Medio milenio de galaicofobia: de los Reyes Católicos a la televisión, de la burla al asesinato
Varias investigaciones diseccionan el fenómeno de odio, represión y escarnio que persiguió a Galicia, su gente y su lengua y que enraíza en la resistencia de la nobleza gallega frente a la corte castellana
En un lento proceso entre el año 2009 y 2014, los habitantes de Galicia lograron por fin una reivindicación histórica: abrir el diccionario de la Real Academia Española sin tener que encontrarse las acepciones de “tonto” y “tartamudo” entre los significados de la palabra “gallego”. Era una pequeña gran batalla ganada, muy simbólica pero insignificante dentro del caudaloso río de la galaicofobia (odio a todo lo gallego) y la gallegofobia (odio a la lengua natural de Galicia) que lleva corriendo desde el siglo XIV, cuando la nobleza gallega era poderosa y se resistía a cualquier imposición foránea. Cuando esa elite territorial apoyó a finales del XV los intereses de Juana la Beltraneja frente a Isabel de Castilla, la reina Católica puso una cruz sobre el noroeste peninsular.
Entonces se inauguró una represión histórica que derivó en odio, escarnio y desprecio y que sigue todavía grabada en el imaginario colectivo español en forma de chistes, refranes, tradiciones, incontables obras literarias y hasta canciones. Así lo revelan investigadores gallegos que llevan años recopilando hitos de esta suerte de “xenofobia”, como apunta Alexandre Peres Vigo, profesor de la Universidade da Coruña (UDC), doctor en Filología Gallega y Portuguesa y autor de Galaicofobia (Editorial Galaxia), el último libro sobre la materia que ha visto la luz.
Peres Vigo muestra un grabado de finales del siglo XIX. Aparece un muchacho al que han coronado con una montera, que avanza portando una escalera de mano, zarandeado por una muchedumbre con antorchas y ambiente de fiesta. “Era un acto lúdico que se celebraba en Madrid por el día de Reyes”, cuenta el profesor, “cogían a un inmigrante gallego y le tomaban el pelo, le decían que si se subía a una escalera y miraba por encima de un muro vería llegar a los Reyes Magos, lo iban empujando de aquí para allá”. El investigador sospecha, aunque “aún es solo una hipótesis”, que de esta tradición nació el dicho del gallego y la escalera, “que no se sabe si sube o si baja”.
En O libro negro da Lingua Galega (Edicións Xerais), Carlos Callón —doctor en Estudios Lingüísticos y Literarios de Gallego y Portugués, promotor de la plataforma Queremos Galego y presidente de honor de la Mesa pola Normalización Lingüística— recorre en orden cronológica las “mil y una noches de piedra” (parafraseando a Celso Emilio Ferreiro) del idioma en hechos documentados y ordenados cronológicamente entre 1480 y 1986, más de 10 años después de morir Franco. Este acontecimiento que recoge el autor, y que se apresura a advertir que no es ni el último ni un epílogo, es una sentencia del Constitucional que niega al gallego algo que sí reserva para el castellano: el “deber general” de la ciudadanía de conocerlo como lengua oficial.
Después del sometimiento ( o “doma”, según el vocablo preferido en el momento) impuesto por la corona castellana, la lengua mayoritaria en Galicia, profundamente arraigada en todos los estamentos sociales, siguió siendo el gallego durante siglos. Esto, a pesar de los castigos físicos que se fueron imponiendo en el ámbito académico a quienes lo hablasen. Sobre todo en escuelas y seminarios, Callón explica que “están documentados desde mediados del siglo XVI y fueron una constante hasta el último cuarto del siglo XX”. El 6 de abril de 1543 aparecen las primeras normas que contemplan penitencias físicas en Tui (Pontevedra), “mucho antes de las que se conocen por hablar vasco o catalán”. Otro reglamento de 1796 en el Ayuntamiento de Pontevedra dictaba que se castigase “en proporción a la edad del que delinca en eso aunque sea fuera de la escuela”. “Hubo denuncias o advertencias contra profesorado” que quería usar el gallego “hasta principios de la década de los 80″ del siglo pasado, algo “que no tiene comparación ni en Cataluña ni en Euskadi” escribe el investigador.
Los tópicos peyorativos se extendieron como la pólvora fuera de esa Galicia que —aunque cada vez más empobrecida— en realidad era bella, fértil y rica en arte y cultura y que hoy, cada 17 de mayo, celebra su Día das Letras dedicado a un autor diferente (en 2024, a la coruñesa Luísa Villalta, 1957-2004). Se le consideró un pueblo “infrahumano” de lengua “áspera” y “ruda”, refleja Callón con un sinfín de ejemplos, al que no se le podía definir más que con “metáforas animalizadoras”. Esto “se agudizó con la emigración de los gallegos a Castilla desde el siglo XVI”, señala Peres Vigo. Y luego se extendió a América, donde acabó identificándose la parte con el todo y llamándose “gallegos” a todos los habitantes de España. El odio al forastero que podía quitarles el trabajo desembocó en crímenes como, por ejemplo, un asesinato con arma blanca ocurrido en Madrid y sentenciado por el Supremo en 1871.
El fallo judicial, recuperado por este profesor de la UDC, describe cómo unos hombres, habitualmente, “se entretenían en molestar a los gallegos que pasaban por el portal, tirándoles los sombreros, pegándoles con los palos que tenían, dándoles algún fuerte pescozón”. El día de autos, “apenas entraron Moñoño, Maroto y Peluco, dijo el Maroto: ‘hoy tengo de romper el alma a un gallego’. El hombre penetró en una habitación donde había gallegos, “empezó a insultarlos, diciendo que venían a quitar el jornal a los castellanos y llenarse la tripa de pan”. Tras una “refriega”, “resultó muerto el gallego Antonio Lugo, encontrándosele una herida trasversal oblicua en el espacio que separa la sexta y séptima costilla verdadera del lado derecho, mortal de necesidad”.
