La autoría intelectual
Andan socialistas y populares tirándose los trastos a la cabeza, a cuenta del evanescente concepto de inducción a la violencia, eso que otros llaman autoría intelectual. La polémica surge cuando un tipo asesina en Tucson a seis personas y hiere gravemente a la congresista demócrata Giffords. En Estados Unidos, pero también aquí, se extiende una gaseosa imputación, señalando la telepática autoría del movimiento conservador Tea Party y de su rostro más conocido, Sarah Palin. La derecha americana, por algún conducto paranormal, se convierte en responsable de esa acción terrorista. A los pocos días el Partido Popular encuentra un oportuno contrapunto: la paliza que propinan unos tipos de ultraizquierda a Pedro Alberto Cruz, consejero de Cultura de Murcia. Los populares emprenden la revancha, una revancha estúpida e injusta, porque imputar al socialismo democrático que favoreciera ese atentado ni siquiera es verosímil, entra de lleno en el campo de la calumnia.
Habría que tomar ejemplo de la exquisita prudencia con que operan la prensa y los partidos cuando en Egipto, Irak o Nigeria mueren de un bombazo dos o tres docenas de cristianos. Ahí el personal se muestra cauto, ponderado, escrupuloso, y señala que bajo ningún concepto debe hacerse a nadie responsable moral de esas acciones y que la islamofobia es un hábito aún más pernicioso (si cabe) que el tabaco. Ojalá ese criterio, tan frecuente cuando caen cristianos como moscas, también lo apliquen nuestros políticos cuando se trata de víctimas, cercanas o remotas, que les importan algo más.
Las imputaciones de orden intelectual tienen larga tradición. Hace unos años el nacionalismo democrático fue víctima de una salvaje campaña mediática, bajo la guía paranoide de Mayor Oreja, que le responsabilizaba de la violencia terrorista. Nadie como el PNV debería saber lo indignas, falaces y demagógicas que son esas campañas, aunque sus medios afectos no han mostrado ahora la misma prudencia, cuando los imputados son otros. Sarah Palin se desligó radicalmente del atentado de Tucson, pero la sombra de la autoría intelectual permanece incólume. Claro que, de ser así, ¿qué deberíamos pensar de quienes, al contrario que ella, no toman distancia en supuestos parecidos? Esto nos devuelve a Euskadi, y nos coloca en difícil situación a los que estamos en contra de la ley de partidos políticos, la policía del pensamiento y las intolerables imputaciones colectivas. Porque, si a pesar de todo el Tea Party sigue siendo moralmente culpable, ¿qué decir del Patxaran Party, tras medio siglo de violencia y ochocientos asesinatos?
El pacharán, como sabemos sus entusiastas, tiene mala resaca. Por eso sería estúpido que aquí nos preocuparan tanto los efectos de la teína en el organismo, cuando tenemos las venas llenas de un licor denso y rosado, y el cerebro atiborrado de azúcar y de alcohol.
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