Damas no, mujeres
Breve escorzo familiar de los candidatos
Helena Rakosnik, esposa de Artur Mas desde hace 28 años, acompaña al candidato en el almuerzo de Premià. A la hora del café hay ocasión de charlar. Mujer abierta, simpática, bastante más desenvuelta que su marido a la hora de repartir besos y posar en las fotos con los militantes.
A diferencia de Pujol, que desde el principio advirtió a Marta Ferrusola que Cataluña tal vez debería pasar por delante de la familia, Artur Mas nunca hizo en casa un anuncio solemne de dedicación a la política y ponderación de las consecuencias. "Las cosas llegaron normalmente, sin forzarlas. Es cierto que él ha sufrido por no poderse dedicar todo lo que querría a nosotros, pero con los hijos ya mayores, menos". La única hija del matrimonio se rebotó cuando era niña por la notoriedad de su padre. Poco a poco se acabó acostumbrando. En cualquier caso, ninguno de los tres siente inclinación por la política profesional.
Rakosnik trabaja en la empresa Transportes Metropolitanos de Barcelona. Hace poco tiempo pasó por un cáncer. Su marido no dejó de acompañarla ni a una sola de las sesiones de quimioterapia a las que tuvo que someterse. "Artur es lo que parece, una persona hiperrresponsable. El domingo es un día sagrado para estar con la familia. En campaña, no, claro, pero ahora procuro ser yo quien le acompaña".
No piensa cambiar de vida si su marido se convierte en presidente de la Generalitat. Cumplir con las obligaciones de primera dama, las justas. "Hoy eso está muy superado. Yo me siento la mujer de Artur, así de sencillo. Y estaré encantada si gana. Si no, ya veremos". Ella no ha observado el cambio de carácter que su marido ha experimentado tras "la travesía del desierto". "Para mí siempre ha sido la misma persona tranquila. Se enfada poco".
Un poco más movida es la vida de los Montilla-Hernández. Ambos tienen dos hijos mayores de sus anteriores uniones, de nuevo sin que ninguno de los chicos haya sentido la llamada de la política. José Montilla y Anna Hernández se casaron en 1997. Licenciada en Derecho, es concejal de urbanismo del ayuntamiento de Sant Just y presidenta de esa área de la Diputación de Barcelona. "Conozco casi todas las administraciones, porque incluso llegué a trabajar para la Generalitat que presidía Tarradellas. La única que me falta es la central. Y no por ganas".
Cuando él se fue de ministro a Madrid ella le hubiera seguido sin vacilar. Pero hubo un inconveniente de peso: los trillizos nacidos en el año 2000. "Fue una época difícil porque tenerle lejos con tres niños tan pequeños complica mucho la vida". Pero no dejó su actividad profesional: una semana después de parir asistía a un pleno municipal. Por supuesto, tuvo que montar una logística familiar de ahí te espero. "Respeto a la mujer que se queda en casa para cuidar de los hijos por elección, porque así es feliz. Pero yo pienso que puedo aportar cosas fuera de la familia que al final la enriquecen".
Anna Hernández se formó en un colegio de monjas y cree en los valores cristianos. En un momento de la conversación, confiesa algo íntimo que sin duda le ha quedado de la época escolar: "Si en estos momentos no tuviera a los niños pequeños y no estuviera tan atada me marcharía de misionera sin pensármelo. Me encantaría". Una mujer entusiasta, alegre.
En el plano más corto, el familiar, ambos candidatos parecen razonablemente serenos.
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