Periferias del pulpo
El AVE está construido y funciona. Ha costado lo suyo en dinero, en tecnología y en inconvenientes político-territoriales que demoraron su trazado final como sucediera con la A-3. Era inevitable desde la opción radial de las comunicaciones de España en el siglo XX, que nunca compartí, y por ello me produjo perplejidad el alboroto de gallinero cuando se hizo cargo del asunto el Gobierno Zapatero: ¡si desde Borrell y mucho antes estuvo claro, y en los ocho años de PP solo hubo la distracción vallisoletana, y siempre en el mismo sentido!
Lo de construido y funciona es evidente, lo de inevitable será siempre una discusión melancólica. Más cuando nadie piensa amortizar una infraestructura que hemos pagado todos los contribuyentes.
El corredor mediterráneo existe con más de 2.000 años, y hoy no funciona como debiera. Quienes estimamos que la accesibilidad y la movilidad son factores de la competitividad entre ciudades, esperamos que la competencia cooperativa permita el transporte de mercancías entre los puertos de Valencia y Barcelona, y que los viajeros podamos ir de Valencia a París sin pasar por Madrid. Es decir, que podamos transitar por donde solíamos, orilla mar hasta los Pirineos y hacia el corazón de Europa.
Será posible que los valencianos del sur y del norte nos sintamos más próximos, y no meras periferias del pulpo central, que por cierto es también el centro de llegada, acogida y distribución de los flujos turísticos y económicos internacionales. El café con leche constitucional compuesto de autonomía y centralismo, ha tenido estas y otras consecuencias: al decir de entendidos estropea dos buenos ingredientes.
Queda tajo. Por ejemplo, el que se produce entre Castellón y Tarragona, y el horizonte de crisis convoca al esfuerzo de todos. A ver si hay otro espabilado como el marqués de Campo, tan querido por nuestros conservadores, y se lanza a la financiación y gestión del tramo como hiciera el citado en el siglo XIX. Sería señal del auténtico compromiso de instituciones, empresarios y sociedad, y no signo de mero oportunismo de apuntarse a lo inevitable que, por sabido, no implicaba riesgo alguno como en el caso del AVE.
Ricard Pérez Casado es doctor en Historia y ex alcalde socialista de Valencia.
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