La gallegofobia ha sido tratada por estudiosos como Pilar García-Negro, Miguel Anxo Murado, María Pilar Freitas o Xesús Caramés. Se trata, advierte Callón, de “una fobia poliédrica” y “transversal” que adopta infinitas formas desde hace más de medio milenio. “La expresión ‘responder a la gallega’ está documentada desde hace 500 años”, comenta Peres Vigo. Pero el refranero está cuajado de viejas perlas: “antes puto [o moro] que gallego” (siglo XVII), “moza gallega, nalgas y tetas” (XVII), “ni perro negro, ni mozo gallego”, “a gallego pedidor, castellano tenedor”, “venga el gallego a segar, miserable jornalero, que los hombres de Castilla tienen el trabajo a menos”, “no fíes en perro que cojea ni en amor de gallega“, “del gallego conseguirás más a palos que a ruegos”, “para borrico un gallego; para borracho, un francés”.
La mala fama y los estereotipos no hicieron más que empeorar, hasta el siglo XX, gracias también a unos cuantos villancicos, coplas y zarzuelas costumbristas que lograban la carcajada fácil del público gracias a pastorcillos y criadas gallegas (o asturianas). Toda imitación del acento consistía en convertir las oes en úes y se usaba el gentilicio como insulto, sin ir más lejos, en el Coro de las Niñeras de Agua, azucarillos y aguardiente (Chueca-Ramos Carrión), donde un crío grita “¡tía gallega!”, para afearle a una sirvienta que pegue a un niño.
“Bramar de fieras”
En la literatura clásica la galaicofobia dio largo juego, desde Juan de Mena y Cervantes hasta Fernández de Avellaneda y Tirso de Molina; desde Góngora y Quevedo (las gallegas “aman a lo jabalí) hasta Lope de Vega (”entre puerca y mujer”). Desde Fernán Caballero (”pensando que era un hombre, y era un gallego”) o Larra (”el gallego [...] es un animal muy parecido al hombre, inventado para alivio del asno”) hasta la coruñesa Emilia Pardo Bazán, que llega a definir la lengua propia de su tierra natal como “bramar de fieras”. Otro tanto “sucedió con los libros de texto”, apunta Peres Vigo, que recuerda aquel día en que cayó en sus manos un manual de EGB “en el que se afirmaba que los pueblos de Andalucía son bonitos y luminosos mientras que los de Galicia son tristes y oscuros”.
En 1958, la RAE retiró la definición del gallego como “dialecto”, pero en 2022 la presentadora del Benidorm Fest Inés Hernand dio paso a la actuación de las Tanxugueiras recordando que Bélgica había acudido a Eurovisión en dos ocasiones con canciones en idioma “inventado”. Durante décadas, el sentimiento de desprecio ha seguido alimentándose tanto desde la política como desde el mundo de la cultura, los medios de comunicación y el espectáculo. Para Peres Vigo, el fantasma de la galaicofobia no deja de manifestarse, “la cantera de datos es incesante y no parece que vaya a parar a corto plazo”.
En 2014, Almodóvar dijo: “si yo hubiera sido un hombre analfabeto, gallego, que me hubieran hecho firmar con el dedo porque no sé escribir... voy y espero al señor Blesa o al señor Rato y le corto el gañote”. En 2021, los presentadores de MasterChef aprovecharon un programa en A Coruña para hacer guasa del acento gallego. Y en ese mismo año una jueza de Marbella dictó una sentencia que otorgaba la custodia de un niño a su padre porque este vivía en la “cosmopolita” ciudad andaluza y la madre, en la “Galicia profunda” (una una aldea de Muros, A Coruña). En 2022, Paco León definió a su personaje en un filme como persona “casi gallega, que tiene una pedradita dada”. Todos estos casos, entre otros muchos, generaron intensa polémica.
Rosa Díez (UPyD) —que apoyó junto a mandatarios del PP como Alfonso Rueda, las manifestaciones contra la política lingüística de la Xunta del bipartito PSdeG-BNG y en defensa del castellano en la educación— dijo de Zapatero que era “gallego en el sentido más peyorativo del término”. En el juicio de la Gürtel, un abogado reprochó a Rajoy sus respuestas “a la gallega”, y el expresidente del Gobierno le contestó que por supuesto, porque él no iba a responder a la “riojana”.
Hoy, en cualquier red social se pueden encontrar foros donde se recopilan hechos actuales y se debate sobre la galaicofobia y la galegofobia, una entrada también presente en Wikipedia. En entrevistas de trabajo realizadas sobre esta materia que aborda desde tiempos de su tesis doctoral, Peres Vigo se ha encontrado con adolescentes que le cuentan que son motivo de chanza por su acento cuando juegan en línea con chicos de otros lugares. Cree que parte de la culpa de que perduren los tópicos la tiene el cine sobre Galicia que triunfa fuera, porque “se acomoda a las ideas establecidas sobre los gallegos”. En su libro cita algunos casos, como Airbag, con el inolvidable papel del actor Manuel Manquiña. “Que somos corruptos se dice ya desde el siglo XVII”, cuenta el filólogo. Hoy, “el estereotipo” sigue funcionando “en versión narcotraficantes”.
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