Alta tensión entre China y la Iglesia por el control de millones de católicos
Cuando el pasado noviembre el organismo religioso que controla la Iglesia católica en China nombró un nuevo obispo sin el visto bueno del Papa, el Vaticano reaccionó con ira y calificó la decisión de "ofensa al Santo Padre" y "grave violación de la libertad religiosa y la libertad de conciencia". Pekín no tardó en replicar, y señaló a la Santa Sede en los mismos términos. "Cualquier alegato de intervención constituye un acto de restricción de libertad e intolerancia", dijo Hong Lei, portavoz de Exteriores. Hong afirmó que la Asociación Católica Patriótica China llevó a cabo las ordenaciones de forma independiente, lo cual refleja la "libertad de creencia religiosa" existente en China, y añadió que la interferencia del Vaticano viola esa libertad.
El nombramiento de obispos agría las relaciones con el Vaticano
Con Benedicto XVI, las relaciones habían mejorado en los últimos años
El número de creyentes de todas las confesiones crece sin cesar
Pekín exige a Roma que no interfiera en sus asuntos internos
Las relaciones entre China y el Vaticano han sido tensas desde que ambos Estados rompieron los lazos diplomáticos en 1951 y la Santa Sede mudó su Embajada a Taiwán. El Gobierno de Pekín no ha reconocido nunca la autoridad del Papa sobre la Iglesia católica en el país asiático, mientras que la corte pontificia en Roma se ha negado a aceptar la elección de obispos por parte de la Asociación Católica Patriótica China, el organismo creado en 1957, bajo la autoridad del Partido Comunista Chino (PCCh), para supervisar la religión católica.
En los últimos años, con el papa Benedicto XVI, las relaciones habían mejorado gracias a discretas negociaciones que han conducido a varias ordenaciones de obispos con la bendición de Roma. Pero el péndulo ha vuelto de nuevo atrás, y los intercambios se han agriado con el nombramiento de Guo Jincai como obispo, en noviembre, y la designación este mes de los nuevos líderes de la Iglesia católica china.
La ordenación de Guo como prelado superior de la diócesis de Chengde (ciudad de la provincia de Hebei) es la primera que se produce en el país sin aprobación papal desde 2006. En la ceremonia participaron ocho obispos aprobados por el Vaticano, según Asia News, una agencia de noticias ligada a la Santa Sede, que sigue con detalle la situación de los católicos en China. Tres de ellos, según afirma, fueron secuestrados por el Gobierno varios días antes de la ceremonia para presionarles y que asistieran al acto. El Vaticano ha asegurado que "el diálogo respetuoso y constructivo" con las autoridades de Pekín ha resultado dañado por la ordenación. En Roma, puede haber irritado también el hecho de que Guo sea subsecretario de la Asociación Católica Patriótica y, por tanto, muy cercano al PCCh.
Al choque han venido a sumarse la designación este mes de Ma Yinglin como líder de la Conferencia de Obispos de la Iglesia Católica de China y de Fang Xingyao como presidente de la Asociación Católica Patriótica en un cónclave celebrado en Pekín a principios de diciembre, en el que participaron 300 obispos, sacerdotes y otras personas laicas. Según algunas informaciones, las autoridades forzaron a algunos prelados a acudir a la reunión, mientras que otros se escondieron o evitaron tomar parte. La ordenación de Ma como obispo en 2006 no fue reconocida por Roma, mientras Fang, que sí cuenta con el visto bueno papal, es considerado demasiado susceptible a las presiones del Gobierno, porque ha presidido ordenaciones de prelados no reconocidos por Roma.
La Asociación Patriótica asegura que no tiene nada que ver en las disputas entre China y el Vaticano, y que el nombramiento de obispos es necesario para divulgar la fe y para que la Iglesia crezca. Algunos observadores políticos en el extranjero creen, sin embargo, que la Iglesia patriótica ve con temor un posible reconocimiento de la Iglesia no oficial y el establecimiento de relaciones con la Santa Sede, y puede estar intentando entorpecer las negociaciones para no perder poder.
Se estima que en China hay unos 13 millones de católicos, incluidos los miembros de la Iglesia estatal -que profesan el culto en templos respaldados por el partido- y los seguidores de Roma, que practican en locales clandestinos y en ocasiones son perseguidos y detenidos. En la práctica, la división no está clara, y muchos sacerdotes oficiales tienen el beneplácito de Roma.
China es un campo de siembra para las religiones que durante décadas ha estado en barbecho. Pero ahora el número de fieles católicos, como de otras confesiones, crece sin cesar. Por un lado, porque la pérdida de fe en la ideología comunista y la desaparición de determinados valores sociales han llevado a muchos ciudadanos a refugiarse en la religión. Por otro, porque los esfuerzos del Gobierno por sacar a los feligreses de la clandestinidad y la creciente permisividad con la población para que practique sus creencias, siempre que sea dentro de las estructuras oficiales, han facilitado la propagación de las diferentes religiones.
Pekín sabe del interés del Vaticano por aumentar su presencia en China y no duda en recordar de vez en cuando a la Santa Sede que, mientras el catolicismo renquea en Occidente, en el país asiático está en ascenso. Pero ha impuesto dos condiciones para restablecer los lazos: que la Santa Sede "no interfiera en los asuntos internos chinos" -Pekín teme el papel que jugó la Iglesia católica en la caída de algunos regímenes comunistas en Europa- y que ponga fin a las relaciones diplomáticas con Taiwán. Los líderes de la Iglesia católica en Roma han dejado claro que estarían dispuestos a lo segundo, pero han dicho que la primera condición requiere negociaciones sobre su significado concreto. Especialmente, porque afecta al nombramiento de obispos, que actualmente realiza la Asociación Patriótica, pero que la Santa Sede considera potestad única del Papa.
Jia Qinglin, presidente de la Conferencia Consultiva Política (órgano consultivo del Parlamento), aseguró durante el cónclave de los obispos a principios de diciembre que Pekín piensa mantener el control de la Iglesia católica en China, que, según dijo, está "resistiendo a conciencia las actividades de infiltración de fuerzas extranjeras". Y sentenció: "Los católicos chinos continuarán dirigiendo la Iglesia de forma independiente. El partido y el Gobierno apoyarán el desarrollo saludable de la Iglesia católica china como siempre".
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