Madoff acaba con Madoff
El suicidio del hijo del mayor estafador de la historia de Wall Street es el último episodio de un drama familiar que ha dejado otros dos suicidios en el camino, muchas incógnitas abiertas y miles de vidas y haciendas destrozadas.
El capítulo más importante del caso Madoff acabó en tragedia, cuando el 11 de diciembre amanecía en Manhattan. Ese día, el colosal fraude que destruyó la hacienda de miles de inversores se cobraba su última víctima: el hijo mayor de Bernard Madoff, Mark, el príncipe del castillo de cartón piedra que durante tres décadas construyó el patriarca. Antes de suicidarse, colgado de una tubería con el collar del perro, dejó a los aparcacoches una felicitación de Navidad con una generosa propina de 400 dólares.
Ese 11 de diciembre vencía el plazo para que se presentaran las últimas demandas para recuperar el dinero con el que compensar a los miles de afectados de la mayor estafa piramidal de que se tiene constancia en la historia de Wall Street. La burbuja de secretismo, rumores y sospechas creció y creció hasta estallar en el barrio de SoHo.
Tres días antes del suicidio, Picard amplió la demanda e incorporó a la mujer, ex mujer y a los hijos de Mark
Bernard Madoff se negó a acudir a cualquier acto religioso para despedir a su hijo, incluso con el permiso de las autoridades
"Debía llevarlo por dentro", decía un empleado, que no percibió nada extraño. Pero durante los dos últimos años, él y su familia cargaron un día tras otro con el lastre de un apellido que en todo el mundo se relaciona con el fraude. Su viuda, Stephanie, pidió al juez autorización para cambiarlo y evitar así el linchamiento social. Los pocos amigos que conservaba dicen que Mark pensaba que nunca escaparía al escándalo, y que estaba cada vez más deprimido.
Era el más vulnerable de la familia. Junto a su hermano Andrew, denunció a Bernie Madoff a las autoridades federales después de que les confesara que su lucrativo negocio era una gran mentira de 50.000 millones de dólares. Ahí empezó el drama. Esa fue la última vez que tuvieron contacto con él y con su madre, Ruth. Los dos jóvenes, que trabajaron en la parte legal de Bernard L. Madoff Investment Securities, percibiendo un sueldo anual de unos cinco millones de dólares, negaron siempre cualquier conocimiento de la trama.
Pero cuando las cosas iban bien, los hermanos disfrutaban yendo de pesca con la flotilla de su padre. A Mark le encantaba volar en avión privado y tenía dos lujosas casas de verano en Nantucket y Greenwich, además del apartamento en SoHo. Aunque hasta el momento no se han presentado cargos contra ellos, sus puestos y sus vidas opulentas creaban sospechas. "Trabajaban mano a mano con el padre, debían saber algo", señala el ex fiscal Brad Simon.
Más preguntas que respuestas también en Wall Street, donde Bernard Madoff era una eminencia antes de estallar el fraude. E incredulidad entre los gestores de fondos. "Esta idea de que la familia no sabía nada, no me la creo", indica un agente con dos décadas de experiencia. "El hecho de que nunca hicieran las preguntas obvias -cómo se hacía tal cantidad de dinero o cómo se conseguían esos beneficios en años malos- es muy raro".
El empresario Ken Langone, una de las grandes fortunas de Estados Unidos, se vio con Bernard Madoff dos semanas antes de que se desmoronara la trama que les permitió vivir a todos como reyes. "Estaba desesperado por recaudar dinero", explicaba en una entrevista tras conocerse el trágico desenlace del fin de semana, "le dije a un amigo que no quería jugar al póquer con él porque era demasiado arriesgado". Sus hijos, añade, "le respetaban".
"¿Quién sabe qué oscuros secretos se llevó Mark?", se pregunta Simon. El responsable de recuperar los fondos para compensar a los estafados, Irving Picard, no compró la versión que ofrecían los abogados de los hijos de Madoff. Por eso les reclamó hace un año 67 millones de dólares, al considerar que se desentendieron deliberadamente del fraude. Y tres días antes del suicidio, amplió la demanda para incorporar a la mujer, ex mujer e hijos de Mark.
El interventor cree firmemente que todos en la familia vivieron durante años con "el dinero de otros", y que debía saber algo. Por si no fuera suficiente, The Wall Street Journal publicaba la noche del suicidio en su página web un amplio artículo especulando sobre el alto precio que iba a acabar pagando la familia más inmediata de Bernard Madoff. Y adelantaba que el cerco legal se estrechaba en torno a sus herederos.
La muerte de Mark es "el precio último de la avaricia", titulaba en portada el rotativo neoyorquino Daily News. Ya son tres los suicidios relacionados con el caso Madoff. El de Mark, a los 46 años, se suma al de un asesor financiero neoyorquino que encaminó inversiones hacia el estafador del siglo, y al de un soldado británico que perdió todos los ahorros que confió a la trama esperando importantes retornos.
Madoff gestionaba unas 4.900 cuentas de inversión, pero el grueso del balance era ficticio. La pérdida real probada ronda los 19.600 millones de dólares, de los 65.000 millones en los que calculó la fiscalía la mentira. La diferencia consistió en ganancias sobre papel, sin valor real alguno. Hasta la fecha solo hubo siete arrestos, además de Bernard Madoff. Cinco de los detenidos son empleados de la firma, entre ellos su director financiero, Frank DiPascalini, y su secretaria, Annette Bongiorno. Y su contable, David Friehling.
