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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cuando toda una nación abre los ojos

Antonio Caño

El discurso de Barack Obama en el funeral de Tucson fue de tal impacto que la única duda que persiste entre los analistas es la de si se trata de uno de los mejores jamás escuchados en la historia o simplemente el mejor de esta presidencia. De lo que no hay duda es de que el país ha recuperado a un Obama que parecía perdido para siempre, y que ayer nació un nuevo tiempo político en Estados Unidos.

Lo dicen en la derecha y en la izquierda. Rich Lowry, de National Review, un medio de referencia neocon, afirma que "Obama consiguió situarse por encima del rencor de ambos bandos, exactamente como un presidente debe hacer". Steve Lombardo, un encuestador del Partido Republicano y comentarista de Fox News, pronostica que "habrá un tiempo en el que miraremos para atrás y diremos que Obama se convirtió la noche del 12 de enero en el presidente que pensamos que podría ser". Charles Krauthammer, uno de los más fieros columnistas anti-Obama, admite que "esto puede cambiar la percepción que tenemos de él como presidente". "Es la responsabilidad de un presidente curar una herida nacional. Obama lo hizo en la noche del miércoles", asegura el editorial de The New York Times. James Fallows, de la revista The Atlantic, un emblema progresista, escribe que "las comparaciones con los discursos de Reagan después de la tragedia del Challenger y de Clinton tras la bomba de Oklahoma no sirven porque aquellos fueron solo para dar testimonio de pérdidas trágicas, mientras que el de Obama ha sido una celebración de los valores por los que se sacrificaron las víctimas".

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Eso es, una celebración, un magistral rito democrático con el que, en 32 minutos, Obama consiguió ahuyentar los demonios de la división y el odio y sacar lo mejor de esta nación: su optimismo, la confianza en sí misma, su fe en el porvenir, su envidiable capacidad de reconciliación.

Es sorprendente lo que un buen líder político puede conseguir en un instante. La política habitual, siempre tan cínica y mediocre, hace olvidar el servicio que un hombre de Estado puede rendir a sus compatriotas en momentos difíciles, reconfortando, ayudando, orientando. Esta nación entró en la noche del miércoles apesadumbrada por la herida de Tucson y alarmada por el grado de enfrentamiento que vive la sociedad. Amaneció ayer, en cambio, confiada en que saldrá de esto robustecida, como de cada una de sus calamidades.

De repente, nadie quiere siquiera hacer alusión a las últimas declaraciones de Sarah Palin, perdidas ya en el túnel del olvido. De repente, el Congreso enmudeció y los republicanos no saben siquiera si reprogramar su temida votación contra la reforma sanitaria. De repente, también, las manos de la izquierda que inmediatamente después del tiroteo se alzaron para apuntar a la derecha volvieron a la posición de firmes.

¿Qué quedará de esto? Obama avanzará en las encuestas -ya lo está haciendo-, su reelección será mucho más factible y los republicanos, por un tiempo, serán más propensos a negociar. Sí, pero ¿qué quedará de verdad de esto? Con suerte, un país que, como Giffords, ha vuelto a abrir los ojos.

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