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Columna
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Más primos como estos, por favor

Jesús Ruiz Mantilla

Hay momentos en los que huimos de esta ciudad nuestra en busca de los paraísos perdidos. Dejamos atrás la nube de mierda contaminada que nos aniquila ante la desidia y las culpas cruzadas del alcalde, la presidenta y Gobierno central -discutiendo como niños mientras nosotros nos ahogamos en un zumo tóxico de CO2 - y buscamos aire fresco, mar, playa, montaña.

Uno de esos lugares a los que se piran en masa minoritaria y selecta muchos papardos -veraneantes- madrileños y de otros lares es Comillas (Cantabria). En ese pequeño espacio empotrado entre el mar y los Picos de Europa donde todos los días se toca el cielo uno puede encontrarse a sí mismo entre las señales ocultas que proporcionan la brea, las verbenas, las sardinas, la brisa, los tomates, las vacas y el tacto esponjoso de un sobao.

Daniel Sánchez Arévalo esparce todos su revoltijo interior en pos de las historias que cuenta

Hasta allí ha viajado Daniel Sánchez Arévalo para rodar Primos. A buscar eso. Unas raíces, una identidad emocional que clarifique las dudas, el miedo, la fragilidad. Este muchacho que nos tocó muy adentro con los complejos padecimientos cruzados que asolaban a los personajes de Azuloscurocasinegro, la cabeza claustrofóbica del creador que hundía en un pozo de amargura y patetismo a las criaturas de Gordos, ha querido buscar luz entre las sombras y los temores de estos gloriosos y adorables primos.

Cada uno de nosotros los admitiría sin dudarlo en familia. Más primos como estos y menos payasos le hacen falta al cine español. Más madurez y altura en vez de infantilismos y egos con fuego cruzado que nos ahorren el espectáculo de familia mal avenida previo a los Goya de cada año. Porque la única manera, el único remedio, la verdadera salvación -lo apuntaba Isabel Coixet- es lograr historias que arrastren al público buscando, entre otras cosas, diversión e identificación en la complejidad de los sentimientos más universales.

En eso, Sánchez Arévalo es ya un maestro. Un tipo que se conoce y nos conoce. Que se duda, se analiza, se desnuda y nos desnuda. Un ser humano antes que cineasta, antes que artista, que esparce todo su revoltijo interior en pos de las historias que cuenta. Porque al ser consciente de que el arte debe estar plagado de emociones y autenticidades más que de fuegos artificiales y empeño en epatar, logra ese milagro de construir el espejo ante el que todos podemos mirarnos.

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Tiene voz propia y la enriquece con referencias poderosas. La comedia es una cosa seria, complicada, nada banal. Sánchez Arévalo lo sabe. Porque es hijo de Lubischt -la primera escena, esa confesión alucinante del portentoso Quim Gutiérrez ante los invitados de boda frustrada, lleva el toque del maestro- y también de Billy Wilder, de Woody Allen, de los hermanos Coen creadores de El gran Lebowski o el James L. Brooks de Mejor...imposible. Copia, bebe y se inspira bien.

Casi todos estos primos son chavales inmaduros -incluso los que pasan de los cuarenta, como el magnífico Antonio de la Torre-, aterrados, que tratan de entenderse para luego poder vivir felices. Casi todas ellas son madres vigilantes, ansiosas pero serenas, con la mirada y el oído atento, pendientes de que les llegue a ellos un destello de clarividencia que les permita acompañarlas con todas sus consecuencias.

Es una película tan fresca y libre como compleja y enmarañada. Se rige por esa única ley que obliga a los seres humanos a buscar la felicidad y cambiar sus circunstancias si es preciso con arreglo a la verdad de sus corazones, de huir y parar en esa fuga cuando es preciso para hallar el secreto que les abra la clave de sus nebulosos futuros.

Toda ella despide humanidad, comprensión hacia el otro, ternura, tacto. Está plagada de diálogos y reacciones inteligentes, desconcertantes e imprevisibles. A la altura de sus personalidades atormentadas, perdidas, desubicadas, exaltadas, hundidas en busca de cabos a los que amarrarse y flotadores que les salven del naufragio.

La lógica y el análisis están en manos de los niños y el miedo, la parálisis con parche, a punto de estallar como una granada en el corazón de los mayores. Todo brota, brilla y conmueve en ella. Primos de esta pasta, de esta calaña nos alegran y nos llegan dentro. Primos así son como hermanos.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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