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Columna
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Lanzadera o lanzallamas

Nunca me ha gustado la palabra lanzadera. Me trae malos recuerdos. No es culpa de las palabras. Ya lo dijo Rafael Alberti: "Las palabras entonces ya no sirven/ son palabras". Lanzadera no es una palabra civil, sino que proviene, en el subconsciente colectivo, del argumento militar: generalmente la lanzadera se asocia a que de un buque salen helicópetros, paracaidistas, TOAS (yo tripulé alguno proveniente del Vietnam, ¿me entienden ahora?). Y, sin embargo, reconozco el triunfo de que la sociedad civil se haya apropiado de palabras que pertenecían al diccionario militar. No me gusta la palabra, pero me gusta su reciclaje. Sin ir más lejos, hijo de puta era el peor insulto (nunca he entendido por qué una puta es peor que una asesina/o) y, entre amigos, es una forma de hablar.

Si lanzadera es una palabra medio maldita, imginemos lo que significa la palabra lanzallamas, incluso en tiempos de paz. Aquí no hay vericuetos, caminos vecinales, sendas sin asfaltar. Aquí ni siquiera es el TOA (se me olvidaba, Transporte Oruga Articulado). Un lanzallamas es un lanzallamas. Y punto.

Salvemos todas las distancias infinitas. Y ahora me dirijo a tí, Harald de Noruega. Ya sé que te has quejado de que no te escribo como antes, de que te he abandonado, de que me he tumbado al sol y me importa una mierda la oscuridad de Noruega. Te equivocas. Es que no quiero provocarte más dolores de cabeza. ¿Te imaginas un país en el que una Diputación paraliza un autobús -sí, un autobús- porque dice que es su competencia y no del Gobierno vasco, que tiene la competencia del metro, y deja a los viajeros en el suelo, con el billete pagado para trasladarles dos kilómetros de recorrido? Algunos incluso habían pagado el billete que nadie se lo pagó.

Harald, el descrédito de algunos políticos es en esta nuestra comunidad es solo comparable a su incompetencia, cuyo límite no tiene fin. Cuando un político es capaz de perjudicar al usuario en aras de su competencia o no es político responsable o ha tenido un mal día, o un mal mes, o está trabajando por su partidos, o por sus ciudadanos. Cuando dos administraciones son incapaces de ponerse de acuerdo legalmente en un conflicto de competencias (apenas llegamos a tres millones de ciudadanos, te aviso) y de pagar en los ciudadanos sus discrepancias políticas, es que o no son políticos o no son solidarios o son extraterrestres. Que un juez tenga que resolver si la lanzadera del metro de Galdakao a Etxebarri sugiere algunas propuestas, querido Harald: que la locura es por definición infinita, que algunos políticos tienen poco que hacer, que las elecciones están por encima de los ciudadanos (ya, ya sé que esto no lo puedes entender. Yo sí), que somos una mierda (por ahí le ando). Si yo fuera el juez les mandaba a Sálvame, ni siquiera Deluxe, y que decida Jorge Javier sobre la lanzadera y el lanzallamas. ¿Hay acogida en Noruega, Harald? Vete mirándomelo.

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