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Columna
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Trances

Enrique Gil Calvo

Los comicios catalanes celebrados ayer están llamados a significar el cierre del presente ciclo político, caracterizado por el predominio socialista en los Gobiernos catalán y español, y la apertura de un periodo de transición que se prolongará hasta que se instaure definitivamente el nuevo ciclo político que salga de las próximas elecciones generales (previstas para 2012, si la crisis de la deuda española no fuerza su adelanto), que probablemente se caracterizará por un nuevo predominio del centro-derecha conservador. Y como ocurre en todos los procesos de tránsito, este interregno entre dos ciclos políticos alternantes estará presidido por la incertidumbre, cuya tensión se irá incrementando paulatinamente a lo largo de los próximos meses, sobre todo a partir del agónico trance que supondrán los comicios municipales y autonómicos del año próximo.

Esta vez le tocará caer a Portugal; pero luego viene España, y enseguida Italia

Pero, además, este incierto proceso de transición entre ambos ciclos políticos estará condicionado por el trance todavía más incierto de la crisis del euro, que este año de 2010 no ha hecho más que iniciarse sin que podamos saber todavía cuándo ni cómo terminará. Lo que sí se sabe es que la crisis se abrió con la caída de Grecia en mayo pasado, lo que obligó al directorio europeo (el eje Berlín-París, a la cabeza del tándem que forman la Comisión y el BCE) a diseñar un excepcional fondo de rescate cifrado en 750.000 millones de euros.

Ahora bien, ese arreglo improvisado solo ha durado seis meses, pues la semana pasada se produjo la caída de la siguiente pieza del dominó: ahora le ha tocado a la neoliberal Irlanda. Y si en mayo pasado la caída de las bolsas y las deudas soberanas de los países periféricos (los famosos PIGS) se alivió enseguida hasta neutralizarse, respondiendo positivamente al fondo de rescate europeo, esta vez en cambio no ha habido alivio alguno tras la decisión de la UE de rescatar a Irlanda.

Por el contrario, las bolsas y las deudas de los países periféricos siguen desplomándose en caída libre. De modo que la siguiente ficha del euro-dominó podría caer en breve plazo, probablemente inferior a los seis meses de lapso entre las caídas de Grecia e Irlanda. Esta vez le tocará caer, por el ranking del tamaño relativo, a nuestra vecina Portugal. Pero a continuación ya viene España, y enseguida Italia: unas piezas mayores que, como son demasiado grandes para caer, arrastrarán indefectiblemente al euro consigo, si es que el directorio europeo no improvisa un nuevo plan B, porque el plan A, diseñado en mayo, ya no sirve para contener su caída. Ahora bien, con independencia de la suerte que corra el euro, lo que sí parece claro es que la bolsa y la deuda española se están hundiendo en el descrédito, sin que el debilitado Gobierno de Zapatero pueda hacer demasiado por evitarlo.

De modo que en este aciago otoño se abaten sobre nuestro país dos procesos de tránsito no menos inciertos, que además se interfieren entre sí: la fase terminal del ciclo político de Zapatero y el trance agónico de nuestra deuda soberana, a punto de caer en el descrédito. Y en esta concatenación de incertidumbres cobran una especial relevancia los comicios catalanes, pues el tema central de su campaña electoral ha sido también la soberanía fiscal: justo como en la crisis del euro. El problema de fondo de la eurozona es que una unidad monetaria no puede funcionar sin instituciones federales, pues con el BCE no basta (solo gobierna el tipo de interés) sino que hace falta además un Tesoro común y una política fiscal unificada. Justo lo que ahora el soberanismo catalán cuestiona respecto al caso español, reclamando un concierto económico que rompa la unidad fiscal de la caja común federal.

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Si la reivindicación catalana de soberanismo fiscal fuese atendida, y su ejemplo cundiera hasta extenderse a las demás autonomías, España se convertiría en una reproducción de la Unión Monetaria Europea a menor escala fractal. Pero así se abriría una división entre Ccomunidades autónomas ricas (el eje Madrid-Barcelona, como el eje París-Berlín) y pobres (los países meridionales y periféricos de la Unión española: Murcia, Extremadura, Castilla-La Mancha y Andalucía).

En época de vacas gordas (es decir, en época de burbujas especulativas), esa Unión española funcionaría como la seda. Pero en época de vacas flacas (o estallido de las burbujas), el dominó español iniciaría su cuenta atrás, cayendo sus piezas más débiles unas tras otras. Justo como está ocurriendo en la Unión Europea, donde la bolsa alemana ha subido este año un 15% mientras la española está cayendo el 20%. Y si Alemania aspira a salvarse a cuenta de la ruina de los países periféricos del sur, ¿aspirará Cataluña a hacer lo mismo a escala española?

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