Montilla o Mas, Generalitat solo hay una
No son tan distintos. Los dos principales contendientes de la política catalana son dos tímidos enfrentados a la fiera de la campaña
Se parecen como un huevo a una castaña. Es decir, en apariencia, muy poco: fotogénico el uno, dinámico, eterno look kennedyano, con idiomas y estudios superiores, seguro de su discurso, sintácticamente impoluto; incómodo con el objetivo el otro, de porte envarado y patoso, y unas vacilaciones con la gramática catalana que se han convertido ya en chiste de colegio. Las dos biografías políticas que se enfrentan en las elecciones al Parlament de Cataluña del próximo día 28 con posibilidades de presidir la Generalitat proceden en efecto de ámbitos sociales muy diferentes. Artur Mas es hijo de la pequeña burguesía industrial que no superó los embates de las sucesivas crisis a partir de la década de los setenta. José Montilla brota de la tierra de aluvión de la inmigración andaluza de esa misma década y de las dos anteriores, de los "charnegos" de Marsé o los "saltataulells" (aprendices) de la oda a Barcelona de Gil de Biedma, rebautizados por Paco Candel como "els altres catalans" ("los otros catalanes"). Desde 2006, un ciudadano nacido en Iznájar (Córdoba) y llegado a Barcelona con 17 años ha presidido la Generalitat, algo que apenas tres años antes, cuando alcanzó esa responsabilidad Pasqual Maragall, parecía tan remoto como que un negro fuera el siguiente inquilino de la Casa Blanca.
Pero ahí acaban las diferencias entre el huevo y la castaña, porque en ese punto interviene la formidable repostería catalana, muy capaz de combinar huevos con castañas en panellets y pasteles típicos del otoño, del mismo modo que amalgama piñones con calabazas confitadas -menos parecidos entre sí que los huevos y las castañas- en el tortell (roscón) que te dan en Casa Leopoldo. Quiere decirse con ello que ambos aspirantes a la Generalitat tienen muchos puntos comunes, por más que las campañas electorales, larguísimas en esta parte de la Península, tiendan a subrayar los contrastes.
Los dos candidatos son en efecto grandes tímidos, grandes introvertidos. Los dos practican el teatro político porque el cargo obliga, pero en el fondo los dos lo aborrecen, hijos como son de una farándula cuyo reparto durante más de dos décadas estuvo encabezado por dos mattatori tan prodigiosos como Pujol y Maragall. Los dos han tenido que negociar con sus respectivas herencias, los dos han renunciado nolens volens al divismo ilustrado de sus predecesores, los dos -cada uno a su manera, lógicamente- han asumido los papeles, poco agradecidos de cara a la galería, de gestores eficaces de la cosa pública. Y los dos han sufrido al principio, pero pasados estos últimos cuatro años, se diría que han encontrado el equilibrio, que han acabado por sentirse cómodos recitando cada uno la parte de la obra que les corresponde.
Un dato al respecto. En los últimos días, los dos han realizado cameos en el saludable programa de sátira política Polònia, que se emite por TV-3 con notables índices de audiencia. Montilla no tuvo empacho en imitar a su doble, Sergi Mas, que le pinta como un sosainas proclive al chiste malo. En el gag el president conseguía imponerse al guirigay de su consejo ejecutivo tras haber echado de la reunión a los dobles de Saura y Carod-Rovira. Por su parte, Mas mostraba su más dentífrica sonrisa y su propensión a inacabables frases subordinadas, al modo en que lo hace su sosias, Bruno Oro. En su caso, el candidato por Convergència i Unió trataba de impedir que se celebrara una prematura fiesta de victoria electoral entre los suyos. Pues bien, ninguno de los dos personajes reales ha comulgado nunca con su caricatura polaca. Montilla se considera bastante más eficaz que el personaje vacío, apático y algo tonto que le representa en la ficción, mientras que Mas ha llegado a tildar de "injusto" el trato que se le ha dispensado: de ningún modo se tiene por el guaperas arrogante, chulesco y pagado de sí mismo de la versión televisiva. Incluso ha confesado que le hubiera gustado tener algún tic, como Pujol, o algún problema de pronunciación, como Xavier Trias, para que su doble consiguiera resultar más humano. Ambos, sin embargo, han demostrado tener la suficiente cintura como para aceptar la invitación del programa y, al menos en apariencia, incluso pasárselo la mar de bien.
En el fondo, lo que se dirime el día 28 entre estos dos personajes es una cuestión más de proporciones en los ingredientes que de cambio de recetas, no digamos ya de cambio de menú. Mande uno u otro, no parece que la independencia de Cataluña vaya a ser para mañana mismo, que eso sí constituiría una alteración brusca de la carta. Va a haber previsiblemente movimientos sísmicos en esa dirección con la irrupción de la candidatura del ex presidente del Barça, Joan Laporta, pero en principio no parece que vaya a suceder mucho más. La gran fiera dormida de la consulta electoral que quita el sueño aproximadamente por igual a José Montilla y Artur Mas sigue siendo el clásico de las contiendas autonómicas: la abstención.
El objetivo de este reportaje es trazar un retrato paralelo, y en consecuencia necesariamente comparativo, de los candidatos en tres planos distintos: general, medio y primer plano. El general y el medio han sido elaborados con actos de precampaña de las semanas pasadas, escogidos aleatoriamente: un paseo de Artur Mas por Calella de la Costa, seguido de una comida-mitin en Premià de Mar, el sábado 23 de octubre; y un mitin de José Montilla en el barrio de Llefià de Badalona el jueves 4 de octubre, rematado por un encuentro con la comunidad gitana de Gràcia, que estrenaba una rumba en su honor. Para los planos cortos se ha recurrido al primer círculo de amistades de uno y otro, principalmente a sus respectivas esposas. Vamos allá.
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