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El Tratado de Lisboa cumple un año... y ya está viejo

La crisis deja en evidencia las carencias de la Carta Magna europea

Andreu Missé

El 1 de diciembre, el Tratado de Lisboa cumple un año. Han pasado cosas tan trascendentales en Europa y en el mundo durante los pasados 12 meses que, sin duda, eclipsarán este aniversario. Lo más relevante ha sido la coincidencia del estreno de la nueva Carta Magna europea con el estallido de la crisis de la deuda griega, que rápidamente se convirtió en un desastre financiero de la zona euro. Una crisis que ha revelado que el Tratado nació anticuado. Después de una década de aparentes éxitos hemos descubierto con espanto que Europa carecía de instrumentos suficientes para defender su moneda. También se aprecia, por suerte, que el Tratado dispone de medios para introducir los cambios rápidos que precisa, a pesar de que algunos se escandalizan por una modificación tan prematura.

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Europa ha descubierto ahora lo que muchos europeístas reclamaban desde hace años, aunque sus palabras fueran sofocadas por la euforia de los mercados. Esta semana, una de estas voces, la de Jacques Delors, ha vuelto a oírse. El ex presidente de la Comisión Europea y uno de los grandes constructores de la Unión manifestaba el miércoles que "la Unión Económica y Monetaria ha sido víctima del capitalismo financiero y de un fallo provocado por la irresponsabilidad de nuestros dirigentes". En su opinión, "el fallo ha sido querer hacer la Unión Monetaria sin la Unión Económica". Delors ironizó sobre el absurdo del mundo en que vivimos. "Ahora los mercados te advierten de que si no reduces el déficit te van a atacar. Pero como las políticas de reducir el déficit provocan una caída del crecimiento, entonces te dicen: 'Te atacaremos por no crecer lo suficiente". Y sentenciaba: "[Vamos a asistir] a una vuelta del populismo". Un renacimiento preocupante porque, a juicio de Delors, el populismo no se aprecia solo en las elecciones nacionales, sino también en el Consejo Europeo.

Marco Incerti, investigador del Centre For European Policy Studies (CEPS), explica a este diario: "Uno de los problemas del Tratado de Lisboa es que cuando fue diseñada la Constitución Europea [proyecto que no prosperó, pero que fue recogido en un 90% por el nuevo Tratado] no se tuvieron en cuenta los problemas que tenemos que afrontar ahora, muchos de los cuales no habían aparecido". "No podemos", considera Incerti, "seguir con la situación actual en la que carecemos de instrumentos para resolver asuntos urgentes", como los temas financieros. "No puede ser que tengamos órganos delegados con capacidad de resolución para responder a los desafíos diarios importantes y tengamos que esperar a que se reúnan 16 personas para tomar una decisión", concluye.

Uno de los principales objetivos del tratado consistía en dotar a la UE de una voz única para su representación exterior. Así, se creó la figura del presidente permanente del Consejo Europeo y se reforzaban los poderes de la representación exterior. Un año es poco tiempo para medir el resultado. Pero el encaje de bolillos tejido por Herman Van Rompuy como presidente de la UE ha sido decisivo para concertar acuerdos en los momentos más tensos de la crisis, que situaron a la Unión "al borde de la catástrofe", como él mismo advirtió. La decisión de Van Rompuy de convocar a los líderes en febrero y su gestión al frente del Equipo de Expertos para diseñar el Gobierno económico contribuyeron a crear un clima constructivo ante las indecisiones de los líderes.

Incerti coincide con otros analistas en que "Van Rompuy ha salido mucho mejor parado de lo que se pensaba". En cuanto a la Alta Representante, Catherine Ashton, sucesora de Javier Solana, sería injusto someterla ahora a examen. Ashton ha dedicado sus energías a la construcción del Servicio Exterior, "un instrumento que tiene un gran potencial", según el analista del CEPS.

Sin embargo, hasta ahora, el Tratado de Lisboa no ha logrado mejorar la visibilidad de la presencia europea en el extranjero, precisamente en una coyuntura de gran auge de los países emergentes. "A mí lo que me preocupa", señala Íñigo Méndez de Vigo, eurodiputado del Partido Popular y unos de los juristas más activos en la elaboración de la Constitución, "es que no hayamos logrado uno de los grandes objetivos del Tratado, que era lograr que la UE tuviera una voz única en sus relaciones con el mundo. Hay muchas voces que hablan en nombre de Europa, Van Rompuy, Barroso [presidente de la Comisión Europea], los primeros ministros [la presidencia semestral de turno], y ahora se ha añadido Jean-Claude Trichet [presidente del Banco Central Europeo]". "Hay mucha cacofonía, y esto causa confusión", apostilla.

Enrique Barón, ex presidente del Parlamento Europeo, advierte de que el Tratado "puso fin a un largo periodo de incertidumbres y nerviosismo por las dificultades en su ratificación", aunque agrega que el nuevo marco legal está produciendo cambios importantísimos: "El Consejo Europeo se está convirtiendo poco a poco en el futuro Gobierno económico de la UE y se está dotando de nuevos poderes al Parlamento Europeo". Lo cierto es que en este año de vigencia del Tratado los eurodiputados ya se han hecho valer, fijando nuevas condiciones al acuerdo que habían alcanzado previamente los Estados miembros con EE UU sobre la transmisión de datos bancarios o exigiendo un mayor papel del Parlamento en las discusiones del presupuesto de la UE.

José Luis Rodríguez Zapatero (derecha), junto a su homólogo portugués, José Sócrates, en Lisboa en 2009.
José Luis Rodríguez Zapatero (derecha), junto a su homólogo portugués, José Sócrates, en Lisboa en 2009.AFP

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