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Columna
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Como la nieve

Le tengo aprecio a Jesús Eguiguren. Y hoy, que empieza a convertirse en un chivo expiatorio, quiero manifestárselo públicamente. Esto no quiere decir que esté de acuerdo con él en todo lo que declara. Hará una veintena de años, alguien me dijo que Jesús quería conocerme. Nadie nos presentó entonces, pero siempre nos hemos dado por conocidos. Después, pasados unos años, tuvimos un pequeño rifirrafe aquí, en este periódico - con persona interpuesta-, y una posterior reconciliación, también aquí e igualmente con persona interpuesta. Coincidí con él hace un par de años y mantuvimos un encuentro cordial. No parece que haya mucho fuego en esa relación, pero somos de donde somos y como somos, y él sabrá entender esto que digo.

Acabo de ver su entrevista en la Sexta. La he visto y revisto. Y he prestado casi más atención a su rostro que a sus palabras. He tenido la impresión de que hablaba con todo el peso de lo que le iba a caer encima. Y que si hablaba con alguien no era desde luego con su entrevistador. Este no entraba en su mirada. No era una mirada opaca, pero creo que en ella sólo cabía el horizonte que abrían sus palabras. ¿Una mirada para el sacrificio, una mirada desde el desengaño? Podría hablar de cierto vacío emocional, de una muestra de hasta qué punto ha sido devastadora nuestra experiencia política: "nos hemos destrozado la vida en la política", reconoce en un determinado momento. Y está su sonrisa. La esboza con un gesto mínimo, casi imperceptible, gesto que indica en qué medida podría ser generosa. Pero no es una sonrisa receptiva, no es una sonrisa que dé; es más bien una sonrisa que acepta su propio destino sacrificial: esto es lo que soy, esto es lo que pienso, esto es lo que creo que hay que hacer, ocurra lo que me ocurra. Gesto y sonrisa los manifiesta por primera vez en su encuentro con Antonio Basagoiti. "A él le gusta más Otegi", dice Basagoiti, a lo que replica el entrevistador: "Eguiguren habla muy bien de ti". Y responde Basagoiti: "Pues entonces estoy muerto ya". Y es ahí, tras esas palabras, cuando se nos ofrece por primera vez esa sonrisa de resignación y de reafirmación trágica.

Eguiguren es de la opinión de que, salvando el escollo de la violencia, somos una sociedad cohesionada, lo que facilitará la posterior reconciliación. Pese a la irreductible distancia entre víctima y verdugo, Josu Ternera y él compartían muchos referentes comunes; y añado: Josu Ternera estuvo casado con una chica que compartió juegos conmigo. Pero en una sociedad tan cohesionada, tan de patio vecinal, la irrupción de la violencia pudo haber derivado en una guerra civil abierta y terrible, y eso se evitó. Dice Eguiguren que esto se acabará como la nieve, que estaba y dejó de estar sin que nos diéramos cuenta. No estoy tan seguro. Pero sí estoy convencido de que actitudes como la suya, una víctima al fin y al cabo, han contribuido a evitar un desenlace aún más trágico que el que nos ha tocado vivir.

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