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Entrevista:ENTREVISTA

Valeri Gergiev

Jesús Ruiz Mantilla

Valeri Gergiev manda. No hay más que fijarse en su cara, en sus cejas, en el rostro circunspecto y en su actitud entre altiva y condescendiente pero amable e irónica a la vez. Manda en el teatro Mariinski, una especie de Vaticano ruso, como él lo define, donde trabajan 2.000 personas entre músicos, bailarines y personal técnico. Manda en el panorama de la dirección orquestal mundial como responsable también de la Sinfónica de Londres. Y manda en Rusia, donde su relación estrecha con Vladímir Putin, aunque recalque que no son amigos, le ha colocado esta década en una posición de poder incontestable. Pero sobre todo manda en el podio. Cuando Gergiev, de 58 años, dirige, electriza y no deja indiferente. Ha recuperado desde siempre con brillantez el eterno repertorio ruso y lo ha hecho girar por todo el mundo a lo grande. Se ha convertido en una referencia mundial y su manera de resucitar una institución moribunda como el teatro Mariinski le hará pasar a la historia en la escala de predecesores suyos como Mravinsky, que fue director de la Filarmónica de Leningrado. Enérgico y autoritario, su ley es la mano dura mezclada con una exquisita sensibilidad musical. No le duelen prendas en hablar del poder. Le gusta. Influye y opina. Cuando viene a España departe largamente con el Rey. No pierde el tiempo. Apuesta fuerte y gana. Es Valeri Gergiev. El zar.

"Busco el sonido de un tigre siberiano"
"¿Yeltsin intentó traer la democracia? Sí. ¿La impuso? Probablemente no"
"El poder se mide por el silencio o la discreción a la hora de ejercerlo"

De joven decían que usted era un director explosivo. ¿Lo sigue siendo o se calmó? Creo que me he relajado bastante. Ahora recuerdo mis impresiones cuando escuchaba a Karajan, Mravinsky, a Solti, entonces ellos tenían setenta u ochenta años y me impresionaba su enorme poder, un poder magnético, que no se molestaban en hacer aflorar, pero que estaba ahí. Un director puede influir en la temperatura, en el voltaje, pero eso no viene de tu rapidez de movimientos con las manos o por dar saltos.

¿Un magnetismo? Como el de su cara. Usted explota esa cualidad. Es física, su cara hipnotiza, como le ocurría a Solti, que dirigía levantando las cejas. El contacto visual tiene más poder que cualquier otro gesto.

Da un poco de miedo cuando mira. No a mis orquestas. Creo que un director debe ser alguien que si abandona un grupo hace que ese grupo cambie. Una figura que si se va, causa que suenen de otra manera. Mire los discos de Furtwängler. Solo con él podían sonar así. El tempo en él es un latido y escuchas lo que está haciendo en el podio. Un verdadero director debe ser único, insustituible en su estilo, como los grandes pianistas, como Horowitz o Richter, cierras los ojos y escuchas la manera en que la música respira, su corazón, el fraseo, su huella humana, el gran poder y su influencia intelectual.

¿Eso es la interpretación? No sé si es interpretación o no, lo que sé es que los grandes son inimitables.

Cambia usted lo explosivo por lo temperamental, por lo que veo. Pero en su vida, en su actividad, sigue siendo un superhombre. ¿Un tipo de acción? Sí, puede. Pero, mire, me estoy tomando ahora delante de usted un yogur natural, algo que está lejos de ser explosivo. No siempre me cuido como debiera, pero he aprendido a parar, a parar cuando lo considero necesario. Parar cuando no me convence el sonido, cuando debo probar las acústicas de los lugares donde tocamos. Intento, con cada orquesta que dirijo, conseguir el sonido de un tigre siberiano. No todas las orquestas lo consiguen.

¿Una furia controlada? A veces puedes llegar tan alto emocionalmente que las orquestas traspasan sus propias barreras. Pero eso tienes que modelarlo, desde la acústica hasta la colocación de músicos.

Insisto; veamos lo que hace. Enuméreme sus responsabilidades. He dejado de actuar con muchas orquestas. Dirijo muy pocas.

Muy poco es un concepto relativo. ¿Cuántas? Cinco ahora. Son muy pocas. Un director como Mravinsky dirigió solo una orquesta durante 50 años.

Eso es lo que yo llamo poco. Eso es ideal. Pero estoy muy concentrado en dos. Mariinski y la Sinfónica de Londres.

