Siria alentó el ataque a las embajadas por las caricaturas de Mahoma
El primer ministro dio instrucciones al gran muftí para que los imanes caldearan las protestas - El régimen usó los disturbios para legitimarse
El régimen sirio -orgullosamente nacionalista y laico- alentó los ataques islamistas contra varias embajadas occidentales por la publicación, en el diario danés Jyllands-Posten, de una docena de caricaturas de Mahoma. Así se desprende de los cables enviados por la Embajada de EE UU en Damasco. Las violentas protestas sacudieron la capital siria el 4 de febrero de 2006. Días antes, el Gobierno maniobró para que los imanes caldearan el ambiente con sus prédicas. Durante la manifestación, la inacción policial permitió la destrucción de las Embajadas de Noruega, Dinamarca, Suecia y Chile. Según los cables, la jugada tenía un doble objetivo. Ante Occidente, el Gobierno sirio justificaría la ausencia de libertades como "único freno" a los islamistas. Ante los musulmanes, Damasco emergería como protector de la dignidad religiosa.
La inacción policial permitió la destrucción de cuatro legaciones
Damasco justifica la falta de libertades como "único freno" a los islamistas
Los informes estadounidenses aportan nuevos elementos sobre las manipulaciones políticas que espolearon aquellas protestas, que incendiaron una veintena de países musulmanes a principios de 2006 y que dejaron medio centenar de muertos.
En el caso de Siria, la estrategia fue cuidadosamente calculada, a tenor del testimonio que un influyente religioso suní brinda al encargado de Negocios estadounidense, Stephen Seche, el 6 de febrero de 2006. Días antes de los incidentes, explica, "el primer ministro [Mohamed] Naji al Otari ordenó al gran muftí [máxima autoridad religiosa] que diera directrices muy duras a los imanes que predicaban el viernes en las mezquitas de Damasco, sin fijar ningún límite al tipo de lenguaje que debían emplear". "El muftí, jeque Hasún, cumplió la orden".
Aquel viernes, 2 de febrero, las condenas a las caricaturas y a los Gobiernos nórdicos retumbaron en las mezquitas damascenas. El sábado 3, la plaza Al Rawda, "área de seguridad" donde están las principales embajadas, apareció sembrada de gigantescas pancartas religiosas, algo impensable sin el respaldo de las autoridades. El día 4, Damasco fue escenario "de los peores disturbios de los que se tenga reciente memoria".
La embajada describe la quema de la legación noruega y la destrucción del edificio que albergaba las sedes de Dinamarca, Chile y Suecia. "Cuando preguntamos cómo es que el Gobierno había fracasado tan miserablemente en proteger las instalaciones diplomáticas", escribe Stephen Seche, el jefe de protocolo sirio "minimizó los daños" y alegó que el Gobierno "no esperaba las protestas ese día".
Las fuentes sondeadas por la Embajada son unánimes. El Gobierno estaba detrás de lo ocurrido: hablan del "sermón" escrito en los despachos oficiales, de convocatorias vía sms, de autobuses cargados de manifestantes... Es probable, conceden los diplomáticos estadounidenses, que la protesta se saliera de control. Pero "el régimen de minoría alauí parece haberse beneficiado de los disturbios, aumentando su legitimidad". Por un lado, "permitió que los suníes descargaran su ira" en un asunto "visceral y populista", apareciendo como el "defensor de la dignidad islámica". Por otro, las protestas reforzaron el mensaje "recurrente" del régimen sirio a la comunidad internacional: "Esto es lo que ocurrirá si permitimos una verdadera democracia y los islamistas llegan al poder".
En manos del partido Baaz desde 1963 -y de la familia El Asad desde 1970-, el Gobierno, dice otro cable de abril de 2006, "juega con el tema del islam con una estrategia diseñada para apuntalar el régimen". Hace concesiones, como permitir la apertura de tres bancos islámicos o aprobar la sharía (ley islámica) en la Universidad de Alepo, y al mismo tiempo restringe las actividades de los radicales, sobre todo los Hermanos Musulmanes. Para ello cuenta con el gran muftí, el moderado Ahmed Hasún. "Algunos contactos creen que el régimen está jugando con fuego. Pero hasta ahora parece que mantiene el control", señala la embajada.
EE UU siguió de cerca las protestas desatadas por las caricaturas, que el Jyllands-Posten publicó en septiembre de 2005 en respuesta a varios casos de autocensura registrados en Europa frente al extremismo islamista. "Hay que destacar que las protestas a gran escala no comenzaron hasta febrero de 2006, cuatro meses después de la aparición de los dibujos", señala el Departamento de Estado en enero de 2008.
A este hecho no es ajena la campaña emprendida por varios imanes daneses, miembros de la Sociedad de la Fe Islámica, que presentaron un informe que tergiversaba los hechos e incluía unos dibujos apócrifos, extremadamente ofensivos, que nunca habían sido publicados por la prensa danesa. Los imanes recorrieron varios países y presentaron el documento en la Conferencia Islámica celebrada en La Meca en diciembre de 2005. Un mes después, comenzaron los disturbios.
Los cables de diversas embajadas de EE UU dejan patente la influencia de otros factores: desde la participación de "políticos oportunistas", enemigos del general Pervez Musharraf, en las movilizaciones registradas en Pakistán, hasta el uso del conflicto como "catalizador" de las pugnas internas en Nigeria. O bien los ataques que sufrió el muftí de Rumanía de los diplomáticos y patrocinadores saudíes por "llamar a la calma" a su comunidad (100.000 musulmanes) en lugar de "incitarla a ser más activa en las protestas".
La inquietud estadounidense se refleja en un cable de la Embajada en Copenhague de septiembre de 2006, primer aniversario de la publicación de los dibujos. Enterado de que el Jyllands-Posten está pensando reeditarlas, el embajador, James Cain, llama alarmado a Bo Lidegaard, consejero de seguridad nacional del entonces presidente, Anders Fogh Rasmussen. Lidegaard, que no estaba al corriente, considera que es algo irresponsable, pero dice que el Gobierno no va a intervenir y advierte a Cain contra cualquier intento de influir en el periódico. Finalmente, el atribulado embajador llama al Posten, donde le aclaran que han descartado la idea por poco "aconsejable". Cain se muestra aliviado, pero reprueba la visión del Gobierno danés "sobre la absoluta primacía de la libertad de expresión".
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