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Tribuna:OPINIÓN
Tribuna
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Chile, a un año del terremoto

A las 3:34 a.m. del sábado 27 de febrero de 2010, hace hoy justo un año, la zona central de Chile, aquella donde vive el 80% de mis compatriotas, fue sacudida por un terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter, seguido de una serie de maremotos que asolaron nuestras costas. Se trató del quinto mayor terremoto registrado en la historia de la humanidad, un 25% superior en intensidad al que pocas semanas antes le costó la vida a más de trescientas mil personas en Haití.

En poco más de dos minutos, 524 personas perdieron la vida y otras 31 permanecen desaparecidas. Ciudades y pueblos enteros fueron arrasados. Unas 360.000 viviendas quedaron derrumbadas o severamente dañadas, dejando un saldo de casi dos millones de damnificados. Un tercio de los hospitales y centenares de consultorios, puentes, puertos, aeropuertos y edificios públicos resultaron inutilizables. Y 1.250.000 niños y jóvenes, uno de cada tres, quedaron impedidos de iniciar su año escolar porque sus escuelas habían sufrido daños graves.

Sufrimos un daño ciento ochenta veces superior, proporcionalmente, al perjuicio del huracán Katrina en EEUU
La lucha contra las adversidades -el terremoto y el rescate de los mineros- nos ha unido y fortalecido

Se trató, en suma, de la mayor destrucción patrimonial de nuestra historia, equivalente al 18% del Producto Interior Bruto: un daño180 veces superior, en términos proporcionales, al perjuicio que el huracán Katrina había significado a la economía estadounidense en agosto de 2005.

En esas duras y tristes condiciones, doce días después, me correspondió asumir la Presidencia de la República por voluntad mayoritaria del pueblo de Chile, poniendo fin a dos décadas de gobiernos de centro izquierda. Esa misma tarde, junto al nuevo gabinete, nos comprometimos a hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para reconstruir, piedra por piedra y ladrillo por ladrillo, lo que el terremoto y el maremoto habían destruido. Y también a no permitir que la catástrofe postergara el cumplimiento de las ambiciosas metas que nos habíamos impuesto en nuestro programa de gobierno.

Nuestra primera prioridad fue adelantarnos al frío, las lluvias y el riesgo de enfermedades que la llegada del invierno podía significar para los damnificados. Para ello, el nuevo gobierno recurrió a toda la ayuda disponible, tanto nacional como extranjera. Convocamos a voluntarios de la sociedad civil para que se trasladaran en masa a colaborar en las zonas afectadas, y fueron miles los miembros de nuestras Fuerzas Armadas que cambiaron el fusil y la metralleta por la pala y el martillo. Así, en cuestión de semanas, pusimos en marcha múltiples e ingeniosas soluciones de emergencia, con tal de llegar a tiempo con techo, alimentos, medicinas y abrigo a esos millones de compatriotas que tanto los necesitaban.

Este enorme esfuerzo dio resultados. En sólo 45 días logramos que todos nuestros niños iniciaran con normalidad su año escolar. En 60 días habíamos restablecido el acceso digno y oportuno a los servicios de salud en las zonas afectadas. En 90 días construimos más viviendas de emergencia que las levantadas en toda nuestra historia. En 100 días habíamos restablecido íntegramente la conectividad, habilitando total o parcialmente todos los aeropuertos, puertos, caminos y puentes inutilizados. Y en 120 días nuestra economía volvió a crecer y crear empleos, con una fuerza y vigor que no había mostrado en mucho tiempo.

No cabe duda que nos tomará todavía algunos años para poder dar por concluida la reconstrucción, especialmente en materia de viviendas definitivas. Pero hoy, a doce meses de ocurrida la tragedia, son al menos dos los recuerdos y enseñanzas que los chilenos, estoy seguro, nunca olvidaremos.

Lo primero, que aunque sabíamos que el nuestro es un país forjado desde siempre en la adversidad y el rigor, el año 2010 comprobamos que ello, lejos de representar una desgracia, constituía una de nuestras mayores fortalezas. Porque cada golpe nos ha hecho desarrollar un temple, una tenacidad y una perseverancia que nos permiten hoy vivir en un país sin complejos, seguro de sí mismo y que mira al futuro con confianza y optimismo.

Y lo segundo, que tal como ocurrió luego con la hazaña del rescate de los mineros, cada vez que los chilenos nos unimos detrás de metas grandes, nobles y factibles, por difíciles que parezcan, nada ni nadie puede impedirnos alcanzarlas. Esta convicción, tan arraigada hoy en el alma de cada uno de mis compatriotas, constituye un verdadero tesoro, al que podremos recurrir como inspiración cada vez que las sombras del pesimismo pretendan volver a inundarnos el alma.

En suma, la adversidad hizo que el año 2010 concluyera con un Chile mucho más unido, fraterno, solidario y pujante que cuando comenzó. De nosotros depende que ese espíritu subsista y continúe iluminándonos e inspirándonos en el cumplimiento de aquellas metas y sueños que tan esquivos nos han sido en nuestros primeros 200 años de vida independiente, y que no podemos seguir postergando: hacer de Chile, antes que termine esta década, el primer país de América Latina que alcanza el desarrollo, derrota la pobreza y crea oportunidades de desarrollo material y espiritual para todos sus hijos, como nuestra patria no ha conocido jamás.

Bruno Salvador, un artesano, muestra la bandera chilena tras el terremoto en Pelluhe (Chile).
Bruno Salvador, un artesano, muestra la bandera chilena tras el terremoto en Pelluhe (Chile).AP

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