Desasosiego
"El triunfo de la vegetación es total". Con esa frase final se cierra La carte et le territoire, la última y por fin goncourtizada novela de Michel Houellebecq. Tan apocalíptica conclusión no tiene lugar en la vida real, sino en su representación, la obra final del artista y protagonista de la novela Jed Martin. ¿Y qué ocurre con la vida real? Teniendo en cuenta que Frédéric Beigbeder, uno de los personajes reales que aparecen en ella, nació en 1965, está vivito y escribiendo, y fallece en la novela con 71 años, el final de ésta tenemos que situarlo allá por 2036, y por ese año Francia, nos dice el protagonista, había cambiado mucho. Se había convertido en un país fundamentalmente agrícola y turístico, con un auge extraordinario del turismo sexual, y había mostrado una gran fortaleza económica durante las diversas crisis que se habían sucedido, casi sin interrupción, en los veinte últimos años, crisis que hacían oscilar de la opulencia a la hambruna a países como Indonesia, Rusia o Brasil. Francia no tenía otra cosa que ofrecer que el "art de vivre", y lo único que cambiaba de un año a otro era la nacionalidad de sus clientes. No está mal.
O sí está mal. La carte et le territoire está tejida con hilos sutiles que quizá no representen otra cosa que las obsesiones de su autor, quien es, por cierto, uno de sus personajes clave. Y hay en ella, creo, un claro movimiento que prima la permanencia sobre lo aleatorio. Es curiosa, por ejemplo, la tendencia de sus personajes a retirarse al terruño natal, tendencia que también cumplirá su protagonista, Jed Martin, pese a lo desagradable que le resulta la vida rural, ámbito en el que se siente un extraño, un extranjero.
En su segundo encuentro con el Houellebecq personaje, éste, aficionado al vino y a la charcutería, saca del frigo chorizo, salchichón y pan artesano y le reprocha cierta nostalgia por el mundo moderno, por la época en que Francia era un país industrial. Jed le responde que sí, que quizá eso sea cierto, que siempre le gustaron los productos industriales y que nunca se le hubiera ocurrido fotografiar... un salchichón. A lo que replica Houellebecq, concluyendo en llanto, que en su vida de consumidor conoció tres productos perfectos, con los que estableció una relación fiel y que le había hecho feliz, productos que habían desaparecido del mercado. Las especies animales más insignificantes, concluye, tardan miles o millones de años en desaparecer, mientras que los productos manufacturados son borrados de la superficie del globo en cuestión de días.
Llena de digresiones, desviaciones y líneas argumentales que prometen más que lo que dan de sí, y de agradable lectura, La carte et le territoire está saturada de eso que se denomina mal de civilización. Puede que sea fiel expresión del desasosiego que afecta actualmente a los franceses. Pero los males franceses suelen acabar siendo, con frecuencia, males europeos.
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