Lo que pasa es que con la actividad que lleva, aparte de las orquestas, a veces parece usted el ministro ruso de Cultura. Si no fuera porque todo el mundo sabe que usted en su país tiene mucho más poder que el propio ministro. ¿O no? Tenemos ahora un gran ministro de Cultura, que es diplomático. Es profesional, humano, el señor Avdeev, a quien conocerán a fondo en este país con el año España-Rusia. Como diplomático, él entiende muchos puntos de vista y con eso entraremos en una etapa calmada y nada histérica en cuestiones culturales.

Veo que se llevan bien. No solo nos llevamos bien, sino que nos conocemos desde hace muchos años. Es bueno establecer vínculos personales cuando todo se reduce en nuestro mundo a términos comerciales, a dinero, dinero y dinero. Este es un mundo complejo; el ejercicio del poder muchas veces se mide por el silencio y la discreción a la hora de ejercerlo.

El poder es influencia. Y de eso usted tiene. Mucha. Todo el mundo lo comenta. Es cierto que si creo en algo, lo defiendo. Pero si algún asunto me produce dudas, me aparto. No estoy involucrado en política, en absoluto. Pero si debo defender algo que considero bueno para mi ciudad o mi país, lucho por ello.

No está metido en política. Pero tiene grandes amistades en ese mundo. De Putin para abajo. Debo corregirle. No es que sea un buen amigo de Putin. Él me conoce desde que fue alcalde de San Petersburgo, como Sobchak, un hombre que entendía que el poder de la ciudad no residía solamente en sus industrias y empresas, sino en sus instituciones culturales, dos símbolos universales.

Eso está bien. Y usted lo entiende a la perfección. La identidad cultural es poder. La nueva identidad rusa tiene mucho que ver con eso, y tanto usted como Putin lo han ejecutado. ¿Era un plan? Creo que Putin sabía desde siempre que Rusia se encontraba en una situación delicada cuando llegó al poder. Sabía que debía contar con la gente de fuera del aparato burocrático. Por eso estableció una buena relación con el Mariinski.

Hombre, le dio a usted todo lo que le pedía. Correcto, pero a mí me nombro Yeltsin. Antes había sido elegido en la época de Gorbachov por los músicos y el personal del teatro como director artístico. Tenía 34 años. Luego, Yeltsin me confirmó como director general ya artístico a la vez. Era raro, pero lo hizo. Fue una época dura, muy complicada.

Además, los artistas huían de su país. Muy pocos se quedaron como hice yo. Nunca me lo planteé. Me habían elegido, no podía dejar ese puesto. Cuando casi todas las ratas abandonaban el barco, me quedé. Yo nunca me he considerado a mí mismo esa clase de animal.

Ahí sale el tigre siberiano. Bueno, yo creo que Putin vio que el capitán no iba a abandonar el barco y por eso me apoyó.

Los directores de orquesta no son tan misántropos como otros músicos. Ustedes se relacionan constantemente con el poder. Ustedes son poder. Lo sienten, lo conocen, les gusta. Lo malo de ese poder es cuando se utiliza contra alguien o algo; debe ser utilizado por el bien de la música, para forjar una disciplina que favorezca la creación. El poder es peligroso. Y usted ha mencionado a Putin; le repito que no le considero amigo mío, pero él entiende la importancia de la cultura, del liderazgo cultural y de instituciones como el Mariinski. Sabe de lo que un Estado como el ruso debe sentirse orgulloso, algo fundamental para la nación. Por ejemplo, Berlusconi es amigo de Putin…

A eso quería llegar, pero se me ha adelantado. Poder.

Es que al ser tan amigos, a lo mejor Putin le podía explicar a Berlusconi ese punto, porque todo el mundo dice que ha dejado caer la Scala de Milán. ¿Será posible? Scala y Mariinski son animales de distinta raza.

¿La Scala no es identidad para Italia? Por supuesto. El problema es que la Scala tiene unos conflictos con los sindicatos muy fuertes. Cuando Riccardo Muti dejó el teatro, se dijeron muchas cosas, somos muy amigos, él es un gran director italiano que se supone debería estar comprometido con un teatro como ese, pero no pudo seguir. Nosotros también tenemos problemas de ese tipo en el Mariinski, pero los resolvemos sin mayores traumas, sin huelgas, sin manifestaciones, hasta ahora… Yo llevo 22 años en el teatro, y no ha habido problemas.

¿Cómo los resuelve? ¿Mano dura? Hace 15 años, algunos del departamento técnico intentaron desestabilizar.

