Lo mío
Estos días se ha reactivado la bronca del canon digital porque la Audiencia de Barcelona ha eximido del pago a Traxtore, una tienda de informática. Es la primera sentencia después de que el Tribunal Europeo dictaminara que el canon se puede aplicar a soportes vendidos a particulares, pero no a empresas y profesionales. Lo del canon es un follón monumental lleno de confusiones. Primero, no tiene nada que ver con la piratería, sino que es un método para comprar copias legales, como cuando pagas 0,99 céntimos al bajarte una canción en iTunes. Como es imposible poner a un enanito dentro de cada DVD para cobrar cada copia legal que se haga, se ha optado por cargar un porcentaje en los soportes y aparatos, a pagar por los fabricantes o distribuidores. Toda Europa aplica este sistema y, aunque lo haya limitado a los particulares, el Tribunal Europeo ha reconocido que el canon es justo y necesario.
Traxtore vende a grandes empresas, por eso consideran que no deben pagar. Y es que la regulación de las nuevas tecnologías es un inmenso lío que ha de armonizar derechos contrapuestos. ¿Qué hay de lo mío?, exclamamos todos, con razón. Pues bien, déjenme decirles que lo mío, o sea, los libros, es algo muy distinto al resto de las obras de creación: nadie copia una película en su empresa, pero probablemente sí fotocopie un texto. Los libros son la primera industria cultural de España (el cine está subvencionado), pero son la Cenicienta. Fotocopiadoras y escáneres se venden casi exclusivamente a empresas, y, si no se les aplica el canon, los textos se copiarán gratis. No es justo. Además, mientras otros sectores son más activos en la defensa de sus derechos, los escritores somos un desastre: por individualistas, por vagos y porque se nos da fatal entender la burocracia. Por eso necesitamos que alguien como CEDRO nos proteja.
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