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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Los ojos y oídos de EE UU

Soledad Gallego-Díaz

La primera vez que se vieron, el presidente norteamericano John F. Kennedy entregó a su colega británico, Harold MacMillan, un ejemplar de The guns of August, un libro que acababa de publicar, con enorme éxito, la periodista e historiadora Barbara W. Tuchman y que trataba de las semanas previas y de los 30 primeros días de la I Guerra Mundial. Tuchman, nieta de un famoso diplomático norteamericano, recurrió a infinidad de fuentes para documentar, hasta en el más pequeño detalle, las entrevistas, encuentros y debates que mantuvieron los principales protagonistas de los países implicados en aquel feroz conflicto y eso es, precisamente, lo que concede a su libro un tono tan formidable de realismo y autenticidad.

Washington tiene intereses y responsabilidad en todo el mundo. Nada de lo que anotan sus diplomáticos carece de importancia

Entre sus fuentes figuraban, por ejemplo, dos tomos que reunían los telegramas enviados a Londres durante ese mes por las diferentes embajadas británicas en todo el mundo, reflejando las opiniones, anécdotas y comentarios recogidos por sus atentos diplomáticos. También, por supuesto, documentos parecidos, relativos a las embajadas alemanas. Sin ellos, sin esos despachos que anotaban experiencias, intercambios de opiniones y de información y, a veces, simples cotilleos y rumores, obtenidos en cenas y salones, hubiera sido imposible realizar un dibujo tan extraordinario como el que logró The guns of August. Y lo que es más importante, seguramente la guerra no se hubiera desarrollado como se desarrolló (terminó cuatro años después, con cerca de diez millones de muertos).

Tratar de recuperar la verdad de lo que realmente pasó, aseguraba Tuchman, implicaba descubrir la verdad subjetiva y parcializada, hecha de pequeñas visiones y experiencias anotadas por personas distintas. Eso son, en muchas ocasiones, los telegramas y despachos que envían las embajadas de todo el mundo a sus respectivos ministerios de Asuntos Exteriores. Quienes durante estos días ironizan sobre la publicación de los telegramas de la diplomacia de Estados Unidos porque, a su juicio, no contienen noticias ni novedades, deberían leer los dos tomos de aquellos otros diplomáticos británicos para darse cuenta de cuántas cosas importantes vieron y anotaron, y cuántos de esos elementos contenían realmente datos básicos para entender la esencia de lo que estaba sucediendo, justamente en esos días.

Es cierto que buena parte de los telegramas difundidos ahora por Wikileaks recogen fundamentalmente opiniones y valoraciones de los propios diplomáticos de Estados Unidos, pero es importante recordar que esas opiniones y valoraciones son uno de los elementos sobre los que los responsables políticos de la primera potencia del mundo están tomando precisamente en estos momentos sus decisiones. No será el único factor, sin duda, pero sí uno de los que se toman en cuenta de forma más continua y permanente.

Ese flujo de información casi diaria, sorprendentemente bien escrita, y en ocasiones llena de ironía y de sentido del humor, ayuda nada menos que a dar forma a la política exterior de Estados Unidos, que es en estos momentos la única potencia que tiene realmente intereses y responsabilidades en todos los rincones del mundo. Nada de lo que recogen y anotan sus ojos y oídos deja pues de tener importancia.

Barbara Tuchman hubiera disfrutado enormemente con la filtración de Wikileaks y no hubiera despreciado ni uno de los detalles de esos telegramas. Especialmente porque los diplomáticos norteamericanos de hoy demuestran tanto dominio de su idioma como los británicos de 1900, bastante más guasa y una capacidad muy superior a la de ellos a la hora de relacionarse absolutamente con todo el mundo. Mandan los modos democráticos de Estados Unidos y los embajadores norteamericanos bailan rap en las boites y bodas de algunos magnates asiáticos, anotándolo todo y sin asombrarse de nada.

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