Ya me imagino. Y ahí saltó el tigre siberiano. ¿O no? Les dije: ustedes quieren esto y esto. Viven en Rusia, la situación es la que es, hay guerra contra Chechenia, quieren más dinero, menos horas y organizarse en sindicatos. Maravilloso, pero nada realista. Les puedo ayudar, hablar con mis amigos en el Metropolitan, en la Scala, allí les darán trabajo, allí se pueden afiliar a sus sindicatos, pero mientras yo viva no va a ocurrir aquí.

¿Lo ve? El tigre… Es que no se daban las condiciones. La salud del país no era la indicada para reivindicaciones. Si querían irse, se podían ir. En Mariinski, imposible. Mientras hubiera poco dinero, cobrarían poco; cuando subiera el presupuesto, les subiría el sueldo. Les dije que salieran y que en cinco minutos llamaran a mi secretaria con su decisión. No tengo tiempo, les dije. Eran tres. Se quedaron.

Muy persuasivo, por lo que me cuenta. Volviendo al poder. El Mariinski es un poco como el Vaticano en Rusia. Estuvo cerrado, ahora nos relacionamos con todo el mundo, Europa, América, Asia. Y su renacimiento ha ido paralelo a la llegada de Putin; no voy a decir que todo haya sido perfecto bajo su mandato, pero impuso orden y el caos desapareció. Era terrible, no sabías qué iba a ocurrir al día siguiente, él nos trajo estabilidad. Muchos creen que tuvo mano dura.

La ha tenido. Y mucha. Bien, pero el país lo necesitaba.

Pero todo eso que supuestamente ha aportado Putin, ¿es real o es fachada? En Europa son muchos los que piensan que los problemas están simplemente adormecidos y que en cualquier momento pueden volver a presentarse. Yo creo que Rusia es un país muy europeo. Mucha gente olvida eso, pero desde la época de Pedro el Grande, la vocación de Rusia ha sido claramente europea. Los franceses, italianos, españoles, venían a trabajar con los zares. Incluso en los años de la Unión Soviética, nuestra formación miraba a Europa. Yo estudié con los compositores rusos, pero también con Mozart, Bach, Beethoven. Las primeras óperas que dirigí fueron Guerra y paz y Carmen.

Bien, usted es partidario de tender los puentes europeos, pero muchos de sus dirigentes no están por esa labor. No creo. La gente quiere relaciones con Europa, pero de igual a igual, equilibradas, no en términos de inferioridad. La guerra fría terminó, pero parece difícil todavía hallar ese equilibrio de poder, de respeto mutuo, con Estados Unidos también. Hay cosas muy loables en Europa, pero no todo es ideal. La economía, en muchos países, está cerca del colapso, Dios no lo quiera, mire España, a todo el mundo le preocupa su situación. Hay que confiar. Me recuerda cuando hace años muchos empresarios pensaban que en Rusia no era seguro invertir y ahora son millonarios. Uno debe tratar de entendernos, como hay que tratar de entender a China, Brasil, India, son las nuevas potencias. Son países que nos están sorprendiendo económicamente y nos sorprenderán culturalmente. ¿Cuántos pianistas van a surgir en China? ¡Millones! Dos o tres serán famosos, pero los que habrá detrás…

Mire lo que ocurre en ciertos países. ¿Quién nos iba a decir a los europeos que la cantera de músicos o cantantes iba a estar en Asia o en la Venezuela de José Antonio Abreu o en toda Latinoamérica con sus espléndidas voces? Yo creo que el caso de Abreu es especial. Él es un hombre increíble que sintió y supo crear un proyecto único para su país acogiendo niños y jóvenes de las calles y enseñándoles música al máximo nivel. Todo el mundo está maravillado con ese milagro, pero lo que él ha hecho allí es difícil repetirlo en otros países porque proyectos así necesitan un liderazgo como el suyo, ese hombre tan pequeño, pero poderoso y lleno de visión. Los países necesitan gente así, es único.

Valores de compromiso como los que él impone, también. Valores claros. En Rusia, la gente joven, aunque haya muchos que crean en la religión ortodoxa, cree más en hacer una carrera en la que se hagan ricos rápidamente. Muchos lo consiguen muy jóvenes. Otros creen en lo que les ofrecen los medios, la moda.

Bueno, no se alarme, eso ocurre en todo el mundo, no es exclusivamente ruso. No, claro. Y no hay que quitarle méritos a la juventud. Algo que me enorgullece es que los jóvenes en Rusia acuden al Mariinski, esa es la principal razón de mi confianza en ellos y en lo que hago. Los jóvenes de hoy saben disfrutar del fútbol y la cultura al tiempo. Pueden ver un buen partido, pero también sentarse a escuchar El caso Makropoulos, Otra vuelta de tuerca, Guerra y paz, títulos difíciles.

