El aire como metáfora
Lo mejor de Sevilla es Sevilla, pero sobre todo el nombre de una calle, Aire, donde vivió Luis Cernuda.
Jorge Guillén decía que lo más profundo es el aire. En Madrid (y en Barcelona, y en Valencia, y vete a ver lo que pasa por el resto de España) se ha descubierto ahora que lo más oscuro es el aire. Es grave; no es bueno comparar el aire oscuro con cualquier otro mal, por muy oscuro que este sea. No verlo, no ver su gravedad, es propio de prepotentes. Respiro bien donde respiro, qué más me da cómo respiran otros. Los que no se fijan en el aire oscuro es que no lo sufren, o al menos no lo sufren tanto como los pulmones... ajenos.
Se ha comparado el aire con el desempleo. Es decir, es peor el desempleo. Claro, quizá, sin duda, qué me va usted a decir. No respirar bien y no tener porvenir; parecen dramas paralelos, como si respirar no fuera primero y principal. Pero eso es como hablar de peras y manzanas, o de Rolex y de setas. Si se habla de aire, pues hablemos de aire. Y si se habla de desempleo, hablemos de la oscuridad del presente y del porvenir, quién le va a quitar hierro al desempleo. Pero es que ahí afuera está el aire oscuro, también.
Así que no mezclemos peras con manzanas cuando queramos hacer opaca la realidad que no nos gusta que se manifieste en toda la crudeza de su oscuridad.
La gente preocupada por las manzanas no puede mezclarlas sin más con las peras, a no ser que quien las mezcle, cuando le parezca oportuno, sea Ana Botella, la concejal del Ayuntamiento de Madrid que ha tenido a bien juntar el aire con las manzanas para quitarle importancia al aire que respiramos.
Gonzalo Torrente Ballester consiguió su mejor título (Donde da la vuelta el aire) en una esquina de Salamanca, donde un obrero le preguntaba a otro dónde podía encontrar ciertos materiales. Y el otro le respondió:
-Donde da la vuelta el aire.
El aire sucio no es un problema político, simplemente. Es un problema moral: si la atmósfera es irrespirable, si afecta al pulmón de la ciudad y al pulmón de los ciudadanos, el Ayuntamiento tiene que ponerse a respirar con todos, no ha de esconder los instrumentos con los que se mide el tamaño del desastre. Ocultar el problema del aire, minimizarlo, dejarlo a un lado comparándolo con otro asunto de otra gravedad, la misma o mayor, es una inmoralidad.
Esta capacidad para no ver que el aire sucio afecta al porvenir de las ciudades se relaciona con esa incapacidad que tuvo el FMI para vislumbrar el horror en cuya atmósfera estamos viviendo. Al FMI que entonces dirigía Rodrigo Rato lo tenían ahí para averiguar dónde daría la vuelta el aire de la economía, y en lugar de escuchar las voces de los que lo adivinaban oscuro se dedicó a advertirnos de que íbamos a respirar mejor, incluso. Ahora le han dado una enorme bofetada a aquella incapacidad para auscultar.
El aire está, pues, enrarecido. El poeta cubano Severo Sarduy decía cuando a su alrededor la vida parecía irrespirable. "Siento una atmósfera sangrienta alrededor". Era una metáfora. Acaso el aire que nos desampara sea una metáfora, como lo de las manzanas y las peras, lo que pasa es que no nos deja respirar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.