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Columna
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Sueño y delirio

Los sueños de Gallardón suelen convertirse en quimeras a los pies de la mitológica Cibeles

"¿Cuándo ha entrado usted en mis sueños?", repregunta retóricamente el alcalde de Madrid a su entrevistador, José Manuel Romero, en las páginas de este periódico cuando el periodista le inquiere sobre si algún día dejará de soñar con ser presidente del Gobierno: "¿Y quién le ha dicho que ese es uno de mis sueños?, continúa impertérrito y evasivo el entrevistado que solo sueña con "la transformación de la realidad" seguramente para adecuarla a sus expectativas personales, porque reconoce que la presidencia del gobierno es "uno de los instrumentos adecuados y útiles para la transformación de la realidad, pero no el único". Cauto, reservado, receloso, Alberto Ruiz-Gallardón, ni afirma ni niega, ni entra al trapo ni da pie a la polémica y huye de los excesos verbales que suelen ser la tónica de muchos de sus compañeros de partido. Chaqueta parda y perfil bajo, el primer edil capitalino, el gran deudor y endeudador de la urbe, se sale por todas las tangentes y dice recurrir a la ironía "para dar a entender la verdad" sin caer en la mentira. ¿Habrá que leer sus declaraciones de hoy en clave irónica? ¿Ironiza, por ejemplo, cuando habla de mantener la ley del matrimonio homosexual si la avalan los jueces?, o sea, si no le queda más remedio que acatarla. ¿Abusa del tono irónico cuando dice que "no está en el programa social del PP disminuir las ayudas sociales"?

La tozuda realidad no se aviene a ser transformada por el ironista y le responde unas páginas más allá, cuando en el encabezamiento de la sección de Madrid de este diario se afirma, sin ironías que valgan, que el Ayuntamiento recorta las horas de atención a personas impedidas. Son demasiadas, no saben contenerse, abruman al Consistorio y a sus empresas subcontratadas con sus peticiones y fuerzan a los cuidadores a realizar sus funciones "mal y deprisa" como reconoce una trabajadora de una de las empresas concesionarias. Madrid tiene demasiados dependientes y demasiados coches, hay que recortar las ayudas y recortar el tráfico: la gran promesa de Gallardón para un nuevo periodo en la alcaldía es restringir el tráfico del centro, una medida barata y generadora de ingresos mediante la recaudación de multas a los infractores. Recortar dependientes es una misión imposible en la que no caben las ironías, pues ya se sabe que las personas dependientes y desatendidas no se caracterizan por su sentido del humor. Ni siquiera sonríen cuando el director general del Mayor, Florencio Martín, advierte que la atención municipal "no es un derecho objetivo, sino una ayuda que igual que se da se puede quitar: el Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó, bendito sea el nombre del Señor. No es un derecho objetivo sino una ayuda caritativa, "las críticas son injustas y el servicio ejemplar", subraya el director del Mayor aunque los dramáticos ejemplos que ilustran y acompañan sus declaraciones desmientan su injustificado, e injustificable optimismo. No miente, solo ironiza, pues la ironía de su alcalde es contagiosa y se trasluce cuando Ruiz-Gallardón declara, por ejemplo, que "el hecho de que no haya recogida especial de hojas no merma el servicio", no lo merma, solo lo suprime, tal vez porque no es un derecho objetivo sino una ayuda y además ya se sabe que las hojas caídas forman una armoniosa alfombra otoñal que muchas veces sirve para cubrir otros detritos menos fotogénicos y tapar las imperfecciones del pavimento. En la fotografía de Gorka Lejarcegi que ilustra la segunda entrega de la entrevista, Gallardón de perfil cruza un paso de cebra con la pintura desvaída y resquebrajada para acceder al rutilante despacho de sus sueños, al fondo la Puerta de Alcalá.

Los sueños de Gallardón suelen convertirse en quimeras a los pies de la mitológica Cibeles, esposa del inquietante Saturno, madre de Zeus, de Juno, de Neptuno (que queda un poco más abajo) y de Plutón al que últimamente quieren borrar del mapa estelar. Desde su privilegiada y lujosa atalaya, el alcalde descabalgado del Olimpo guarda a buen recaudo sus sueños. El sueño de su razón produce monstruos, engendros inconclusos en la ciudad mutante y embargada.

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