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Columna
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Hugo Chávez echa cuentas

Desde el pasado 26 de septiembre el presidente venezolano Hugo Chávez no para de contar votos. Ese día obtuvo su peor resultado electoral en algo más de una década de triunfos en las urnas, y cuando el líder bolivariano se siente electoralmente malparado se aplica urgentemente a deshacer lo que los sufragios hayan decidido. Así lo hizo tras el referéndum de 2007, en que la ciudadanía le negó la posibilidad de reelección indefinida, convocando una segunda consulta para hacerse por fin con el santo y la limosna; otro tanto ocurrió en 2008 con unas elecciones a departamentos y alcaldías, en las que, aunque había ganado globalmente, perdía departamentos esenciales y, en especial, la alcaldía mayor de Caracas. Su abrumador dominio en la asamblea nacional -que la oposición había boicoteado- le permitió aprobar leyes al año siguiente que reducían las competencias de aquellos que le habían desafiado. Y eso es lo que ha vuelto a hacer con los comicios de septiembre.

Sus aspiraciones de convertirse en líder de la izquierda continental están más lejos que nunca

En esa fecha, las elecciones legislativas se saldaron con un virtual empate entre el oficialismo y una variopinta coalición, apenas soldada por la necesidad de enfrentarse a un poder casi absoluto: un 48% de sufragios para cada bloque, pero con 100.000 sufragios más de afectos al chavismo, y, como remate, un 3% para un grupo de partidillos aferrados al matiz, que no se declaraban favorables, ni contrarios. Y eso es lo que ha facultado al presidente para decir que también había ganado el voto popular, porque, aunque a favor de unas circunscripciones idóneas su victoria en escaños era muy clara, resultaba insuficiente. Ahí radica su derrota relativa: con 98 representantes en una cámara única de 165, el poder no alcanzaba los dos tercios necesarios para aprobar las llamadas leyes habilitantes, verdaderos cheques en blanco para que el presidente haga su santa y bolivariana voluntad.

En los días que mediaban para la instalación el próximo 5 de enero de la nueva Asamblea, la milagrosa cámara saliente validaba por un periodo de 18 meses una de esas leyes ómnibus para transformar el Estado en algo que Caracas denomina "socialismo del siglo XXI", y que, de momento, solo cabe identificar como un gobierno temporalmente semiautocrático, basado en el sufragio popular y con una vocación de redistribución, aunque generalmente caótica, de la riqueza. El referente intelectual de la oposición, Teodoro Petkoff, que -pese a su condición física envidiable- no quiere ser candidato presidencial porque en 2012 tendrá casi 80 años, deslegitima la maniobra argumentando que una asamblea no puede cercenar los poderes de la que va a sucederle, lógicamente elegida para legislar en plenitud de sus poderes constitucionales. Ante ese razonamiento, cabría suponer que el presidente obrara con puro y simple cinismo haciendo de su capa un sayo, pero nada parece menos seguro. Hugo Chávez está convencido de que tiene derecho a obrar así, basándose en que la democracia burguesa se ha valido de semejantes circunloquios a lo largo de toda su historia, y de que él tan solo se está sirviendo de idénticos atajos legales para imponer sus mejores intenciones. El objetivo inicial del líder izquierdista es probable que fuera lograr esa refundación del Estado sin vulnerar los instrumentos jurídicos de la democracia occidental, con la que había obtenido la presidencia en 1999, hasta acumular los poderes que, por ejemplo, han ejercido los hermanos Castro en Cuba, pero sin necesidad de parapetarse para ello en una tosca dictadura. El apego de Chávez a las formalidades democráticas disminuye, sin embargo, en la misma medida en que la práctica de la misma le dificulta sus propósitos.

Los movimientos chavistas justifican la inquietud de la oposición ante las presidenciales de 2012, sobre las que ya advirtió el presidente que el Ejército no admitiría un poder que no fuera revolucionario. E igualmente sus aspiraciones en el escenario latinoamericano por convertirse en el líder de la izquierda, o incluso de todo el continente, parecen hoy más lejos que nunca de cumplirse, máxime si el brasileño Lula da Silva opta a la reelección en 2014, como ya ha insinuado. Chávez lo ha querido todo, y con unas reglas de juego que hasta ahora, pese a las graves infracciones de hecho del poder, no han puesto fin al sistema democrático. Pero el voto parece que se le rebela y el líder bolivariano está nervioso. El problema estriba hoy en preservar la libertad expresión para que el pueblo decida en 2012 de qué siglo quiere que sea la gobernación de Venezuela.

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