Vergüenza europea
La pasividad de la UE ante las dictaduras de Egipto, Túnez o Uzbekistán viola su tratado
Toda política exterior se articula en torno a una combinación de valores e intereses. Sin estos, deviene retórica ingenua; sin aquellos, deja de ser política para convertirse en mero oportunismo. La actuación de la Unión Europea en los últimos meses ante vulneraciones sistemáticas de los derechos humanos en el Mediterráneo sur o en el Cáucaso indica que ha perdido toda querencia sobre los valores que pretende encarnar. Y cualquier noción sensata de cuáles sean sus intereses.
Como en caso de polémica hay que acudir a los textos fundamentales, conviene recordar que el Tratado de Lisboa dispone (artículo 21) que "la acción de la Unión en la escena internacional se basará en los principios que han inspirado su creación", como "la universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos". Y la Estrategia Europea de Seguridad, de 2003, doctrina ejecutiva para la política exterior, establece sus intereses. Entre otros, el de que "a Europa le conviene que los países limítrofes estén bien gobernados".
En lugar de cumplir esos mandatos, la UE ha permanecido muda ante los dilatados abusos de las autocracias norteafricanas. Temerosa de una posible irrupción islamista en los mecanismos de poder, ha dejado pudrir situaciones que constituyen precisamente el caldo de cultivo de la misma. El consenso no escrito de que las viejas metrópolis colonialistas debían gozar de primacía en sus zonas de influencia, ha venido concediendo a Francia especial preponderancia. Tan vergonzosa ha resultado que, en plena revolución del jazmín, París todavía ofrecía al dictador tunecino ayuda para contener "la situación de orden público".
Con igual descaro, aunque mayor sordina, Italia y España se han lavado las manos, en presunto beneficio de la cooperación antiinmigratoria y las buenas relaciones. La alta representante de política exterior, lady Ashton, ha repetido un discreto mutis salpicado de alguna declaración inane, sea sobre las revueltas populares de Túnez y Egipto o a propósito de la sonrojante visita reciente del dictador uzbeko a Bruselas.
Compárese tal actitud con la de Estados Unidos (y algún gobierno suelto de la Unión), que ha incitado a los ejércitos de los países en crisis a respetar a los civiles y presiona a sus autoridades en favor de reformas significativas. Si EE UU ha recuperado su carácter de potencia liberal, la UE va camino de perderlo.
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