Burla de la buena
A veces es como si tuviéramos ganas de machacarnos. Veintisiete años ha estado el Liceo sin programar el Falstaff verdiano, una de las pocas óperas del gran repertorio que te permite salir del teatro con la sonrisa puesta. Se trata de una sonrisa de las que dejan poso, entre divertida y melancólica: divertida por el patético orgullo sin causa del caballero Falstaff, motor y blanco de todas las burlas, sin las cuales no habría comedia, como el propio protagonista nos recuerda desde el fondo de su autoestima; melancólica por lo que esta obra tiene de despedida de Verdi del arte del que fue maestro.
No es posible escuchar la fuga (!) final Tutto nel mondo è burla [Todo en el mundo es burla] sin imaginarse al solitario y malhumorado anciano de Sant'Agata con una sonrisa bajo los bigotes mientras la escribía con plena conciencia de estar testando. En efecto, él y Arrigo Boito, autor de un raro libreto de altísimo voltaje poético, venían a señalar a las jóvenes generaciones -Leoncavallo, Mascagni, Puccini- el camino a seguir por el teatro musical-nacional italiano: un regreso al canto silábico para que la lengua de Manzoni -la "palabra escénica", en aguda formulación verdiana- brillara al más alto nivel, toda vez que la música recogía la gran tradición del pasado, de Palestrina a la ópera bufa del XVIII culminada por Rossini. Como todos los testamentos, se respetó poco. Es lógico.
FALSTAFF
De Giuseppe Verdi sobre un libreto de Arrigo Boito.
Intérpretes principales: A. Maestri, L. Tézier, J. Prieto, F. Cedolins, M. Cantarero, E. Fiorillo. Orquesta y Coro del Liceo. Dirección escénica: P. Stein, N. Ashton. Dirección musical: F. Luisi. Barcelona, Liceo, 9 de diciembre.
Se trata así de una partitura densa, difícil y rápida que siempre redunda en frescura teatral, lo cual hace imprescindible contar con un buen director. Lo hubo en el Liceo y casi se llevó tantos aplausos como Falstaff. Fabio Luisi marcó con alegría los tiempos, sin imponerlos, invitando con ductilidad a que el canto se uniera al sonido del foso. No menos necesario resulta para esta ópera disponer de un barítono de peso (nunca mejor dicho) para que asuma el protagonismo único, según le gustaba a Verdi. Ambrogio Maestri es sin duda una de las voces de hoy más capacitadas para incorporarlo (a la espera de escuchar a Joan Pons). Su Falstaff no abusa de histrionismo, acentúa con emoción el lado oscuro del personaje, acercándolo a Rigoletto, otra cima de barítono verdiano.
Del resto del reparto diremos que los hombres estuvieron mejor que las mujeres: estupendo Ford de Ludovic Tézier, enternecedor Fenton de Joel Prieto y excelentes prestaciones escénicas y vocales del resto de la cuadrilla, integrada por Carlos Chausson, Raúl Giménez y Francisco Vas. Algo menos convencieron las felices casadas. Fiorenza Cedolins (Alice) tiene un buen porte dramático, no siempre bien correspondido por la línea de canto. Mariola Cantarero da el carácter lírico de Nannetta, pero siempre desde un volumen pequeño. Elisabetta Fiorillo sí compuso, en cambio, una Mrs. Quickly vocalmente plena y no le anduvo a la zaga la Meg Page de Maite Beaumont.
En cuanto al montaje, es efectivo, pero se nota que fue concebido hace unas cuantas décadas. Hoy no resultan aceptables cambios de decorados tan lentos, máxime cuando el resultado no los justifica. A cambio, la dirección de actores de Peter Stein, realizada por Nick Ashton, es extraordinaria. Riámonos, pues, a gusto: en este mundo todo es burla.
Babelia
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