Bongiorno, junto a su marido, se dedicaba a captar a pequeños clientes mientras el jefe se afanaba en los campos de golf de Palm Beach para atraer a grandes fortunas, como el financiero Ezra Mekin, que hubo de poner a la venta su exclusiva colección de arte, valorada en 310 millones, para compensar a los clientes cuyo dinero canalizó hacia Madoff sin autorización.
Madoff cumple 150 años de prisión en Carolina del Norte. Todas sus propiedades fueron embargadas y subastadas. Pero el más grande de los villanos financieros de Wall Street no ha sido sometido a una instrucción que le forzara a hablar, para saber quién actuaba con él y entender cómo fue capaz de mantener viva la estafa sin ser detectado por los supervisores.
Los afectados por el fraude no terminan de creerse que a estas alturas, dos años después de su arresto, nadie haya sabido dar respuesta a tres preguntas simples: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Durante cuánto tiempo estuvo operando el fraude?
"Es muy frustrante", reconoce Ronnie Ambrosino, de la Madoff Coalition for Investor Protection. Fue uno de los miles que picó el anzuelo. "No es tanto por la pérdida financiera como por la sensación de impotencia", precisa. Cree que Mark se lleva a la tumba "lo que sabía y lo que no". Pero muchos de los estafados nunca escucharon el apellido Madoff hasta que la pirámide se vino abajo. Fue el momento en el que se hizo imposible alimentar a la bestia.
Irving Picard, el liquidador de la sociedad de inversión de Madoff, habla de 15.751 reclamaciones. Se valoran en un montante de 5.900 millones de dólares. Dinero en su mayoría de jubilados, que durante años recibieron declaraciones falsas de Madoff sobre el rendimiento de su dinero. Creyeron que estaban multiplicando su fortuna, cuando en realidad esa riqueza era ficticia. Los más ávidos -o mejor informados- lograron retirarse antes del colapso.
De esa cantidad, unos 768 millones serán pagados por la Securities Investor Protection Corp, la entidad que en Estados Unidos da cobertura a las inversiones de este tipo. El resto dependerá de lo que sea capaz de recuperar Picard en los tribunales con sus demandas a bancos, fondos de inversión, familiares y amigos. Se estima que el interventor recaudó ya la mitad tras el acuerdo con los herederos del inversionista Jeffrey Picower.
Buscando el dinero con el que compensar a los estafados, Picard dirigió la recta final de su ataque contra grandes firmas financieras, como UBS, HSCB y JPMorganChase. La mayor demanda va dirigida contra la banquera austriaca Sonja Kohn, de Bank Medici, a la que acusa de haber desempeñado un papel clave a la hora de reclutar inversores para alimentar la trama.
En esa búsqueda casi a la desesperada, Irving Picard demandó incluso a cerca de medio millar de inversores que retiraron su dinero antes de que el fraude estallara. Ilene Kent, una de las activistas que representa a este colectivo, opina que es "como tratar de sacar sangre de una piedra".
Algunos bancos, como el Santander, pactaron ya un remedio para compensar a los afectados y evitar el juicio. Las demandas que no pudo acordar Picard al margen de los tribunales tardarán años en ser resueltas. Y no hay garantía de que el dinero que se reclama vaya a ser recuperado, si se toma como ejemplo lo ocurrido en otros asuntos: el resultado del fraude contable en la eléctrica Enron o el enrevesado proceso legal en el caso de Lehman Brothers.
Luego está la cuestión de cómo se reparte lo recaudado. Y aquí hay un problema añadido, que hace pensar que la mayoría de los estafados no recibirán ni siquiera una parte del dinero que se invirtió en Madoff sin saberlo. Las reglas de la SIPC (Securities Investor Protection Corporation) no permiten compensar a terceros, es decir, a los que pusieron su dinero en manos de los conocidos como feeder funds, los fondos que invertían directamente en la trama piramidal.
En esa categoría entra el 63% de los afectados, como la artista Cadence Newlove, para quien el suicidio del hijo mayor de los Madoff "no resuelve nada". Ella y la abogada Helen Chaitman creen que Mark es "tan víctima de Bernie como el resto". "Tragedia sobre tragedia", remacha Joan Sinkins.
"Esta historia empieza a tener todos los elementos de una tragedia griega", opina el ex alcalde de Fort Lee, Burt Ross, al que la estafa le hizo perder cinco millones de dólares. Reconvertido en agente inmobiliario, cree que el suicidio de Mark hace aún más daño. "Ahorcarse mientras el niño de dos años duerme en la habitación te pone los pelos de punta, sobre todo si tienes hijos".
La lista de tristes eventos continuó días después del suicidio. Bernard Madoff se negó a acudir a cualquier acto religioso para despedir a su hijo, incluso con el permiso de las autoridades. "Su último insulto", titulaba el New York Post. Para evitar un circo mediático, la familia optó por incinerar los restos de Mark, sin ceremonia. Una decisión poco habitual en la tradición judía.
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