de la central que hoy tiene en vilo al país entero. Para esta localidad de la prefectura de Fukushima, la planta suponía generosos subsidios del Gobierno, más infraestructura y más servicios públicos.

Pero ante todo entrañaba una fuente de empleos bien remunerados para toda la región costera de Hamadôri, abocada a la depresión tras los progresivos despidos y la reducción de actividad de las minas Joban, motivada por la caída en desuso del carbón a favor del petróleo. Situadas en la devastada ciudad de Iwaki, 30 kilómetros al sur de donde se hallan las centrales afectadas, llegaron a ser el mayor yacimiento de hulla del archipiélago y dieron trabajo a más de 11.000 personas.

La empresa ocultó incidentes y mintió a las autoridades de 1977 a 2002
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Precisamente, el cierre definitivo de Joban se anunció en 1971, el año en que empezó a operar el primer reactor de la Fukushima I. De hecho, fue el primero de todo el país en empezar a funcionar. El próximo 26 marzo celebra su 40º aniversario.

Según datos del propio Gobierno de Fukushima, desde 1972 la renta per cápita en la prefectura no ha cesado de crecer. Y lo ha hecho especialmente en la región de Hamadôri, donde vive más de medio millón de personas, una cuarta parte de los residentes de la prefectura.

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Después de que en años sucesivos se abrieran otros cinco reactores en la primera planta, en 1982 se puso en funcionamiento una nueva, Fukushima II, situada 10 kilómetros más al sur por la costa, a mitad de camino entre las localidades de Tomioka y Naraha. Todo parecía sonreírle a la región, convertida hoy en una zona clave para el suministro energético, el comercio y la pesca.

Sin embargo, hace tan solo cuatro años se desveló que Fukushima I se mantuvo en 1978 en estado de emergencia durante más de siete horas tras un accidente relacionado con las barras de control, empleadas para regular la reacción de fisión nuclear. Fue el último capítulo de una investigación que el Gobierno de Junichiro Koizumi abrió en 2002 y que reveló que TEPCO, la empresa que opera ambas centrales y que suministra electricidad a todo el este de Japón, había facilitado a la Administración entre 1977 y 2002 más de 200 informes falsos sobre sus centrales nucleares y que había ocultado sistemáticamente varios incidentes relacionados con la seguridad de los tres complejos nucleares que gestiona en Japón. Todos sus reactores fueron cerrados temporalmente y su presidente, Nobuya Minami, fue obligado a dimitir.

Hasta finales de 2005, el Ejecutivo no autorizó que las plantas suspendidas fueran reabiertas, pero la actitud de TEPCO, que apenas depuró responsabilidades, y la incapacidad gubernamental a la hora de detectar los informes falsos desataron la ira de la opinión pública y pusieron en tela de juicio la política nuclear del país.

Desde entonces, uno de los temas que más ha preocupado a detractores y defensores de este tipo de energía en Japón era si los reactores más antiguos del país (22 de ellos tienen 30 años o más) aguantarían un terremoto fuerte. Ayer el más viejo de todos, el número 1 de Fukushima I, despertó de nuevo el miedo a una catástrofe nuclear. "Muchos de mis amigos en la ciudad de Iwaki ya han comenzado a ser evacuados hacia el sur", explicó a este diario Jeniffer Wcisel, profesora de inglés residente en Nishi Aizu, a unos 130 kilómetros de Ôkuma. "Y a nosotros nos han dicho que nos mantengamos pendientes, que no bebamos agua del grifo y que no comamos ningún producto procedente de la región".

Detección de radiactividad a la población evacuada del área de la central nuclear de Fukushima II, ayer en Koriyama.
Detección de radiactividad a la población evacuada del área de la central nuclear de Fukushima II, ayer en Koriyama.KIM KYUNG-HOON (REUTERS)

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