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Columna
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Febrero

David Trueba

La cadena Al Yazira pasó la tarde del lunes dando crédito al rumor de que el líder libio Gadafi estaba volando camino del exilio en Venezuela. Gadafi terminó por hacer públicas unas imágenes donde se le veía bajo un paraguas gris en una camioneta junto a un edificio derruido. Pero la cadena insistió en que esa escena podía haber tenido lugar en cualquier parte. Así que Gadafi optó por el mensaje televisado de firmeza. No hay que olvidar que Mubarak salió en televisión insistiendo en la normalidad en Egipto, horas antes de ser evacuado del poder. La televisión propone un campo de batalla. El desarrollo final de los acontecimientos fijará el valor de las imágenes.

Los españoles lo sabemos bien. Hace 30 años que conmemoramos el 23-F, pese a que la imagen grotesca de los guardias civiles en el Congreso no es para ir presumiendo. El guionista Pedro Beltrán tenía pergeñada una versión del golpe donde los principales protagonistas cantaban fragmentos de zarzuelas elegidas con tino. Cada año, aparecen exclusivas gastadas, declaraciones forzadas, interpretaciones peregrinas, pero la contundencia de la imagen se lo merienda todo.

Es una lástima que se repita la irrupción de Tejero y no los 30 minutos de tenso silencio y espera absurda camino de la nada que grabaron los cámaras de TVE. Imágenes que entonces se retuvieron para evitar desórdenes, porque eran tiempos más lentos que estos de hoy, donde cinco minutos son una eternidad y un tweet, los discursos completos de Churchill. Las actas parlamentarias no tan secretas dan cuenta del bar arrasado y ciertos diálogos para la posteridad. Fraga se queja a Tejero: "Le hago notar que me ha puesto la mano encima". Y el otro responde: "Las dos". Más sensación de impunidad que de estilo. Los programas conmemorativos, La Sexta se adelantó al domingo, oscilan entre nostalgia y turbiedad conspirativa. Tranquiliza saber que en febrero de 1981 estábamos rodeados de demócratas intachables, periodistas honestos, militares honorables y un pueblo ejemplar. Éramos niños y solo acertamos a recordar los ojos cargados de miedo de aquellos que habían vivido la Guerra Civil o el discurso fascista de don Luis, el sacerdote profesor de Historia, que nos tranquilizó asegurando que pronto tendríamos otro Franco para velar por nosotros.

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