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Columna
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El 'escribidor'

Manuel Rivas

Es difícil definir lo que es estilo. La definición que más me convence es la de Ignacio Aldecoa: la voluntad de precisión. Claro que Aldecoa era mucho Aldecoa. "Cuando abrieron la caja, el ex campeón parecía totalmente KO" (Neutral corner). No se habla de la precisión de un prospecto farmacéutico, sino de esa rara habilidad para construir nuevas simetrías con especies que se extrañan o repelen. Valle-Inclán era un maestro cerrajero en este tipo de combinaciones imprevisibles que desvendan la historia y sus momias. Todavía no sé a qué atribuir la pena de olvido que sufre Ruedo ibérico. Otra posible definición de estilo sería la de la ausencia: aquello que se echa de menos en la prosa dominante. Opiniones al margen, hay que reconocerle al ex embajador de Estados Unidos en España, señor Aguirre, autor de la mayoría de los cables diplomáticos filtrados, un empeño estilístico, una voluntad de precisión, que contrasta con la vulgaridad chabacana de la inmensa mayoría de los articulistas y ventrílocuos de la prensa conservadora española. Mal que bien, el embajador Aguirre cumple con su misión: transmite información a sus superiores y no los atiborra con prejuicios, aunque los muestra, ni los excita gratuitamente con un surtido de vejámenes sobre los malvados izquierdistas que gobiernan España. Si comparamos sus informes con las raciones de vísceras que nos ofrecen nuestros queridos caníbales, el señor Aguirre es un cotilla moderado. Incluso demuestra una vena humorística al atribuirle la condición de "felino" a Zapatero, adalid de un socialismo más bien ovino. Es verdad que le lanzó una indirecta a Blanco. Pero al menos tuvo la educación de no motejarle con el diminutivo de Pepiño, ese deporte de los lumbreras locales. Acertó, eso si, con Bono, cuando lo calificó de "sabueso mediático". Al día siguiente, Bono aparecía en pantalla para ilustrarnos sobre el enemigo principal: el adorable y jubilado Pasqual Maragall.

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