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Columna
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Enredados

No soy un adicto a la Red, o sólo lo soy de forma moderada. Me conecto a ella, lo confieso, varias veces al día, pero lo hago con propósitos inocentes, con manías de perro viejo que utiliza lo nuevo para satisfacer sus debilidades de siempre. Nada de redes sociales ni de páginas piratas. Hace dos o tres años, alguien me invitó a formar parte de su club de amigos en Facebook y decliné la invitación. No me gusta exponerme, o exhibirme, y tampoco tenía interés en pasarme el día parloteando o tecleando con personas a las que ni conocía ni tenía interés en conocer. Sé que el mundo está lleno de personas interesantísimas, pero, si es así, no veo por qué no he de encontrarlas en mi escalera, en mi barrio, en mi centro de trabajo o allí por donde me muevo habitual o casualmente. Además, las fotos me horrorizan; las relaciono, cada vez más, con las esquelas. Y la carne, la presencia física, nunca me ha parecido triste, y confío más en el verbo encarnado que en el verbo florido. Nada, pues, de redes sociales ni de páginas piratas. Utilizo Internet para informarme, para hacer un seguimiento de algunos debates intelectuales que me parecen interesantes y para estar al tanto de las novedades editoriales. Y, pese a tan modestas pretensiones, mis inmersiones en la Red pueden resultar agotadoras.

¿Es Internet un instrumento liberador o un instrumento represor, potencialmente represor? La pregunta se está planteando a propósito de las nuevas "revoluciones", a las que incluso se les empieza a denominar "twitterrevoluciones". Y hay respuestas para todos los gustos. Lo que sí es Internet es un instrumento modernizador, lo que hoy significa lo mismo que globalizador. Su introducción en las sociedades atrasadas está suponiendo un revulsivo, aunque está por verse el verdadero alcance político de esas sacudidas -450 millones de internautas en China, aunque, eso sí, bien controlados, no parecen constituir una amenaza para el régimen chino-.

Según el historiador Steve Pincus, todas las revoluciones, empezando por la Glorious revolution inglesa, han respondido a un impulso político modernizador que les era previo. En las viejas revoluciones, ese impulso modernizador previo provendría, curiosamente, del poder político que luego ellas se encargarían de derrocar. No parece que sea ese el revulsivo de los movimientos actuales, movimientos que surgen contra poderes esclerotizados y corruptos. ¿Tendríamos que hablar en este caso de un impulso modernizador externo y de naturaleza tecnológica, que es lo que vendría a ser Internet? Quizá tendríamos que pensar también si no se debería a ese carácter externo, instrumental, del agente modernizador esa naturaleza espontánea, imprevisible, desarticulada y de deriva incierta de todas estas revueltas. ¿O se trataría del triunfo del Yo, tan hipertrofiado en las redes sociales digitales, ese "triumph of I" del que hablaba Mona Eltahawy en The Guardian a propósito de lo que está ocurriendo?

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