Lo que cuenta sobre las nuevas generaciones de su país es esperanzador. Porque mucha gente cree que todavía no ha cuajado en Rusia una verdadera democracia. ¿Usted qué piensa? La transición desde que se descompuso la Unión Soviética hasta ahora ha sido muy compleja. Yeltsin fue un presidente muy demócrata y a la vez muy autoritario. Cambiaba a sus ministros como nosotros cambiamos de vino. ¿Intentó traer la democracia? Sí. ¿Pero la impuso realmente? Probablemente no. Para mí, la democracia es cuando un Gobierno o un líder empuja los intereses de la mayoría más que los de las minorías poderosas. Y la gente aprecia la democracia cuando ve que su nivel de vida aumenta, poco a poco, pero sin detenerse, tanto la vida como el medio ambiente, la calidad de la comida, la educación, sus salarios. Era casi imposible hace 20 años, incluso 10. Se liberaron procesos. La prensa adquirió libertad, aunque después las grandes corporaciones se aprovecharon de eso. Magnates rusos. Quizá Murdoch es un tipo de magnate occidental, pero en Rusia los magnates son diferentes. Manejan todo como marionetas, cambian ministros para servir a sus intereses. Esto acabó en la época de Putin.

Pero ocurrieron cosas peores, atentados a periodistas, asesinatos. Desgraciadamente, algunos periodistas importantes fueron asesinados y todavía no sabemos cómo ocurrió. Terrible.

Mucha gente se fijó y apuntó al Gobierno, concretamente a Putin. No, no. Eso es una conclusión muy simple, muy mecánica. Quizá porque Putin haya sido responsable de los servicios secretos en un tiempo, la gente puede llegar a esos razonamientos. La aceptación de Putin en mi país es muy grande.

Seguro que ha hablado en muchas ocasiones con el rey Juan Carlos sobre estos asuntos de la transición a la democracia. ¿Le ha enseñado algo? Don Juan Carlos es un ejemplo de eso, de cómo traer prosperidad y libertades de forma constante a un país, sin muchos conflictos traumáticos. De él he aprendido algo, ese progreso lento pero seguro. Ojalá mi país pueda conseguir esa transición hacia una democracia equilibrada. Ojalá las reformas judiciales que se están llevando a cabo ahora ayuden a combatir la corrupción, aunque eso no sea solo un fenómeno ruso, sino global.

Y tanto, nadie se libra de ello. Esas reformas pueden al menos combatirla, no extirparla. Porque la corrupción es un cáncer que enferma a las sociedades y necesitas cirujanos. En China tienen pena de muerte, en Rusia no. Pero yo creo en la gente de Rusia.

Quizá hay que apartar algo el sentimiento épico tan afín a las novelas de Tolstói y desear sencillamente normalidad. La literatura rusa nos ha dado lecciones maravillosas. Leer a Gogol, a Tolstói, a Dostoievski, nos enseña que todo cambia. A lo que debemos aspirar es a que ese cambio sea dinámico y para bien. Perduran problemas que teníamos hace 150 años. Hay que tener en cuenta que las infraestructuras son un lastre para un país tan grande. Es infinito.

El tamaño es un inconveniente en su país, claramente. Otro es la restauración del patrimonio histórico, de las iglesias ortodoxas que durante años se dejaron caer y ahora deben ser recuperadas.

¿Usted es creyente? ¿Un hombre religioso? Sí, aunque creo, al igual que en un poder divino, en el poder de los hombres para, a través de experiencias profundas, trascendentes, superarse. Hacer música todos los días me hace menos cínico, es una especie de agua purificadora; quizá no me ayuda a ser perfecto, pero sí mejor, a querer compartir, enriquece mi vida. Muchas veces me siento como un sacerdote. Mientras que un cura sirve a su iglesia y a su misión, nosotros también servimos a un ideal trascendente, sobre todo con cierta música que necesita de una fuerte creencia para ser trasladada al público en toda su complejidad. 

Director explosivo con vocación de zar

Valeri Gergiev (Moscú, 1953). Estudió en Leningrado, hoy San Petersburgo, donde su gestión al frente del teatro Mariinski ha ayudado a cambiar la imagen de la ciudad.

Aparte de la institución que dirige, es director habitual de cinco orquestas, entre las que destacan la Metropolitan Opera House, la Sinfónica de Londres y la Filarmónica de Rotterdam. Ha marcado hitos en la recuperación del repertorio ruso con dedicación especial a Mussorgski, Prokofiev, Chaikovski, Shostakovich y Stravinski.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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