Den un paso al frente
Van pasando las semanas y la Unión Europea sigue lastimosamente sin dar señales de reacción ni de comprensión de lo que está sucediendo en el mundo árabe. "Estamos actuando como si se tratara de una crisis humanitaria, del envío de unos sacos de comida o de unos millones de euros, y no se trata de nada de eso. Esta es una crisis política, importante y esperanzadora, y lo que hace falta es que la Unión Europea sea capaz de reaccionar con política: con una gran, enorme, presencia y actividad política", se queja un importante, y frustrado, funcionario de la UE.
Las sociedades árabes están dando pruebas continuamente de ser mucho más maduras y abiertas de lo que sus dictadores habían dejado entrever, pero la respuesta que obtienen de Europa es claramente insuficiente, tanto a nivel nacional como de la propia institución, y corre el riesgo de paralizarse todavía más con los acontecimientos de Bahréin. Es cierto que algunos países del área mediterránea (los que deberían estar más entusiasmados) atraviesan una pésima situación. Francia ha visto sus relaciones en la zona muy deterioradas con el escándalo de los negocios familiares de su ministra de Exteriores en Túnez. Italia, el país que hace 20 años habría sido decisivo en impulsar la reacción europea, esta enfangada en la porquería de su primer ministro, Silvio Berlusconi, que pretende convertir la crisis política del norte de África es una especie de problema de seguridad interna.
¿A qué espera la Unión Europea para volcar en el mundo árabe todos los recursos políticos de que dispone?
Y España, que no tiene esos problemas, que podría aprovechar la situación para aumentar su protagonismo en Europa, que tiene a su favor, incluso, que la nueva ministra de Asuntos Exteriores no mantuvo relaciones personales con los dictadores anteriores, resulta que está simplemente exangüe, sin tan siquiera la sensatez de recurrir a sus mejores funcionarios europeos (o exfuncionarios, como Javier Solana) para crear una célula de análisis que impulse, en estos momentos, y no dentro de meses, propuestas y contactos.
No se trata solo de un problema de dinero, aunque seguramente tanto Túnez como Egipto necesiten rápidas inversiones para el desarrollo de sus zonas más deprimidas. Se trata de apoyar a Túnez en el FMI o en el Banco Mundial, de conseguir que no le suban las tasas de interés, de lograr que Egipto disponga de todos los instrumentos que precise para identificar liderazgos internos y promover una estructura sólida de partidos. ¿Acaso ya nadie se acuerda del formidable apoyo internacional que tuvo el proceso de transición democrática española? ¿De los centenares de expertos, cursos, becas y contactos personales que ayudaron al desarrollo de la política en España? ¿De las continuas visitas de líderes europeos, con mensajes de ánimo e impulso? ¿A qué espera Europa para volcar en el mundo árabe todos los recursos políticos de que dispone?
Quizá los ciudadanos europeos tengamos que tomar ejemplo de los egipcios o los tunecinos, en el sentido de presionar directamente por lo que queremos, sin esperar a que nos caiga del cielo. Quizá algunos europeos prominentes deberían empezar ya a exigir acción y responsabilidades. Si la alta representante, Catherine Ashton, es manifiestamente incapaz de hacer frente a la situación (¿cuántos países europeos o del norte de África conocía esta ilustre británica antes de ser elegida para el importante cargo que desempeña?); si el presidente Herman van Rompuy es un especialista en componendas internas (muy valiosas en ocasiones, nadie lo niega), pero un pésimo comunicador hacia el exterior, empeñado como está en colgar videomensajes en su página web, pero en desaparecer de cualquier escenario público... entonces es quizá el momento de que este grupo de prominentes europeos, que saben perfectamente que esta es una ocasión única, para el mundo árabe y para la UE, se atreva a dar un paso al frente y lanzar el mensaje político, profundamente democrático y europeo, que nuestra propia historia reciente se merece y que nadie pronuncia.
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