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Columna
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Comunicado, deseo, silencio

El fascículo número cuatro ha llegado. Primero fue el video del 5 de septiembre, luego un comunicado escrito, después una entrevista y ahora otro video. Este alto el fuego por entregas levanta una expectación que recuerda a aquellas novelas por capítulos que hicieron tan popular a Charles Dickens. La mayoría de sus obras maestras fueron escritas por entregas semanales o mensuales en periódicos, y se cuenta que los seguidores americanos solían aguardar en los puertos, ansiosos, a que llegara el barco con el cargamento y que -incapaces de esperar a tenerlo en sus manos- gritaban preguntando "¿Está la pequeña Nell muerta?". Tampoco ellos sabían cuándo terminaría, si el próximo sería el capítulo final o las desventuras proseguirían. Algo así ha sucedido entre nosotros, ¿verdad? Cuánta gente preguntando al barco que estaba por arribar: "¿Está la pequeña Nell muerta?"

Pero las semejanzas empiezan y acaban ahí. Mientras en Dickens la riqueza verbal y argumental es una fiesta para los sentidos, los comunicados de ETA se parecen unos a otros como perversos hermanos gemelos; con ligerísimas variantes, el mismo texto adusto, seco, arenoso, pobre en palabras, conceptos y sentimientos. Y nos dedicamos a hacer hermenéutica del nuevo adjetivo introducido, de medir los verbos y los énfasis, de leer entre líneas, de atrás para adelante y al revés, como cabalistas aficionados. ¿Por qué, para qué, qué es lo que buscamos tan afanosamente? Realmente, ¿qué capítulos finales nos interesan más, los que escribe ETA -de esa manera tan medida, chulesca, desganada- o los que escribe la sociedad vasca, junto al Estado de derecho, firme, decidida, liberada de ambigüedades?

Ayer lo planteaba muy bien José María Ruiz Soroa: ¿no sería mejor guardar "silencio ante el comunicado. Un silencio estruendoso?". No darle ese protagonismo, esas constantes primeras planas, ese continuo runrún de tertulias y artículos; no colaborar en esa involuntaria propaganda del terrorismo, no hacerles sentir fuertes, escuchados, poderosos. Poderosos antes por decidir entre la vida y la muerte; ahora por tener la "valentía" (Txelui Moreno dixit) de dejar de matar; como si mereciesen un premio político por ello, o al menos una palmadita en la espalda, un reconocimiento.

El silencio es muy difícil. Habrá más fascículos, más portadas, más tío-vivo emocional. En realidad lo que resuena por todas partes no es la voz de ETA, sino el deseo de la ciudadanía de que esto se-acabe-de-una-vez-por-todas. Por eso mismo, resulta imposible no hablar o no escribir de ello: los deseos son grandes escritores. Pero también pueden ser grandes engañadores si no tenemos presente lo fundamental: que el final del terrorismo lo protagonizamos todos los ciudadanos con su deslegitimación activa, con su repulsa, con nuestra autocrítica -cuando procede-, con nuestro aprendizaje democrático.

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