Siete pasos

Escandinavia, diciembre de 2010. Liu Xiaobo, el activista chino condenado a 11 años de prisión por promover un manifiesto a favor de la democracia y los derechos humanos, no puede viajar a Oslo para recoger el Premio Nobel de la Paz. El Gobierno chino, que lo considera un criminal, mantiene bajo arresto domiciliario a su esposa y a otros 150 activistas de su organización, para garantizar que nadie recogerá ese galardón, pese al clamor indignado y unánime de las naciones democráticas.
Escandinavia, diciembre de 2010. Un tribunal de Suecia, país que se autocomplace en presentarse como espejo de los derechos humanos gracias, entre otras cosas, a la concesión de los Premios Nobel, procesa por un delito de violación, previamente desestimado por el fiscal, a Julian Assange, creador de Wikileaks. Representantes de las mismas naciones que claman contra la prisión de Xiaobo, como Sarah Pallin o Tom Flanagan -asesor del primer ministro de Canadá-, han dicho de él que es tan terrorista como Bin Laden y que haría falta un asesino que lo liquidara en cualquier esquina. Un detalle menor, pero significativo, es que una de sus demandantes, Anna Ardin, tenía hasta hace poco en su blog una sección titulada "Cómo acabar con un hombre de forma legal en siete pasos".
Las comparaciones son odiosas, pero, con frecuencia, inevitables. No sé quién es Assange. No sé quién le filtra las filtraciones que le agradezco, ni si pueden obedecer a algún dudoso interés oculto. Pero el hecho de que la justicia de un país como Suecia haya tramitado una querella de semejante individua, para equiparar después un accidente -la ruptura de un preservativo- en una relación sexual consentida con una violación, coloca a la población mundial, a mi juicio, en un riesgo mayor que la existencia de Wikileaks, aunque ninguna nación democrática esté clamando por ello.
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